domingo, 29 de abril de 2012

Prometeo somos todos


Después de leer los correos del día (un informe sobre la empresa sanitaria del marido de la señora Cospedal, un artículo censurado sobre la inocente infanta Cristina y el descarado Urdangarín, una muy didáctica presentación sobre las consecuencias y los paganos de la amnistía fiscal a los grandes delincuentes, un chiste sobre el rey y los elefantes, otra copia de Hay alternativas, una propuesta popular para la reforma del régimen económico y fiscal de diputados—diputadas nacionales), y para descansar de mis últimas lecturas —el segundo tomo de La guerra civil, de Hugh Thomas, los diarios de Victor Kemplerer—, anoche leí Prometeo encadenado, atribuida al poeta trágico Esquilo.
Preside la escena de principio a fin Prometeo, encadenado a una roca en el Cáucaso por haber robado unas ascuas de la candela olímpica para entregárselas a los hombres. El castigo impuesto por Zeus incluye también un águila que a diario hunde su pico en las entrañas del héroe y se le come el hígado, que por las noche vuelve a regenerársele para que al día siguiente el pajarraco siga con su festín, y así por siempre. Terrible castigo, inmenso dolor y sufrimiento para este benefactor de la humanidad que tenía a los olímpicos más que cabreados.
Pero Prometeo no es solo el ladrón del fuego divino, además del calor y de la luz que llevó a la oscuridad de las cavernas en que vivían como animales, enseñó a los hombres el arte de la fabricación de herramientas y utensilios, la técnica de la construcción de casas, la ciencia de los números y de las letras, la práctica de la agricultura, de la construcción de barcos y de la adivinación de los sueños. Sí, el olímpico Prometeo era el benefactor de la raza humana, y lo era porque él mismo la había creado insuflando aliento vital a una pella de arcilla que había modelado con sus manos. El dios no se olvidó de su creación y proporcionó a los hombres la luz de la razón y del progreso. Delito imperdonable para los impíos olímpicos, que no dudaron en su atroz condena y contemplaban impasibles desde su celeste morada el diario martirio del héroe, convertido así en el “justo doliente”, en símbolo de la rebeldía contra el tirano.
La imagen de Prometeo encadenado y picoteado por el águila me ha recordado a nosotros mismos, a los españoles —también a los griegos de nuestros días, y a los portugueses—, sometidos por el todopoderoso dios de los ricos podridos —los olímpicos de nuestros días— a todo tipo de recortes y vejaciones en derechos sociales y laborales, sufriendo en nuestras carnes la despiadada actuación de unos avarientos mercachifles que solo atienden al superávit de los menos mediante el saqueo, el empobrecimiento y la ruina de los demás.
En la tragedia de Esquilo, el héroe torturado resiste porque conoce el secreto que acabará con la tiranía que lo ha condenado, lo mantiene la seguridad de su liberación.  Nosotros, en cambio, resistimos con la esperanza de que el dios se apiade de nosotros y un día, por las buenas, suavice su opresión. Ilusos.


sábado, 21 de abril de 2012

sábado, 14 de abril de 2012

Manifiesto por una escuela laica

Zapatillas deportivas grises, pantalón de chándal negro, camiseta marrón,  Patroller Serve and Rescue la desgastada inscripción en la espalda. Viejo militante del socialismo. Entre 75 y ochenta años el hombre. Todo el peso de su cuerpo rechoncho sobre la pierna derecha, apoyados los gruesos antebrazos en la barra, dejado caer en ella con todo su ser, abultado el cogote, grandes las orejas y congestionado el rostro por la obesidad sobrevenida, boca ancha, voz rasposa, ante una copa de vino el hombre cuenta que ha aprendido en un cursillo a manejarse en internet y que le gusta meterse en las páginas de meteorología. Incapaz de decir meteorólogo, dice que no es astrónomo, y resume lo que nos espera:
—Dan agua hasta el día 22. Vamos a tener unas fiestas pasadas por agua. Hasta el 22.
Uno de los contertulios le pregunta cómo ha aprendido a manejarse con el cacharro ese:
—En un cursillo. Yo era analfabeto. Me enseñaron a leer mis hijos, porque en la escuela no me enseñaron más que a rezar.
            —Yo fui a la escuela —media el de antes, risueño, con ganas de charleta y sin enterarse de la misa la media —, y ni sé leer, ni escribir, ni rezar.
            —Pues ya llevaste mejor parte que yo, porque rezar no sirve para nada.


