jueves, 7 de agosto de 2008

Recaída y reflexión

Como un zombi he subido por el bulevar, me he sentado en la terraza del bar de José, le he pagado el cubata antes de que me lo sirviera y he acudido a la expendedora: tres cigarrillos seguidos. De vuelta a casa he tirado el paquete a un contenedor.
De esta recaída he aprendido dos cosas:
. Primera: se puede vivir sin cigarrillos, como he comprobado en estos siete días.
. Segunda: me podía haber ahorrado esta anotación delatoria de mi blandenguería respecto al tabaco.
Durante estos días de abstinencia he conocido dos estados de ánimo: tranquilidad hasta el tercer o cuarto día y necesidad imperiosa de mantenerme ocupado, sobre todo en actividades físicas o manuales. Esta tarde, por ejemplo, cuando oí la poderosa voz de la madame tentándome en pleno bochorno de la siesta me he subido al coche y he ido a un pueblo vecino para comprar una lámpara halógena que he colocado en el techo del cuarto de baño. Terminé empapado de sudor, como de haber corrido los milquinientos vallas, pero triunfante al ver que la bombilla ardía y que la madame se había quedado muda. Pequeñas proezas, pero así es la épica del fumeta que quiere dejar de serlo.

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