domingo, 16 de agosto de 2020

Traduttore, traditore!



“Del lugar ya hemos hablado: se trataba de un pequeño montículo situado detrás del palacio de los Leopardi, de una especie de quilla de barco con la que la ciudad de Recanati rompía aquel inmenso mar de tierras de Las Marcas. Un montecillo silencioso, retirado, con algunos pinos de espesa copa en los que el viento gemía y un seto que, a veces, según la posición del visitante, privaba a la mirada de la infinitud del paisaje lejano. A este lugar apartado asistía el poeta con frecuencia en los días de fracaso” (Antonio Colinas, «Introducción» a Poesía y prosa, de Giacomo Leopardi. Ed. Alfaguara, 1979).



 


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Sempre caro mi fu quest'ermo colle,
e questa siepe, che da tanta parte
dell'ultimo orizzonte il guardo esclude.
Ma sedendo e mirando, interminati
spazi di là da quella,e sovrumani
silenzi, e profondissima quiete
io nel pensier mi fingo, ove per poco
il cor non si spaura. E come il vento
odo stormir tra queste piante, io quello
infinito silenzio a questa voce
vo comparando: e mi sovvien l'eterno,
e le morte stagioni, e la presente
e viva, e il suon di lei. Così tra questa
immensità s'annega il pensier mio:
e il naufragar m'è dolce in questo mare.

 (Recanati, septiembre 1819)
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Siempre caro me fue este solitario cerro
y estos arbustos que tanta parte
del lejano horizonte a la vista esconden.
Mas sentado, y mirando, interminables
espacios más allá, y sobrehumanos
silencios, y profundísima quietud
veo en mi imaginación, donde
el corazón no llega a sentir miedo. Y como el viento
oigo susurrar entre las plantas, aquel
infinito silencio a esta voz
voy comparando; y me acuerdo de lo eterno,
y de las muertas estaciones, y de ésta, presente
y viva, y de su música. De esa
inmensidad se anega mi pensamiento:
y me es dulce naufragar en ese mar.

                                       (Traducción: Pérez Zarco)

sábado, 1 de agosto de 2020

El puerto (XLI)

Un puerto es un sitio ideal para un alma fatigada por las luchas de la vida. La amplitud del cielo, la arquitectura móvil de las nubes, los colores cambiantes del mar, el centelleo de los faros, son un prisma maravillosamente adecuado para distraer los ojos sin cansarlos nunca. Las formas estilizadas de los barcos, de complicado aparejo, a los que la marejada imprime oscilaciones armoniosas, sirven para mantener en el alma el gusto por el ritmo y la belleza. Y además, sobre todo, hay una especie de placer misterioso y aristocrático, en aquel que ya no tiene curiosidad ni ambición, cuando contempla, recostado en el mirador o acodado en el muelle, todos los movimientos de quienes se van o de quienes regresan, de los que aún tienen fuerza para querer, deseo de viajar o de enriquecerse.


Vista del puerto de Honfleur