jueves, 12 de abril de 2012

El pescador de agua dulce debe morir


            Los domingos por la mañana, muy cerca del Rastro, un rincón de la plaza de Tirso de Molina amanece republicano y anarquista. El rojo—negro y el rojo—amarillo—morado son los colores dominantes en este territorio utópico y libertario. Se instalan en él unos cuantos tenderetes de libros, revistas, fanzines, vídeos y discos sobre la historia nacional, sobre el exilio y los combatientes antifranquistas, ensayos y biografías de resistentes, revolucionarios e indignados históricos, informes sobre el comercio justo y el injusto, tesis contra el capitalismo, historias de solidaridad y compromiso, propuestas  ecológicas y nuevas/viejas opciones para un mundo más libre, más justo, más de izquierdas, y menos mediatizado por el dinero y el consumismo. Regentan los puestos gentes alternativas, jóvenes antisistema, maduros indignados, mujeres antifascistas, y viejos militantes del republicanismo y los colectivos ácratas de la ciudad, y lo mismo puede uno comprarse una insignia o una pulsera tricolor, que un video sobre Felipe Sandoval, la última novela de Almudena Grandes o el ensayo de Francisco Ferrer i Guardia sobre la escuela moderna.
            De uno de esos tenderetes viene el libro del que quiero hablaros, una breve biografía novelada de un hombre que dedicó su vida, y su dinero, a la Idea, a la revolución: Laureano Cerrada, el empresario anarquista, de César Galiano Royo.
Nacido en 1902 en el seno de una familia pobre de Miedes, un pueblo de la sierra de Pela, al norte de Guadalajara, Laureano Cerrada emigró muy joven a Barcelona, donde en la década de los años 20 es ya un activo militante anarquista que anda en compañía de Salvador Seguí, el Noi del Sucre, y del maestro racionalista José Alberola, con quienes se curte en la organización de huelgas, en la fabricación de bombas y en las luchas callejeras contra los sicarios de los sindicatos libres burgueses. Tras el golpe militar del 18 de julio se le ve junto a Ascaso, Durruti y García Oliver en las jornadas revolucionarias del verano de la anarquía en Barcelona, donde ejercía como vigilante del apeadero de la calle Aragón. Elegido delegado cenetista de Vías y Obras, llevó a cabo una modélica autogestión de los Ferrocarriles de Cataluña, que sorprendió incluso al mismísimo Queipo de Llano. Pero acaban los días gloriosos de la revolución social, es imposible mantener el frente de Aragón, los golpistas entran en Barcelona y hay que batirse en retirada. Laureano Cerrada es uno más de la multitud de españoles que en los primeros días de 1939 cruza la frontera con Francia. Tras unos meses en el campo de Argèles-sur-Mer pasa a trabajar en una fundición en Chartres. Aquí empieza una nueva etapa de su vida, la más conocida.
Tras la ocupación de Francia en junio de 1940, Laureano Cerrada participa en la guerrilla contra los nazis: organiza redes de propaganda y de pisos francos, nutre arsenales clandestinos con armas robadas al ejército alemán, provee de papeles falsos a cientos de judíos y está en contacto con la Resistencia y con las organizaciones de republicanos españoles a los dos lados de la frontera. A mediados de la década del 40, nuestro hombre maneja cantidades millonarias. Su forma de vestir, sus costumbres y su modo de vida, sin embargo, son más que discretos. Nadie sabe de dónde ni cómo logró montar una empresa de transportes por camión, una agencia de viajes, garajes, hoteles e imprentas, ni cómo conseguía aquellas maletas llenas de billetes con que ayudó a españoles a establecerse en América, costeó congresos de la CNT y financió varios atentados fallidos contra Franco.
En 1950, LC fue expulsado de la CNT por temerario, por quimerista, por ir por libre, pero también por no aportar sus famosos billetes al sostenimiento del sindicato. Es hora de decir que LC fue un maestro en la falsificación. Todavía está por saber cómo en unos años el ferroviario de la calle Aragón se convirtió en un experto en artes gráficas. No sería muy descabellado pensar que en su primera formación tipográfica interviniera el MI5, el famoso Servicio de Inteligencia británico, que estaba en contacto con la Resistencia francesa y formaba a los resistentes en muy diversas técnicas. El caso es que de sus imprentas salían falsos papeles de identidad y de todo tipo —vales y cartillas de racionamiento, salvoconductos, escrituras y registros notariales—, pero especialmente billetes, españoles sobre todo, aunque también alemanes e italianos; nunca franceses, para evitar problemas con la policía del país que lo acogía.


