jueves, 20 de diciembre de 2012

Para Duna


Miguel de Unamuno, Elegía en la muerte de un perro

La quietud sujetó con recia mano
al pobre perro inquieto,
y para siempre
fiel se acostó en su madre
piadosa tierra.

Sus ojos mansos
no clavará en los míos
con la tristeza de faltarle el habla;
no lamerá mi mano
ni en mi regazo su cabeza fina
reposará.

Y ahora, ¿en qué sueñas?
¿dónde se fue tu espíritu sumiso?
¿no hay otro mundo
en que revivas tú, mi pobre bestia,
y encima de los cielos
te pasees brincando al lado mío?

¡El otro mundo!
¡Otro… otro y no éste!
Un mundo sin el perro,
sin las montañas blandas,
sin los serenos ríos
a que flanquean los serenos árboles,
sin pájaros ni flores,
sin perros, sin caballos,
sin bueyes que aran…

¡El otro mundo!
¡Mundo de los espíritus!
Pero allí ¿no tendremos
en torno de nuestra alma
las almas de las cosas de que vive,
el alma de los campos,
las almas de las rocas,
las almas de los árboles y ríos,
las de las bestias?

Allá, en el otro mundo,
tu alma, pobre perro,
¿no habrá de recostar en mi regazo
espiritual su espiritual cabeza?
La lengua de tu alma, pobre amigo,
¿no lamerá la mano de mi alma?

¡El otro mundo!
¡Otro… otro y no éste!
¡Oh, ya no volverás, mi pobre perro,
a sumergir los ojos
en los ojos que fueron tu mandato;
ve, la tierra te arranca
de quien fue tu ideal, tu dios, tu gloria!

Pero él, tu triste amo,
¿te tendrá en la otra vida?
¡El otro mundo!…
¡El otro mundo es el del puro espíritu!
¡Del espíritu puro!
¡Oh, terrible pureza,
inanidad, vacío!

¿No volveré a encontrarte, manso amigo?
¿Serás allí un recuerdo,
recuerdo puro?
Y este recuerdo
¿no correrá a mis ojos?
¿No saltará, blandiendo en alegría
enhiesto el rabo?
¿No lamerá la mano de mi espíritu?
¿No mirará a mis ojos?

Ese recuerdo,
¿no serás tú, tú mismo,
dueño de ti, viviendo vida eterna?
Tus sueños, ¿qué se hicieron?
¿Qué la piedad con que leal seguiste
de mi voz el mandato?

Yo fui tu religión, yo fui tu gloria;
a Dios en mí soñaste;
mis ojos fueron para ti ventana
del otro mundo.
¿Si supieras, mi perro,
qué triste está tu dios, porque te has muerto?

¡También tu dios se morirá algún día!
Moriste con tus ojos
en mis ojos clavados,
tal vez buscando en éstos el misterio
que te envolvía.
Y tus pupilas tristes
a espiar avezadas mis deseos,
preguntar parecían:
¿Adónde vamos, mi amo?
¿Adónde vamos?

El vivir con el hombre, pobre bestia,
te ha dado acaso un anhelar oscuro
que el lobo no conoce;
¡tal vez cuando acostabas la cabeza
en mi regazo
vagamente soñabas en ser hombre
después de muerto!
¡Ser hombre, pobre bestia!

Mira, mi pobre amigo,
mi fiel creyente;
al ver morir tus ojos que me miran,
al ver cristalizarse tu mirada,
antes fluida,
yo también te pregunto: ¿adónde vamos?

¡Ser hombre, pobre perro!
Mira, tu hermano,
ese otro pobre perro,
junto a la tumba de su dios, tendido,
aullando a los cielos,
¡llama a la muerte!

Tú has muerto en mansedumbre,
tú con dulzura,
entregándote a mí en la suprema
sumisión de la vida;
pero él, el que gime
junto a la tumba de su dios, de su amo,
ni morir sabe.

Tú al morir presentías vagamente
vivir en mi memoria,
no morirte del todo,
pero tu pobre hermano
se ve ya muerto en vida,
se ve perdido
y aúlla al cielo suplicando muerte.

Descansa en paz, mi pobre compañero,
descansa en paz; más triste
la suerte de tu dios que no la tuya.
Los dioses lloran,
los dioses lloran cuando muere el perro
que les lamió las manos,
que les miró a los ojos,
y al mirarles así les preguntaba:
¿adónde vamos?

viernes, 30 de noviembre de 2012

Corte, coagulación y hemostasia


Fotografía: Roger Viollet

El bisturí eléctrico cauteriza la herida al tiempo que la produce. Esta es la “imagen fundacional” del libro. 

“Recuerdo que al llegar a casa estaba un poco triste, como cuando terminas un libro que quizá sea el último.” Así acaba el viaje interior —por las venas, por las vísceras, por la memoria— del protagonista de este relato terapéutico, con cirugía y psicoanálisis incluidos. 

Una mirada sobre la realidad que recuerda —en el buen sentido de las palabras— a Kafka, y a sus momentos de comicidad por el absurdo (la reunión, con fuga y regreso, en la casa del editor). 

Consideraciones sobre las palabras que utilizamos para hablar de la realidad y de nosotros mismos; sobre la literatura y la escritura, sobre los recuerdos, los sueños y las visiones personales. 

Metalingüística. Metaliteratura. Autobiografía. Ficción. 

La novela no es grandiosa aventura y homérico heroísmo, sino la microilíada, o microodisea, personal e intransferible, que cada individuo lleva dentro. 

La escritura es diván y quirófano, autoanálisis y bisturí. 

Literatura hipocondríaca. 

El niño solitario y curioso se transforma en un hombre neurótico, en un individuo en fuga, en un obsesivo que quiere curarse de su niñez —el frío, la penuria, la soledad—, de esa calle de su infancia en que lleva atrapado toda su vida. 

El yo, la realidad y la irrealidad. La irrupción de lo irreal en lo real. O de lo real en lo irreal. 

¿Realidad en lo irreal? ¿Irrealidad de lo real?


martes, 27 de noviembre de 2012

Palabras, palabros y descalabros (3)


