martes, 19 de mayo de 2009

Prosa de una tarde de domingo

... fuera está hermosa la tarde
después de la lluvia y deja un haz
de luz amarilla por la ventana

revolotean los pájaros
en un fondo de nubes blancas
y un soplo fresco mece la copa
del olivo y las glicinias

canta un mirlo por los tejados

en la televisión cuatro alevosos
malvados tienen acorralado al héroe,
un joven informático que ...

dejémoslo ahí ...

miro el reloj, la casa está sola,
enciendo otro cigarro y
vuelvo a mis musarañas ...

pasa lenta la tarde sin ti ...

lunes, 4 de mayo de 2009

Feria de abril en Córdoba


      Un librero amigo me dijo a la mañana siguiente que el señor Gala abandonó pronto el real después de cincuenta firmas y adivinar que pocas más iba a echar en vista del escaso público; el sábado por la tarde, antes de mi debut, oí a otra librera amiga decirle al presidente del gremio y organizador del evento el churro de feria que estaba saliendo y que tenían que hablar del asunto en crítica asamblea.
 Cuando se acercó apresurado a saludar, el presidente masculló de entrada el si lo sé no vengo y el a mí no me pillan en otra, maldijo luego el jardín –el trajín- en que se había metido, se nos quejó por ser la chacha para todo y súbito desapareció con la urgencia de reponer el papel higiénico en los urinarios. Entre una y otra gestión volvió para decirnos que abreviáramos y que a las siete menos diez, estoconazo y puntilla, que venía Rosa Aguilar con Antonio Gala, que traían seguridad, que los guardias… que a desalojar.
 Si no se me había alterado la tensión al conocer que mis libros habían pasado toda la feria metidos en una caja, menos iban a hacerlo ahora las prisas, las figuras y los figurones.
 Minutos después de las seis, se anunció por los altavoces y comenzó lo nuestro: sobrio, aplicado, sabiendo estar y cumplir, el peón de briega, Francisco Onieva, el poeta amigo que se ha prestado a apadrinarme en el coso califal. Breve también la faena de uno en el círculo de amigos presentes (más los ausentes presentes in pectore, que también cuentan para el convocante), algo deslucida, sin ángel, quizá porque no llevaba nada escrito, quizá porque el aire abrileño no acompañaba. 
 Con la guardia comprobando ya la seguridad del recinto y organizando la entrada estelar, abandonamos el real y se nos pasó la tarde en un café hablando a tres tiempos: alguna anécdota de los dieciséis, de nuestras vidas de ahora y de próximos encuentros.
 Como no iba uno a la feria a vender, sino a presentar el libro y a estar un rato con sus amigos, volvió a su pueblo más que satisfecho. Ese es el triunfo que me traigo y el mejor recuerdo.