jueves, 31 de julio de 2008

7 de enero

Ayer mismo proclamaba a los tres vientos de la barra llevar tres días sin fumar. Apenas tres días y ya hablaba de lo bien que dormía. Un parroquiano, perro viejo en esto del humo, habló de gatos que subían por las paredes. Yo callaba, escuchaba y le daba caladas a mi cigarrillo.
Hoy, antes de que me pusiera la segunda cerveza, le he preguntado si estaba bueno el tabaco. El camarero, un muchacho de veintipocos años, expiraba el humo del su cigarrillo con el pecho henchido, como si fuera un héroe en desfile triunfal.
Entre los fumadores no hay fraternidad y uno se alegra del fracaso ajeno.

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