En este país, tan difícil resulta conocer la cifra de asistentes a una manifestación o de participantes en una huelga, como saber quién ha perdido unas elecciones. La objetividad del dato resulta prescindible, secundaria, porque lo en verdad importante es la lectura, la interpretación. Ahí está la madre del cordero, el verdadero resultado de unas elecciones, en las lecciones que unos y otros hacen.
En Cataluña ha ganado el secesionismo. La ciudadanía ha votado por la vía del nuevo Estado catalán. Basta una simple suma. Y eso hizo anoche en un programa de radio el político convergente, que con sus cuentas sobrepasó el centenar de escaños soberanistas. Una manera de ver las cosas y no asumir el varapalo de 12 asientos menos en el parlament.
*  
A propósito de estas elecciones me pregunto, como Josep Pla: ¿Y todo esto quién lo paga? ¿Cuántos millones aportamos los pecheros para las elecciones nacionales, municipales y autonómicas? Las comidas, los hoteles, la gasolina, los helicópteros, la lavandería, los guardaespaldas, las copas, los móviles, los pabellones y salas para los mítines, la publicidad en periódicos, radios, televisiones, las botellas de agua, los equipos de sonido y de luces, la cartelería, los buzoneos, los chóferes, los autobuses para afiliados, las encuestas y sondeos previos, a pie de urna y postparto, las sedes y locales, las convenciones y congresos, los sueldos de coordinadores nacionales, regionales, provinciales y locales, de tesoreros, secretarios, portavoces y administrativos, el mobiliario, los desayunos, ¿quién los paga? En internet se pueden consultar datos sobre las subvenciones estatales a partidos y organizaciones políticas, aunque me temo que serán tan explícitos como las cuentas de la Casa Real, digo, del Gran Capitán: cien millones en picos, palas y azadones.
No estaría mal, diría un buen arbitrista, que en estos tiempos de crisis y recortes se acabara con esta mamandurria y se retiraran de la partida presupuestaria pública estas millonarias cantidades, que cada partido se procure su financiación, (con  las cuotas de filiación, con aportaciones de particulares, como buenamente pueda), sin caer en la ilegalidad, en el chanchullo financiero, el cohecho, la prebenda y demás figuras de la corrupción, y si cae, purgue la pena correspondiente al delito, y si alguna organización o partido desaparece del mapa, que desaparezca, que hubiera espabilado y hecho las cosas como la democracia exige.
Salud.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Antagonías


El azar de las lecturas me ha llevado a la biografía de dos hombres que encarnan conceptos políticos irreconciliables: la anulación del individuo en favor del estado, la anulación del estado en favor del individuo. 

Dos coetáneos. Dos modelos sociales. Dos referentes éticos. Los hombres del uniforme negro. Los hombres del mono azul. La pirámide. Los círculos dispersos. 

Uno de ellos es real, pero ya en vida entró en la leyenda, en la ficción de los mitos. Era un hombre del pueblo, un mecánico, y un anarquista en todas las de la ley. 

El otro es ficticio, un oficial de las SS, protagonista de una novela, pero tan a lo real pintado como reales fueron los acontecimientos que rememora. 

El primero fue un hombre de acción, se rebeló en armas contra el capitalismo, contra el totalitarismo, y encarnó durante los meses del verano de 1936 la utopía de Prudhon: una sociedad sin amo ni soberano. El segundo, una pieza más en el engranaje de la máquina hitleriana, sobrevivió a la locura —“Las Benévolas habían dado con mi rastro” es la última frase de la novela— y da testimonio del alma podrida del nacionalsocialismo alemán. 

Buenaventura Durruti. Maximilian Aue. Dos nombres. Dos historias cuya lectura recomiendo. 

Jonathan Littel, Las benévolas
Hans Magnus Erzensberger, El corto verano de la anarquía.

Salud.





lunes, 19 de noviembre de 2012

Palabras, palabros y descalabros (2)


        Eran las diez de la noche pasadas. Volvía del trabajo y conducía despacio bajo la lluvia. El programa de la radio estaba dedicado a la transformación del hospital de la Princesa de Madrid en centro geriátrico. Disparate, error, sinsentido. Así calificaban la decisión una enfermera, un paciente y los tres médicos que hablaron. 
           ¿Acabará en manos privadas este hospital público? Otros ya lo han hecho. Como también lo hicieron la empresa pública de los aviones y la de los teléfonos. 
          Privatizar es un negocio estupendo para el empresario. So capa de la inviabilidad económica, y por decreto ley, don fulanito de tal y tal se queda, pongamos por caso, con un hospital puntero bien organizado y a pleno rendimiento. El fulano no se ha gastado un duro en comprar terrenos y pagar arquitectos, levantar el edificio, dotarlo de medios y ponerlo en funcionamiento. Ese gasto ha corrido a cuenta de los pecheros, que por eso tienen el derecho de usarlo y beneficiarse de él... hasta el día de entrada en vigor del antedicho decreto ley. 
       La palabra privatizar es prima hermana de privar, su sangre común viene del privus con que los romanos designaban lo particular, lo propio, lo peculiar. Quien privatiza, priva, desposee a alguien de lo que tenía. Y una palabra me fue llevando a la otra. Privar es despojar, y cuando se despoja a alguien de lo que tiene, comete expolio, es decir, arrebata con violencia o con iniquidad. Y la iniquidad no deja de ser una maldad, una grande injusticia. 
        Se enhilan las palabras y terminan dejándolo a uno ante un acto manifiestamente contrario a la justicia, ante un delito. ¿Cómo se entiende, si no, que algo que pertenece a todos —porque entre todos lo costeamos—, pase de pronto y por arte de birlibirloque a manos de un particular? ¿No es delito, delito de estado, desmantelar lo que un país ha ido levantando en años para uso y beneficio de todos? ¿No es un delito privar por ley —de ahí viene el privilegio (privus + lex)— a la ciudadanía de lo suyo y entregárselo a un empresario amiguete para que se forre y se pudra en dinero?

jueves, 15 de noviembre de 2012

Palabras, palabros y descalabros (1)


            Hace unos días, mientras daban cuenta de unos bocadillos de lomo y unas copas en la terraza del bar Sandalio, a resguardo de la lluvia y del frío de la noche, dos conocidos hablaban de los males del país:
—Ni crisis, ni pollas en vinagre, lo que hay es mucha corrupción, corrupción política y corrupción ciudadana por un tubo.
            Sostenía uno que la mayoría de las personas son honradas, que no todas buscan la defraudación fiscal, el meter mano a lo público y despilfarrarlo y esquilmarlo, el haraganear a costa del pechero o contribuyente. Chupóteros, haylos, quién lo dudará, pero no lo son todos.
            El otro hacía extensivo el abuso:
            —La gente también piensa y actúa así, no sólo los políticos. Aquí el que puede, se lo lleva calentito.
Y enristró nombres y casos de sobra conocidos, que venían a demostrar la existencia de un rasgo de carácter, de un gen nacional, de una tendencia manifiesta y observable a lo largo de siglos, al pillaje y al saqueo de lo público.
—No se puede seguir así. Hay que resetear el país —sentenció.
Tentado estuve de unirme a la conversación, pero sólo había bajado a por tabaco. Terminé el cigarrillo y volví a casa pensando en aquel vocablo, un híbrido del inglés reset (puesta en condiciones iniciales de un sistema, reinicio o reposición, vuelta al principio, nuevo comienzo) y del sufijo español –ear, presente en verbos como blanquear, mamonear, chulear, saquear, fantasmonear... Me acordé, claro está, de los intelectuales del 98, de las búsqueda de las “ideas madres”, del krausismo y de la Institución Libre de Enseñanza... Este país no aprende. Ni de sí mismo, ni de los demás. Después de un siglo, los males siguen en su lugar: desigualdad económica, descrédito de la clase política, ensañamiento impositivo con el estado llano, sistema educativo errático, desindustrialización, connivencia judicial con los privilegiados, escaso interés por la investigación y el desarrollo tecnológico, retrógradas prédicas eclesiásticas...
Resetear, regenerar, sí, pero ¿a qué principio hay que volver? ¿Desde dónde re-empezar para no recaer?