Nuestro hombre pensaba, como tantos, que el dinero corrompe y ablanda voluntades, que hay que tener muy bien puestas las convicciones y la idea para no caer en la tentación. El dinero en sí mismo no tiene ningún valor: “Yo no [tengo miedo al dinero]. Me aprovecho de él, lo utilizo para hacer la Revolución”, afirmaba. Falsificar dinero era “atentar directamente al corazón del sistema capitalista”, así que dedicó sus imprentas mayormente a la fabricación de dinero que entró en el trasiego cotidiano y sirvió para mucho y para muchos.
Uno de sus trabajos merecería una buena novela o una buena película: en la primavera de 1945, LC viaja a Milán; por un contacto muy bien informado, se ha enterado de que una empresa  de Milán, Coen & Cartevalori, ha recibido el encargo del gobierno de Franco de fabricar billetes de 50 y de 100 pesetas. Pronto, además, se va a celebrar el primer congreso de la CNT en el exilio, y eso cuesta dinero. Es la ocasión de otro golpe. Así lo resume Galiano: “Y Cerrada se hizo con las planchas, claro está. Burló la vigilancia, se coló en el interior del edificio, se llevó lo que tenía que llevarse y se largó de allí tan tranquilo.” A los pocos días, desde un vehículo en marcha, dos hombres fueron arrojando fajos y fajos de billetes en las cunetas de la carretera desde San Sebastián hasta Zaragoza. Nadie sabe cuánto de ese dinero acabó circulando como legal.
¿Por qué el dinero del capitalista vale más que el dinero del anarquista? Contra la mentira del dinero, el dinero de mentira. De eso se trataba. Eso era también revolución. LC era un anarquista íntegro. Pudo haberse dedicado en Francia a la buena vida con sus billetes y sus empresas, fabricado una nueva identidad, olvidado de Franco y de la guerra perdida, pero no hubo manera. La única forma de acabar con su lucha revolucionaria fue pegarle cuatro tiros a la puerta del café Europa de París en una fría tarde de lluvia y viento de octubre de 1976.
¿Anarco-gánster? ¿Falsificador? ¿Delincuente? ¿Mafioso? ¿Terrorista-sindicalista? ¿Creso semianalfabeto? ¿El amo de la CNT? Nada de eso, diría yo. Luchador por otra forma de Estado. Idealista. Utopista. Anarquista puro y solitario. Solidario.
Hombres como LC me hacen reflexionar sobre el mundo en que vivimos, sobre estos días menguados de crisis, rescates, deuda nacional, recortes sociales y laborales, subidas de impuestos y desmantelamiento de lo público.
¿Estamos tontos o qué?, nos cuestionaría hoy Laureano Cerrada ¿No nos damos cuenta de que el dinero, en lugar de repartido e invertido en todos, lo está ahora en las manos y en las cuentas de unos pocos, y de que esos pocos quieren aún más del poco con que vamos tirando? ¿Se puede llamar a eso terrorismo económico o estoy equivocado? ¿No actúan como gánsteres exprimidores y extorsionadores? ¿No falsean a su favor el precio de las cosas? ¿No delinquen con sus cuentas opacas, con su dinero negro, con sus paraísos fiscales? ¿No se ponen de acuerdo para repartirse ganancias, países, productos? ¿No es terrorismo financiero que los brokers internacionales y las grandes corporaciones decidan a qué país le toca hoy? ¿No es delito que los bancos sean usureros por encima de lo justo? ¿No nos damos cuenta de que su dinero compra esclavos?
En fin, os aconsejo que leáis el libro de César Galiano sobre Laureano Cerrada y penséis en el valor y la prioridad que le dais al dinero en vuestra vida.
Salud.