jueves, 31 de julio de 2008

Año nuevo, propósito viejo


Hoy es cinco de enero. Después de comer he salido con mi hija para completar nuestros regalos de Reyes. Paula acaba de cumplir 17 años y no desperdicia ocasión de llamarme viejo, calvo, gordo, cateto y demás cargos que los adolescentes arrojan a sus padres. Esta tarde me perfumé para salir con ella, colonia Fahrenheit, pero lo que a mí me huele a rico, a ella le parece otra cosa:
- Hueles a viejo.
Cuando no es el aspecto físico o la forma de vestir o de mirar y gesticular, es el memorial de agravios, y allá que entran a saco los hijos y nos dan el hachazo, como ellos dicen.
De vuelta a casa, Paula ha tirado de su listín de temas para zaherir a papá. Le tocó a los cigarrillos:
- Estoy en trámites –le aseguré, pensando en la casualidad de haber empezado este cuaderno anoche.
- Todos los años dices lo mismo y todavía fumas.
- Hagamos una apuesta. Te aseguro que voy a dejar los cigarrillos. Estoy en trámites, de verdad.
- Vale. Si dejas de fumar, yo dejaré de meterme contigo.
Me froté las manos ante las expectativas: mi hija dejará de lanzarme puyas. No me digan que no le ven las ventajas.

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