domingo, 11 de noviembre de 2012

Una palabra y una canción


      Días del quinto de bachillerato en la academia Lope de Vega. Las clases de don José Villatoro —calvo prematuro, manchas blancas en la cara, en las manos, en el cuello; vello espeso en los brazos, en el pecho, en el cogote, gafas de concha negras— con las declinaciones griegas y el presente de eimí, la reduplicación y el aoristo, las primeras frases de la crestomatía en la lengua de Homero. Fue lo único que aprendí ese año.
Aquel curso me enamoré también de tres muchachas — no recuerdo el nombre de la segunda, sí el de la tercera, nunca supe el de la primera— y descubrí el olor a sexo que emanaba desde el fondo en penumbra de algunas casas de la calle de la Feria.
            Aprendí en esos meses una palabra. Vino en los labios de mi segunda enamorada, una niña bien a la que le importaba un pimiento todo, y menos yo. Fue un amor tibio el mío, ignorado por ella más que no correspondido, que desapareció como una burbuja la mañana en que en lugar de  ponerle hora y lugar a la cita que me había atrevido a pedirle salió con la historia de la pelea con uno de sus hermanos y del lapo que le tiró y se le quedó colgando no sé dónde.
No la había oído nunca. Sabía lo que era un escupitajo, un gargajo, un pollo, una flema, un salivazo, pero ¿un lapo?. Aquella palabra en los amados labios obró el prodigio. Y súbito desapareció el amor y me quedé mirando la espalda, el pelo largo, fragante, recortado a tiralíneas, de su compañera de pupitre, hasta que se volvió y se cruzaron nuestras miradas y volví a caer herido por la flecha. Fue mi tercer penoso amor de la temporada.
De habérselo oído a mi madre mientras limpiaba la casa o preparaba la comida, quizá en la radio,  o en alguna película, algún día en alguna taberna mientras esperaba a que mi padre se tomara la última, conocía el estribillo. Pero ellos lo hicieron distinto y divertido: flamenco, pop, blues, rock progresivo y psicodélico. Unos sevillanos underground de finales de los sesenta.

jueves, 8 de noviembre de 2012

De re dineraria


   El capitalismo se sirve de la democracia para instaurar la tiranía del dinero. 
*
    Los totalitarismos pueden ser manu militari o dineraria. En ambos casos, execrables y merecedores de imprecaciones. 
*
   Los ricos entienden que la democracia es la igualdad de oportunidades... para enriquecerse aún más. 
*
      Oxímoron: democracia piramidal. 
*
    De dónde ese afán por la moneda y el billete, esa insaciable avaricia, esas incansables tragaderas, tragaperras; esa no aprendida lección de nuestros clásicos: “quitar codicia, no añadir dinero, hace ricos los hombres, Casimiro”. 
*
    Porca miseria!

martes, 6 de noviembre de 2012

Nevermore


   Mañana de domingo cerrada en agua. Encendí la televisión y puse una cadena de noticias mientras limpiaba la casa. Igual que en la prensa en papel, una de las noticias del día era el final de carrera en las presidenciales de Estados Unidos. Por una conexión sorprendente, pero que tiene su hilo, me acordé de Edgar Allan Poe. Dejé la faena unos minutos y miré los dos retratos suyos que tengo bajo el cristal de la cómoda Mondrian, saqué luego del estante la biografía que le dedicó Georges Walter y comprobé un dato. Estaba equivocado por un mes. Aquello ocurrió un tres de octubre, el 3 de octubre de 1849. 
      La hipótesis más aceptada sobre la muerte de Poe señala a uno de los “grupos de agentes electorales”, demócratas o republicanos, que en los días de votación recorrían las calles de las ciudades haciendo cooping (‘enjaulamiento’), o sea, sorprendiendo a viandantes solitarios a los que administraban unos pelotazos de alcohol adulterado, llevándolos drogaítos perdíos a votar en tres o cuatro colegios distintos, encerrándolos luego en algún almacén o trastienda hasta que iba desapareciendo el efecto, y dejándolos después abandonados en la calle, aturdidos aún, sin memoria de lo sucedido.
      Edgar Allan Poe había llegado a Baltimore por la mañana en un barco procedente de Richmond. Aquel miércoles 3 de octubre había mucha animación en las calles, se celebraban elecciones a gobernador de Maryland para el Congreso, y un grupo de agentes electorales debió de fijarse en la triste figura del escritor, que deambulaba por el barrio del puerto. 
      Poco antes de las cinco de la tarde, Joseph Walker, un obrero impresor del Baltimore Sun, pasaba por la High Street. A unos pasos de un centro electoral republicano se encontró a un hombre tirado en la acera —“el rostro huraño y la mirada vacía, un sombrero de paja, un lamentable abrigo de alpaca desgarrado que ocultaba la ausencia de traje, una camisa sucia sin corbata y con manchas, un pantalón usado demasiado grande y pesadas botas que no conocían el betún” (Walter, 30)—, en quien reconoció al famoso autor de Los asesinatos de la calle Morgue. Después de llevarlo a una taberna próxima y de ser atendido por un médico, Poe fue trasladado al hospital Washington College, donde pasó cuatro días entre delirios, sudores, leves periodos de consciencia y accesos violentos. Murió a primera hora de la mañana del domingo 7 de octubre. Tenía cuarenta años. A su entierro acudieron cuatro personas: el señor Herring, comerciante en maderas, el doctor Snodgrass, que lo atendió en la taberna cuatro días antes, un tal Collins Lee, antiguo compañero de escuela, y un pariente lejano, el juez Neil Poe. Che cosa più triste! 
      Dejé el libro en su sitio y miré otra vez las fotografías. De buena gana me habría sentado en el sillón con su libro de poemas o con La narración de Arthur Gordon Pym, pero la faena me reclamaba. Cogí la bayeta, el pronto y me lié con el aparador. En la televisión hablaban ahora de la carrera de coches en Abu Dhabi. Fuera, la lluvia seguía hilando en silencio una mañana gris.


31 de octubre

Opresión en el pecho y tristeza en el ánimo. Eso es lo que llevo encima después de cinco días sin tabaco y con un resfrío de manual, con todo su aparataje. Sólo ganas de cama o de sillón, enfrascado en un libro, y mirar de vez en cuando por la ventana el aspecto del cielo. Grises estos días últimos de octubre. 

—Nada que no se cure con paracetamol, amoxicilina y acetilcisteína —me dijo con seguridad la doctora mientras escribía las recetas. De lo otro ya hablaremos, Juan. Ven pasados quince días con una espirometría hecha. Sabes que hay ayudas: parches, consultas especiales, grupos de terapia. Y le tienes que poner una fecha. Ponle una fecha, es importante.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Easy Rider (1969)


No la había visto hasta anoche. Los cinéfilos la consideran una película generacional, de la gente nacida entre finales de los treinta y mediados de los cuarenta: estar vivo es estar en ruta, cruzar la frontera y adentrarse en el territorio de los otros. Con un buen fajo de billetes y suficiente provisión de maría, El Capitán América y su colega Bill viajan en busca del Mardi Grass de Nueva Orleans. 

