jueves, 31 de julio de 2008

Un cuento y un epílogo


Momento de renuncia y desamor. ¿Cómo sublimar este fiero combate interior que me agita? ¿Cómo llamar ahora a estas ansias de ti? ¿Cómo expresar esta historia de amor adulterado en que tantos años hemos consumido?
Nuestro impetuoso amor juvenil derivó en rutinaria costumbre de estar juntos y soportar mutuamente nuestras miserias. Sí, porque tú tampoco eres perfecta, ni puedes presumir de limpieza y buena fe en tu relación conmigo. A partir de ahora no debes dudar del firme propósito que tengo de airear nuestra relación e ir dejando anotadas en este cuaderno las circunstancias que nos han conducido al momento y situación presentes. Ten por seguro que el silencio, por mi parte, se ha roto, y que ningún hecho o actitud tuya, por minúsculo que parezca, va a dejar de ser registrado por mí con la minuciosidad de un notario.
Fíjate en lo que ha ocurrido esta noche. Cuando andaba atareado en mi habitación, te has presentado en silencio y has comenzado a acariciar mi cabeza. Pero, ¿qué ha ocurrido al final? Que estás durmiendo sola. Sin tocar por mí, aunque te adivino clamando en sueños para que mis manos y mi boca te ayuden a calmar la voracidad que sientes. ¿Que no esperabas estas palabras de mí? ¿Acaso las esperabas de otro?
Qué ridícula te veías anoche, despertándome de madrugada y susurrándome obscenidades al oído. Me he alegrado esta mañana de no ceder una vez más, como tantas veces ha ocurrido. No siento compasión alguna por ti en días tan difíciles como estos. ¿Acaso la has sentido tú por mí todos estos años?
He tenido buena maestra. Y empiezo a disfrutar íntimamente por saber que puedo prescindir de ti, vivir separado de tu cuerpo y de tu aroma de hembra en celo. Tan débil y tan cobarde me has hecho, que no se te ocurrió pensar en la posibilidad de que algún día me rebelara. Muy atado creías tener a tu hombre. Pero ya estás comprobando que ningún lazo puede retener amores fingidos. Tarde o temprano, acaba luciendo la verdad de todo asunto. Y la del nuestro ha llegado. Y con fecha exacta: 10 de febrero.
Esta tarde, cuando hemos salido a pasear por la ribera del Guadalmez, ni siquiera te he dirigido la palabra. Verdaderamente no me apetecía. Ni siquiera me había parecido bien que hubieras decidido subirte al coche a última hora. Como habrás podido comprobar durante el paseo, el río es mucho más gratificante que tú.
Tu tenacidad me asombra, he de reconocerlo. Yo nunca hubiera salido corriendo detrás de alguien, como si fuera una gallina celosa. Así te comportaste luego, cuando llegué al bar de la esquina para ver el partido de fútbol por la televisión. ¿Qué esperabas? ¿Meterme otro gol en un momento de despiste?
Cuando me acosas así, qué ridículamente te comportas. Estoy seguro de que te prostituirías para conseguirme. Estoy seguro. Pero yo estaría dispuesto a más, a cualquier cosa, con tal de que desaparecieras definitivamente de mi vida. No le temo a los viajes en solitario.
Reconoce que eres una zorra, y que un tipo como yo, educado en valores y crecido en pueblos serranos, desespere de ti. ¡Cómo puedes ser tan p.! No acabo de entender ese andar tuyo de mano en mano y de boca en boca. Un hombre como Dios manda no debe vivir tan atado a una mujer lasciva y fácil como tú, que se entrega sin reparos a todos los cuerpos que se cruzan en su camino.
No me importa reconocer -ahora me siento fuerte- los buenos momentos que pasé contigo, todas las horas felices que viví envuelto en la calidez de tus perfumes, besándote, acariciándote entrándote en mí, envenenado con tu presencia, enfebrecido en tu ausencia.
¿Qué le queda a quien ha pasado una intensa noche junto a ti? Cansancio y malestar. Mal sueño. Un inquieto y atosigante sinestar. Una hiriente conciencia de fracaso en la búsqueda de la pureza del paraíso.
Pero qué bien me sienta ahora despreciarte, y ver cómo inútilmente me sigues acechando en las esquinas afiladas de la noche, mujer fatal, puta nicotina, venenoso amor de mi vida.

EL EPÍLOGO a esta sincera y enfebrecida carta de renuncia y desamor no puede ser otro que el magnífico cigarrillo de tabaco rubio sin boquilla que ahora me dispongo a incinerar.

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