domingo, 21 de marzo de 2010

Páginas de un diario


Estoy viendo una película del oeste: Justicia y venganza (Brothe 2005, Jean-Claude La Marre. Intérpretes: David Carradine, Gabriel Casseus, Antwon Tanner. Un grupo de proscritos se une para intentar acabar con el magnate local del pueblo. Driscoll tiene bajo su control a la gente d... La información del teletexto se acaba aquí.

Es un western con anacronismos que, bien mirada la cosa, la película, no lo son, sino elementos innovadores del género. Entre los anuncios, sigue la película: la sheriff toma una taza de café en su despacho con las piernas sobre la mesa, el cazarrecompensas y su guía indio con uniforme yanqui andan tras la banda de los proscritos, negros y mestizos, que han entrado al banco de Driscoll para atracarlo. Otra balacera...

Uno de los hermanos atracadores y la sheriff se conocen, tuvieron su romance. Por lo que se dicen, ha pasado el tiempo, pero no la pasión.

Mientras tanto, el baranda ha mandado reunir a sus hombres: ¡Nadie mata a un Driscoll!, proclamó en el saloom ante el cadáver de su hijo¸ un sinvergüenza degenerado que acababa de matar a una pobre mujer de alterne. Driscoll-Carradine los tiene ahora acorralados.

En el banco hay rehenes: los empleados, un viejecillo, dos niños hermanos, otro con un gorro a lo Copperfield, una madre con su hijo de meses, y la mujer del alcalde. Mara, la atracadora mestiza, usa al niño del gorro de piel como escudo humano para salir del asedio. Son abatidos sin piedad.
La sheriff, que ha perdido la partida de la dignidad al consentir todos los crímenes y arbitrariedades de Driscoll padre e hijo, se sacrifica por su amor de juventud y acaba con el cuerpo como un colador. Y ahora entra –sigue- la publicidad... Dan ganas de no ver la televisión, porque los 81 minutos de la ficha de la película se convierten en dos horas o dos horas y media; como si tuviera uno tiempo y ganas de ver anuncios de coches y de una actuación de Manolo Escobar...

Los atracadores van cayendo uno a uno. Ahora hay un duelo a muerte entre el predicador atracador y el cazarrecompensas. Mueren los dos.

En el interior del banco sólo quedan vivos, herido el mayor, los dos brothers negros, sentados en un charco de sangre. Se incorporan y se despiden para siempre. El menor intentará la huida por detrás. El mayor, por la puerta principal del banco. Lo balacean como a Bonnie and Clyde, pero en su postrero esfuerzo le mete a David Carradine una onza de plomo en la frente.

Y sigue la cosa: lavavajillas, margarina, David Bisbal, antiarrugas, infusiones, tratamientos para la eyaculación precoz, patatas fritas, antialcalinos, cereales...

En la 2 está La balada de Lucy Whipple, con Glenn Close, pero ésta no la voy a contar. Ni a ver: tengo 90 exámenes que corregir.

Por la tarde me encontré con X. en la calle Mayor. Volvió a mencionar las razones extraliterarias del premio que le han dado a un libro de la terna candidata en que andaba también uno mío. Es la tercera persona que me pregunta esta semana si iré a la entrega. Sin duda, lo mejor de todo será el jamón. El convocante asegura que el domingo habrá “la mayor reunión de creadores de Los Pedroches celebrada en mucho tiempo”. No tengo ninguna gana de ir, y estos actos protocolarios son prescindibles, así que ya lo tengo decidido.

El día 14 mi padre cumplió 85 años. ¿Cómo será saberse viejo?

Hace unos días murió Miguel Delibes y leí en la clase de 1º de bachillerato los primeros párrafos de El camino. Hablé también de la primera novela suya que leí, la historia del jubilado y el librillo de papel de fumar. Cuando aparece la hoja roja, hay que ir al estanco a por otro. Pero eso no se puede hacer con la vida. ¿Cómo será saberse viejo, haber llegado a la hoja roja?

Estos días, por las mañanas, paso horas arrodillado en la tierra, sacando de raíz ortigas, malvas, lechuguetas y otras malas hierbas de la huerta. Quiero sembrar patatas. Y recogerlas en su tiempo. Sin echar cuentas, como hacen algunos en la barra del bar:

—En el supermercado, 5 kilos, 1 euro. No merece la pena el trabajo.

Yo callo, apuro el café y me voy a la faena. La tierra está ahora blanda y las hierbas se desprenden con facilidad. Hinco primero la horca, la hundo con el pie, y levanto un palmo de tierra. Algunas malvalocas se resisten, han ahondado la raíz, pero gano en la briega; las ortigas mayores también se defienden, hay que andar protegido contra sus escozores.

Mientras saca uno malas raíces de la tierra, canta en voz alta unos versos de Sabina, silba, le habla a las gallinas, reconoce el jilguero y el colirrojo, escucha al puchinchín y a los perdigones vecinos, se entretiene en el rumor de la gavia, siente venir el aire, le echa miradas a las nubes, las ve transformarse, dejar agua, o dispersarse y perderse en lo azul. Y piensa en sus cosas.