Nuestros hermanos mayores en América...

martes, 30 de octubre de 2012

Mañana de recogimiento en La Gavia


            Localizó los aperos —rastrillo, escoba de jardinero, pala y espátula, azada, escardillo, horca, legona, almocafre de corazón; la hoz, oxidada, se quedó junto al bambú— desperdigados, y los juntó al pie del mismo olivo.
Recogió las cañas —ay, mulata, no eran d’asúcar, como tú —, las seleccionó, las ató en haces y las dejó debidamente dispuestas fuera del cobertizo.  
Buscó luego y recogió piezas del riego: empalmes, llaves de paso, goteros de lápiz, trozos desechables y aprovechables. Amontonó sobre el banco de trabajo dos serruchos oxidados, martillos (de mecánico, de carpintero, de herrero), unas tenazas y cuatro o cinco destornilladores, planos y de estrella.
Metió en una bolsa de basura jirones de plástico negro, trozos inservibles de rafia negra, arandelas de goma partidas por la presión y por la cal, gurruños de alambrillo, bridas cortadas.
Clasificó los sobres y los cartuchos con simientes.
Acercó la leña menuda al mismo rodal.
            Saludó al vecino, el tío Domingo, hablaron de los ajos, de las patatas, de la faena que nunca falta  y del dulzor de las almendras.
            También dejó ordenados por tamaño los tiestos vacíos y unas pocas de las innúmeras varillas de forja que se crían en las huertas, imprescindibles para marcar y trazar los bancales. Y retiró de los poyetes de la casilla guantes de trabajo, botes de caldo concentrado contra ácaros, pulgones y hormigas, y el de Tres en uno.
            Luego se lavó en la cubeta con agua del pozo. Qué frescor. Qué gozada.
            Mientras volvía a casa encendió la radio del coche.
—¡Me cago en la prima de riesgo y en el sistema financiero! —se sorprendió gritando, y apagó la radio y se lió con aquella del Compay Segundo.

viernes, 26 de octubre de 2012

Aserejé



No seguía el día a día del caso, pero aquella tarde estuve un par de horas largas viendo el desarrollo de una de las sesiones de la comisión de diputados andalusíes encargada de aclarar el asunto: Gaspar Zarrías y Juan Ignacio Zoido interpelados por los portavoces de los tres partidos que se reparten el parlamento regional. Ja de je.
           Era mi primera vez en una sesión de este tipo, en vivo y en directo, sin cortes publicitarios, y estaba atento a cuanto se declaraba en aquella sala, supongo que con aire acondicionado, porque los hombres, excepto un camisado de IU, iban todos de traje y corbata, y a ninguno de ellos perló su frente el sudor. Ellas iban con ligera manga larga. De jebe tu de jebere.
            Primera conclusión: ¡Vaya mamoneo! Seibiunouva majavi.
            Todo quisque elude responsabilidades y señala con el índice de la culpabilidad al famoso director general: Yo no sabía nada. Por qué tengo que pagar yo el pato o dimitir. Yo me enteré por la prensa. An de bugui an de güididípi.
              Segunda conclusión: pitorreo. Aserejé ja de je.
       Por una parte, los portavoces, ninguneados por las altas instancias, disponían previamente de muy pocos papeles en verdad informativos y relevantes; ignoraban incluso fechas de publicación de boes y bojas que poder esgrimir como corpus delicti. Por la otra, los interpelados llevaban sus papeles muy bien aprendidos, y representados: ni por asomo iluminaron con la luz de la verdad el interior de la cloaca. De jebe tu de jebere.
                Del chófer no se habló.
Seibiunouva majavi an de bugui an de güididípi aserejé...

viernes, 4 de mayo de 2012

Una de piratas



Callejear los barrios de mañana, alguna carrera, tirar por los caminos, aventurarse a otros pueblos... ¡Oh, días bicicleteros del buen tiempo!

Con mi primera bicicleta, una BH de cadete, vino la palabra cosario, el oficio del hombre que la trajo desde Córdoba.



El otro día, en un lapsus, la confundí con corsario y el amigo con el que iba hablando me corrigió.

—Cosario... corsario... Cosario, claro —rectifiqué.


Fue entonces cuando me acordé de la BH, de mi primera vuelta sobre la gravilla del patio del cuartel en un mediodía de julio, de la primera vez que oí esa palabra en boca de mis padres y supe que el cosario era el hombre de las cosas, el que las trae y las lleva a comisión. No es oficio desaparecido. En este pueblo hay, que yo sepa, una cosaria.

A la mañana siguiente comprobé en el diccionario que mi confusión era excusable, porque cosario viene de corsario, dicho del buque, del capitán, o de cada miembro de la tripulación, que navega al corso, con patente del gobierno de su nación para abordar y robar los barcos de una nación enemiga. Los corsarios eran piratas legales, con papeles.

Cuando uno de esos barcos repleto de cosas arribaba, el puerto y las tabernas marineras hervían de animación, de curiosos que contemplaban asombrados las nuevas mercaderías: los sextantes más modernos, barricas de ron caribeño y toneles de vinos andaluces, vistosos guacamayos, loros parlanchines, gatos de angora y titís con fez, telas, cuadros, especias y sacos de café, ricas vestiduras y armas, vajillas inglesas, barriles de arenques y de grasa de ballena, joyas, mapas de tesoros y demás productos de sus piraterías.

Dos palabras, cosario, corsario, que me llevan a la primera adolescencia, a las mañanas en bicicleta, a las siestas con novelas de Stevenson, Salgari o Defoe, a las noches de cine de verano con Charles Laughton, Errol Flinn o Tyrone Power haciendo de piratas. Una constatación más de que Vida y Lenguaje están indisolublemente unidos, de que en gran manera somos palabras: las que decimos, las que callamos, y las que recordamos.



domingo, 29 de abril de 2012

Prometeo somos todos


Después de leer los correos del día (un informe sobre la empresa sanitaria del marido de la señora Cospedal, un artículo censurado sobre la inocente infanta Cristina y el descarado Urdangarín, una muy didáctica presentación sobre las consecuencias y los paganos de la amnistía fiscal a los grandes delincuentes, un chiste sobre el rey y los elefantes, otra copia de Hay alternativas, una propuesta popular para la reforma del régimen económico y fiscal de diputados—diputadas nacionales), y para descansar de mis últimas lecturas —el segundo tomo de La guerra civil, de Hugh Thomas, los diarios de Victor Kemplerer—, anoche leí Prometeo encadenado, atribuida al poeta trágico Esquilo.
Preside la escena de principio a fin Prometeo, encadenado a una roca en el Cáucaso por haber robado unas ascuas de la candela olímpica para entregárselas a los hombres. El castigo impuesto por Zeus incluye también un águila que a diario hunde su pico en las entrañas del héroe y se le come el hígado, que por las noche vuelve a regenerársele para que al día siguiente el pajarraco siga con su festín, y así por siempre. Terrible castigo, inmenso dolor y sufrimiento para este benefactor de la humanidad que tenía a los olímpicos más que cabreados.
Pero Prometeo no es solo el ladrón del fuego divino, además del calor y de la luz que llevó a la oscuridad de las cavernas en que vivían como animales, enseñó a los hombres el arte de la fabricación de herramientas y utensilios, la técnica de la construcción de casas, la ciencia de los números y de las letras, la práctica de la agricultura, de la construcción de barcos y de la adivinación de los sueños. Sí, el olímpico Prometeo era el benefactor de la raza humana, y lo era porque él mismo la había creado insuflando aliento vital a una pella de arcilla que había modelado con sus manos. El dios no se olvidó de su creación y proporcionó a los hombres la luz de la razón y del progreso. Delito imperdonable para los impíos olímpicos, que no dudaron en su atroz condena y contemplaban impasibles desde su celeste morada el diario martirio del héroe, convertido así en el “justo doliente”, en símbolo de la rebeldía contra el tirano.
La imagen de Prometeo encadenado y picoteado por el águila me ha recordado a nosotros mismos, a los españoles —también a los griegos de nuestros días, y a los portugueses—, sometidos por el todopoderoso dios de los ricos podridos —los olímpicos de nuestros días— a todo tipo de recortes y vejaciones en derechos sociales y laborales, sufriendo en nuestras carnes la despiadada actuación de unos avarientos mercachifles que solo atienden al superávit de los menos mediante el saqueo, el empobrecimiento y la ruina de los demás.
En la tragedia de Esquilo, el héroe torturado resiste porque conoce el secreto que acabará con la tiranía que lo ha condenado, lo mantiene la seguridad de su liberación.  Nosotros, en cambio, resistimos con la esperanza de que el dios se apiade de nosotros y un día, por las buenas, suavice su opresión. Ilusos.


sábado, 21 de abril de 2012

sábado, 14 de abril de 2012

Manifiesto por una escuela laica

Zapatillas deportivas grises, pantalón de chándal negro, camiseta marrón,  Patroller Serve and Rescue la desgastada inscripción en la espalda. Viejo militante del socialismo. Entre 75 y ochenta años el hombre. Todo el peso de su cuerpo rechoncho sobre la pierna derecha, apoyados los gruesos antebrazos en la barra, dejado caer en ella con todo su ser, abultado el cogote, grandes las orejas y congestionado el rostro por la obesidad sobrevenida, boca ancha, voz rasposa, ante una copa de vino el hombre cuenta que ha aprendido en un cursillo a manejarse en internet y que le gusta meterse en las páginas de meteorología. Incapaz de decir meteorólogo, dice que no es astrónomo, y resume lo que nos espera:
—Dan agua hasta el día 22. Vamos a tener unas fiestas pasadas por agua. Hasta el 22.
Uno de los contertulios le pregunta cómo ha aprendido a manejarse con el cacharro ese:
—En un cursillo. Yo era analfabeto. Me enseñaron a leer mis hijos, porque en la escuela no me enseñaron más que a rezar.
            —Yo fui a la escuela —media el de antes, risueño, con ganas de charleta y sin enterarse de la misa la media —, y ni sé leer, ni escribir, ni rezar.
            —Pues ya llevaste mejor parte que yo, porque rezar no sirve para nada.


jueves, 12 de abril de 2012

El pescador de agua dulce debe morir


            Los domingos por la mañana, muy cerca del Rastro, un rincón de la plaza de Tirso de Molina amanece republicano y anarquista. El rojo—negro y el rojo—amarillo—morado son los colores dominantes en este territorio utópico y libertario. Se instalan en él unos cuantos tenderetes de libros, revistas, fanzines, vídeos y discos sobre la historia nacional, sobre el exilio y los combatientes antifranquistas, ensayos y biografías de resistentes, revolucionarios e indignados históricos, informes sobre el comercio justo y el injusto, tesis contra el capitalismo, historias de solidaridad y compromiso, propuestas  ecológicas y nuevas/viejas opciones para un mundo más libre, más justo, más de izquierdas, y menos mediatizado por el dinero y el consumismo. Regentan los puestos gentes alternativas, jóvenes antisistema, maduros indignados, mujeres antifascistas, y viejos militantes del republicanismo y los colectivos ácratas de la ciudad, y lo mismo puede uno comprarse una insignia o una pulsera tricolor, que un video sobre Felipe Sandoval, la última novela de Almudena Grandes o el ensayo de Francisco Ferrer i Guardia sobre la escuela moderna.
            De uno de esos tenderetes viene el libro del que quiero hablaros, una breve biografía novelada de un hombre que dedicó su vida, y su dinero, a la Idea, a la revolución: Laureano Cerrada, el empresario anarquista, de César Galiano Royo.
Nacido en 1902 en el seno de una familia pobre de Miedes, un pueblo de la sierra de Pela, al norte de Guadalajara, Laureano Cerrada emigró muy joven a Barcelona, donde en la década de los años 20 es ya un activo militante anarquista que anda en compañía de Salvador Seguí, el Noi del Sucre, y del maestro racionalista José Alberola, con quienes se curte en la organización de huelgas, en la fabricación de bombas y en las luchas callejeras contra los sicarios de los sindicatos libres burgueses. Tras el golpe militar del 18 de julio se le ve junto a Ascaso, Durruti y García Oliver en las jornadas revolucionarias del verano de la anarquía en Barcelona, donde ejercía como vigilante del apeadero de la calle Aragón. Elegido delegado cenetista de Vías y Obras, llevó a cabo una modélica autogestión de los Ferrocarriles de Cataluña, que sorprendió incluso al mismísimo Queipo de Llano. Pero acaban los días gloriosos de la revolución social, es imposible mantener el frente de Aragón, los golpistas entran en Barcelona y hay que batirse en retirada. Laureano Cerrada es uno más de la multitud de españoles que en los primeros días de 1939 cruza la frontera con Francia. Tras unos meses en el campo de Argèles-sur-Mer pasa a trabajar en una fundición en Chartres. Aquí empieza una nueva etapa de su vida, la más conocida.
Tras la ocupación de Francia en junio de 1940, Laureano Cerrada participa en la guerrilla contra los nazis: organiza redes de propaganda y de pisos francos, nutre arsenales clandestinos con armas robadas al ejército alemán, provee de papeles falsos a cientos de judíos y está en contacto con la Resistencia y con las organizaciones de republicanos españoles a los dos lados de la frontera. A mediados de la década del 40, nuestro hombre maneja cantidades millonarias. Su forma de vestir, sus costumbres y su modo de vida, sin embargo, son más que discretos. Nadie sabe de dónde ni cómo logró montar una empresa de transportes por camión, una agencia de viajes, garajes, hoteles e imprentas, ni cómo conseguía aquellas maletas llenas de billetes con que ayudó a españoles a establecerse en América, costeó congresos de la CNT y financió varios atentados fallidos contra Franco.
En 1950, LC fue expulsado de la CNT por temerario, por quimerista, por ir por libre, pero también por no aportar sus famosos billetes al sostenimiento del sindicato. Es hora de decir que LC fue un maestro en la falsificación. Todavía está por saber cómo en unos años el ferroviario de la calle Aragón se convirtió en un experto en artes gráficas. No sería muy descabellado pensar que en su primera formación tipográfica interviniera el MI5, el famoso Servicio de Inteligencia británico, que estaba en contacto con la Resistencia francesa y formaba a los resistentes en muy diversas técnicas. El caso es que de sus imprentas salían falsos papeles de identidad y de todo tipo —vales y cartillas de racionamiento, salvoconductos, escrituras y registros notariales—, pero especialmente billetes, españoles sobre todo, aunque también alemanes e italianos; nunca franceses, para evitar problemas con la policía del país que lo acogía.


Nuestro hombre pensaba, como tantos, que el dinero corrompe y ablanda voluntades, que hay que tener muy bien puestas las convicciones y la idea para no caer en la tentación. El dinero en sí mismo no tiene ningún valor: “Yo no [tengo miedo al dinero]. Me aprovecho de él, lo utilizo para hacer la Revolución”, afirmaba. Falsificar dinero era “atentar directamente al corazón del sistema capitalista”, así que dedicó sus imprentas mayormente a la fabricación de dinero que entró en el trasiego cotidiano y sirvió para mucho y para muchos.
Uno de sus trabajos merecería una buena novela o una buena película: en la primavera de 1945, LC viaja a Milán; por un contacto muy bien informado, se ha enterado de que una empresa  de Milán, Coen & Cartevalori, ha recibido el encargo del gobierno de Franco de fabricar billetes de 50 y de 100 pesetas. Pronto, además, se va a celebrar el primer congreso de la CNT en el exilio, y eso cuesta dinero. Es la ocasión de otro golpe. Así lo resume Galiano: “Y Cerrada se hizo con las planchas, claro está. Burló la vigilancia, se coló en el interior del edificio, se llevó lo que tenía que llevarse y se largó de allí tan tranquilo.” A los pocos días, desde un vehículo en marcha, dos hombres fueron arrojando fajos y fajos de billetes en las cunetas de la carretera desde San Sebastián hasta Zaragoza. Nadie sabe cuánto de ese dinero acabó circulando como legal.
¿Por qué el dinero del capitalista vale más que el dinero del anarquista? Contra la mentira del dinero, el dinero de mentira. De eso se trataba. Eso era también revolución. LC era un anarquista íntegro. Pudo haberse dedicado en Francia a la buena vida con sus billetes y sus empresas, fabricado una nueva identidad, olvidado de Franco y de la guerra perdida, pero no hubo manera. La única forma de acabar con su lucha revolucionaria fue pegarle cuatro tiros a la puerta del café Europa de París en una fría tarde de lluvia y viento de octubre de 1976.
¿Anarco-gánster? ¿Falsificador? ¿Delincuente? ¿Mafioso? ¿Terrorista-sindicalista? ¿Creso semianalfabeto? ¿El amo de la CNT? Nada de eso, diría yo. Luchador por otra forma de Estado. Idealista. Utopista. Anarquista puro y solitario. Solidario.
Hombres como LC me hacen reflexionar sobre el mundo en que vivimos, sobre estos días menguados de crisis, rescates, deuda nacional, recortes sociales y laborales, subidas de impuestos y desmantelamiento de lo público.
¿Estamos tontos o qué?, nos cuestionaría hoy Laureano Cerrada ¿No nos damos cuenta de que el dinero, en lugar de repartido e invertido en todos, lo está ahora en las manos y en las cuentas de unos pocos, y de que esos pocos quieren aún más del poco con que vamos tirando? ¿Se puede llamar a eso terrorismo económico o estoy equivocado? ¿No actúan como gánsteres exprimidores y extorsionadores? ¿No falsean a su favor el precio de las cosas? ¿No delinquen con sus cuentas opacas, con su dinero negro, con sus paraísos fiscales? ¿No se ponen de acuerdo para repartirse ganancias, países, productos? ¿No es terrorismo financiero que los brokers internacionales y las grandes corporaciones decidan a qué país le toca hoy? ¿No es delito que los bancos sean usureros por encima de lo justo? ¿No nos damos cuenta de que su dinero compra esclavos?
En fin, os aconsejo que leáis el libro de César Galiano sobre Laureano Cerrada y penséis en el valor y la prioridad que le dais al dinero en vuestra vida.
Salud.



miércoles, 8 de febrero de 2012

Revolución


En la última ordenación, al diccionario de don Juan Corominas le tocó el octavo anaquel, la gloria, lo más alto de la estantería. (Y lo más incordioso de consulta: he tenido que arrimar el sillón, descalzarme, subirme a él y mantener el equilibrio sobre cuatro ruedas difíciles de gobernar, pues —impelidas por sendos sistemas de fuerza que dirigen en un sentido, en una dirección y a una velocidad concretas, resultado de una compleja ecuación de equilibrios, pesos y medidas— cada una muestra sus propias querencias de movimiento y siempre está uno en el tris de malcaer y tatuarse el cuerpo de magulladuras.)

La palabra ‘revolución’ no viene en la tercera edición muy revisada y mejorada del breve Corominas que he bajado del estante, de “reverberar” salta a “rey”. Don Joan no se interesó por la revolución.

Amo esta isla, soy del Caribe

Toda revolución comienza con lucha. Con movimiento en sentido contrario o distinto al dominante.
Si consentimos la mentira sobre la realidad que vivimos y conocemos, mal les irá, no a los mentirosos, sino a los engañados, a los embaucados.

sigue llenando este minuto
de razones para respirar

Toda revolución es violenta, pero lo violento no significa, por naturaleza, por etimología, con armas y con sangre. Revoluciones armadas y sangrientas son las más habidas, pero también las hubo, y ha de haberlas, pacíficas, sin derramas de sangre y cárceles, ni exilios ni humillaciones.

te prometo que al despertar
tu mirada me hará feliz

Pretender gobernar el mundo y la vida de los ciudadanos —ser dueños y señores de naturaleza y sociedad—, es una insensatez perjudicial para la salud, aunque mayor insensatez me parece no revolucionarse y dar una lección a los insensatos que nos quieren tener en su puño de por vida.

Dónde yo nací
Dónde me crie
Dónde me formaron
¡Caramba,
cómo vine aquí!

La riqueza no puede estar muy repartida porque pierde valor. Eso piensan los ricos podridos. El dinero no es demócrata. Está por encima de todo. Es el ser poder. El omnipotente. El deseado. El supremo. El hacedor. El escondido. El primero. El último. El glorificado. El señor de la luz y las tinieblas, de los cielos y de los vientos, de los campos y las selvas, de las aguas, de los astros, de los animales y de los hombres. El valor de los valores. El fraude de los fraudes. La trampa. La idolatría.

Un homenaje a las ausencias
lo llena todo con tu presencia.

El otro día oí en la radio a un militante histórico de las comunidades campesinas andaluzas, entrevistado a propósito de las declaraciones del vástago de los Alba que añora tiempos feudales y siervos de la gleba: Hemos aceptado que hay tipos que compran el planeta, las sierras, los llanos, los bosques o las lagunas. No nos rebelamos contra esa ilegalidad: Cómo que usted ha pagado o recibido en herencia tal predio, cómo que toda esta finca es suya, ¿porque ha firmado papeles ante notario? Cómo que los campos y las aguas, las aves, las bestias y los hombres tienen dueño.

Si no nos rebelamos, nos revolucionamos, estamos condenados a la usura y avaricia de los adinerados.

Los ricos nos hacen ver qué se puede hacer con dinero, pero no abren el puño y lo reparten.

Si olvidamos la palabra revolución, apaga y vámonos.

lunes, 6 de febrero de 2012

Juicios y evidencias


Revisionismo histórico frente  a negacionismo, he ahí el caso que nos ocupa. El negacionismo es una distorsión ilegítima de la realidad y se vale, entre otras prácticas, de la falsificación de documentos, invención de motivos y consecuencias, adjudicación a otros de falsas conclusiones, manipulación de datos y tergiversación en la traducción de textos de otras lenguas. Hay negacionistas del holocausto judío, del armenio, de Ruanda y de los gulags rusos. También de las represalias franquistas.
Negar los datos que obran en la Audiencia Nacional sobre más de ciento catorce mil personas fusiladas y enterradas en fosas comunes es una chulería sarcástica que no debe pasarse por alto. ¿Cómo admitir a juicio que alguien niegue lo evidente y fehaciente?
Un sindicato cuyo nombre no voy a decir reivindica en su página web la libertad,  la justicia, la igualdad y el pluralismo político. En el quiénes somos del menú principal se presenta como un sindicato independiente, “no hipotecado por nada ni por nadie”, que además de por los derechos de sus afiliados promete luchar por la transparencia y la dignidad de los poderes públicos, y contra la corrupción política o económica que “lesione el interés público o general”.
Lo del no hipotecado por nada ni por nadie es para escamarse: un sindicato sin ideología, sin “idea” que defender, sin reivindicación, ni postura, ni valores de partida. ¿Como el viento libres? ¡Uy, qué peligro!
Hace unos días, en El Intermedio del Gran Wyoming, un muñeco que figuraba al comandantín —Paca, la culona, en versión Queipo de Llano— vociferaba contra la disgregación de los nacionalismos separatistas, cantaba canciones patrióticas y celebraba a los dictadores. Lo hacía frente a la sede del tribunal que juzga a Baltasar Garzón por prevaricar en el caso de su acusación de crímenes contra la humanidad, genocidio y violación de derechos humanos al aparato franquista responsable de la guerra civil y de la violenta, sistemática,  represión posterior. Hay muchos mayores en nuestro país que tienen memoria. Algunos de ellos declaran estos días en una sala de la Audiencia Nacional: hablan de su madre o de su padre, de hermanos, familiares y conocidos a los que un día se los llevaron para fusilarlos y  malenterrarlos en cualquier sitio.  Son más de 114.000. ¿Van a recuperar su individualidad y su dignidad personal o permanecerán sin reconocer en las fosas comunes? Lo primero es de justicia. Lo segundo es lo que pretenden quienes acusan al juez Garzón de prevaricador.
Quienes han llevado a juicio al juez son el supuesto sindicato ultraderechista cuyo nombre no diré, la falange eterna de las jons y una asociación entre cuyos objetivos primeros está el de “redescubrir la nación”. Estas organizaciones fueron orientadas sobre cómo hacer más efectiva la denuncia y el daño por un juez de apellido Varela, el mismo Luciano Varela que ha sentado en el banquillo a Garzón y lo juzga estos días. ¡Viva la imparcialidad de la justicia! ¡Esto sí que es redescubrir el país! Como se ve, en España todavía hay quien pretende legitimar con el derecho a quienes provocaron una guerra civil e impusieron una despiadada posguerra.
Los responsables han muerto, pero se les puede juzgar in absentia y condenar sus crímenes. Ese era, creo, el propósito de Garzón, que recogía, pienso, el de muchos miles de compatriotas que aún no han visto una decidida declaración institucional, de la Corona, del Ejército, del Parlamento y del Senado, de la Iglesia, que condene a los responsables de las fosas comunes, del exterminio de izquierdistas, del encarcelamiento, la persecución, la humillación, el  silencio y el exilio de tantos españoles.
¿Quién es el prevaricador? ¿el acusado o el acusador? El acusador niega la realidad: asesinar a miles y miles de españoles bajo acusación de izquierdistas nunca pasó, no hubo tales hechos, eso es una invención. Que hubo represalias inmediatas y posteriores al 18 de julio de 1936 no lo negará ningún historiador solvente, y si se atreve, que empiece documentándose en los archivos municipales y judiciales. Los de Torrecampo, por ejemplo, y hallará testimonio de la limpieza franquista.
El silencio no cierra las heridas. Ni el tiempo, como se ve en este caso; lo hace la recuperación de la dignidad y del derecho a que descendientes y ciudadanos solidarios puedan honrar a sus desaparecidos. 

viernes, 20 de enero de 2012

Gente ancha de conciencia


            Se levantaron temprano. Ella a su trabajo en la residencia de ancianos. Él a su mester en la huerta: después de echar el pienso a las gallinas y los gatos, encendió la candela, se sirvió un café del termo y se dispuso a pasar la mañana entretenido en El coloquio de los perros.
A Cipión y Berganza, dos perros que guardan el Hospital de la Resurrección de Valladolid, les concede el cielo el don de la palabra y el raciocinio durante una noche, que  aprovechan para hablar de sus experiencias con los hombres en razonables juicios y concertadas apreciaciones.
Recuerdan ambos canes al comienzo de su coloquio la alta consideración en que los humanos tienen a los de su raza por su mucha memoria, su claro entendimiento y su gran fidelidad.
Cipión teme que el prodigio de hablar dos perros sea augurio de una cercana calamidad, y aquí asoma ya el humor cervantino con un chiste sobre los dos mil estudiantes para médico que hay solo en Valladolid: o se mueren de hambre por los muchos que son, o tienen todos enfermos que curar, y esa es mayor calamidad aún.
Para que la noche de conversa no se les vaya en divagaciones y murmuraciones, propone Cipión un hilo conductor: “Sea esta la manera, Berganza amigo; que esta noche me cuentes tu vida y los trances por donde has venido al punto en que ahora te hallas.”
Al Cervantes hombre ya se le va conociendo el ton desde estos primeros sones, pues no desaprovecha compás para dejarnos una verdad universal, una sentencia, un buen consejo: “Mejor será gastar el tiempo en contar las propias que en saber las ajenas vidas.” Declaración de principios moral —no es la única de la novela—, censora de las chismorrerías y maledicencias que al propio Cervantes le acarrearon pesares y quebrantos, pero también principio artístico, proclama poética: el escritor ha de hacerlo sobre sí mismo, desde su experiencia vital. La literatura es el yo, la mirada de alguien desde la ventana de su habitación.
            El relato de la vida de Berganza principia en el matadero de Sevilla y con su primer amo, el matarife Nicolás el Romo. El perro hablador describe así el ambiente de aquel barrio más bien con la suya propia que al margen de la ley: “Todos cuantos en él trabajan, desde el menor hasta el mayor, es gente ancha de conciencia, desalmada, sin temor al Rey ni a su justicia”. Ladrones y siseros redomados, criminales impunes, pendencieros y valentones que campaban por sus fueros en una ciudad que acogía a gentes de toda la escala social, ennortada por el color del dinero, del comercio y del cambalache. Gente ancha de conciencia. Y de manga.
Advierte luego Cipión de las dos calidades de cuentos que existen: los que dan contento por sí mismos, y los que por desmayados y flojos necesitan retoques y aderezos para no acabar en naderías. Para entonces ya se nos ha hablado de las tretas o ardides para sacarle a alguien más dinero del que está obligado a dar por algo, de las socaliñas; y dejado otro aviso contra las murmuraciones y calumnias: “Vete a la lengua —pide Cipión a su compadre—, que en ella consisten los mayores daños de la humana vida.”
Retoma Berganza el hilo de su vida de perro de muchos amos. Del Matadero de Sevilla a pastor de ovejas, carlanca al cuello, motivo –el del erizado collar—que aprovecha Berganza-Cervantes para una consideración sobre “la necesidad de los humildes y los que poco pueden, de defenderse de los poderosos.” Y de nuevo, entreverada, la poética cervantina, la metaliteratura, al reconocer lo difícil que resulta escribir sin satirizar un tanto. Y nueva máxima contra chismes y hablillas: “No es buena la murmuración, aunque haga reír a muchos, si mata a uno.”
Tras una desmitificación de la vida pastoril, anticipa Berganza el asunto de la Camacha de Montilla y prosigue el cuento de aquellos bucólicos días, que acaban cuando descubre que los lobos que menguan el rebaño no son los tales, sino los hombres, los pastores, para alimentarse a escondidas. Vuelve entonces a Sevilla, al vagabundeo, al hambre y a los palos callejeros, hasta que es recogido por un rico mercader. Nuevos días de gloria y de regalo; incluso obtiene el privilegio de asistir con los hijos de su amo al estudio de los jesuitas, de quienes pondera el amor y entrega a sus discípulos, su disposición y su ingenio pedagógico, la suavidad de sus riñas, su misericordia en el castigo, su ejemplaridad, su incitación al bien y censura de los vicios, su prudencia, honestidad, fe cristiana y humildad. El antiguo alumno de los jesuitas tiene las mejores palabras para sus maestros de escuela.
Por servir de distracción a los estudiantes, Berganza vuelve a la cadena en casa del mercader, donde tiene tiempo para repasar los conocimientos adquiridos en el estudio y hasta para meter la puya en el cogote de los falsos eruditos que empiedran de latines sus discursos sin saber qué están diciendo.
Para no perder el hilo, Cipión pide a Berganza que no se entretenga en los primeros pépinos y vaya de golpe con lo principal, con el discurso de su vida, que sufre otro avatar al sorprender la conducta licenciosa de una criada de la casa. Los pies en polvorosa lo dejan ante un alguacil, amigo por cierto del jifero Nicolás el Romo. La fortuna es variable, constata Berganza: “Ayer me vi estudiante, y hoy me ves corchete.”
Este alguacil era un prenda, compinche de un escribano y de unas mujeres de buen ver,  con “mucho de desenfado y de taimería putesca”, y todos estaban conchabados para aprovecharse de los incautos y sacarles el último maravedí.
Nueva huida de Berganza, que se enrola en Mairena en una compañía de soldados con los que aprende volatines y trucos circenses de perro sabio. Fue así como llegó a Montilla y conoció a la Cañizares, una vieja bruja que lo tenía por perro encantado. Pasa luego Berganza a la provincia de Granada, y después de tres semanas con unos gitanos, encuentra acogida en la huerta de un morisco, de quien termina huyendo para caer con un poeta hambriento y malo, su último amo, antes de llegar a Valladolid y conocer a Cipión.
Hasta aquí el cuento. Conocemos la peripecia, las idas y las venidas del perro Berganza, y de paso hemos recorrido una galería humana de tipos indeseables, embusteros, crueles y egoístas, cuando no ladrones o asesinos.
Famosa ya dentro y fuera del reino la primera parte del Quijote y en marcha la segunda, El Manco de Lepanto ofrece otro espléndido fruto a sus 66. Las ejemplares son unas novelas novedosas, aunque de padres y abuelos bien conocidos. Tomó Cervantes las narraciones italianas de moda y las aprovechó para asentar el nuevo género de la novela corta, como asegura en el prólogo. Sabía que estaba haciendo historia, creando algo nuevo a partir de la tradición: “Yo soy el primero que ha novelado en lengua castellana, que las muchas novelas que en ella andan impresas, todas son traducidas de lenguas extranjeras [...] mi ingenio las engendró, y las parió mi pluma, y van creciendo en los brazos de la estampa.”
Hay quien piensa que la ejemplaridad de estas novelas viene por la íntima, y legítima, aspiración del autor  a ser ubicado en un escalón más alto: el conocimiento del alma humana y la maestría técnica de su Quijote eran su carta ejecutoria. Que no lo ningunearan y que lo incluyeran entre los ilustres hombres sabios e ingeniosos de la República de las Letras, esa era la íntima congoja y el legítimo empeño cervantino. Pretendía una vejez digna y honorable como escritor y como individuo, a salvo de las inquinas y la mala voluntad de algunas lenguas que conocían sus antecedentes personales y familiares. Muchas páginas se han escrito y más se escribirán sobre los últimos años de Miguel de Cervantes, pero no es su vejez lo que nos interesa ahora.
Estábamos con Cipión y Berganza en el hospital de la Resurrección. La novela fue escrita probablemente en Valladolid hacia 1604, en los 57/58 años de Cervantes. Se la puede presentar como una novela picaresca dialogada —autobiografía del protagonista, recorrido por la escala social y profesional, mirada satírica sobre el ser humano—, que sirvió a su autor de íntimo desahogo por su desventurada vida: los fracasos personales, los devaneos de Las Cervantas, las mujeres de su familia, los encarcelamientos, la inestabilidad económica, sus vanos intentos en el teatro, llevan al escritor a momentos de amargura y pesimismo, a no creer en sus semejantes, a lanzar contra ellos las saetas de la sátira y la crítica moral, de manera que podemos interpretar biográficamente El coloquio de los perros como la imagen del alma dolorida, y ejemplar, de Miguel de Cervantes frente a la delincuente realidad ambiente.  De ahí que ninguno de los amos de Berganza se libre de la quema.
Antes de echar el candado, escribe el hortelano unas apuntaciones en un cuaderno de tapas negras, se asegura de haber apagado bien el fuego, corta y limpia la última col de la temporada, se mete bajo el brazo un cartón con una docena de huevos y sale a la carretera de vuelta a casa. Magnífico azul en el cielo y temperatura casi de primavera.
Mientras espera que ella vuelva para comer juntos, enciende el ordenador y mira el correo: cinco mensajes de amigos con buenos deseos para el nuevo año y archivos adjuntos con chistes sobre corruptos de estos días menguados.
Nada nuevo bajo el sol, se dice. Los truhanes alguaciles y escribanos cervantiles, son ahora especuladores sin escrúpulo, presidentes o directores generales, y hasta excelentísimos señores duques, aunque menudean más los concejales de urbanismo. Gente experta en socaliñas, en el habet bovem in lingua con que los antiguos señalaban al que aceptaba dinero por callar o mirar a otra parte, veteranos en el interesado intercambio de favores, en el háceme la barba y hacerte he el copete, como diría Cervantes. Gente ancha de conciencia.
Y luego vino ella muy cansada de trabajar, y comieron juntos y sestearon felices, y urdangarín urdangarado, ese cuento se te ha acabado. 


http://www.youtube.com/watch?v=33ArSY1MQD8