La semana pasada, junto a dos o tres novelas policíacas prescindibles en mis estantes, hice donación a la biblioteca pública de un ensayo, también prescindible, de André Glucksmann sobre la estupidez. Al día siguiente, entre risas, acertados comentarios y unas cervezas de por medio, unos amigos elogiaron (y me prestaron) otro ensayo sobre la estupidez, que leí esa misma noche y que procuraré añadir a mis estantes -no es que la estupidez esté de moda: estúpidos los ha habido, los hay y los habrá siempre-, para hojearlo de vez en cuando y pasar un buen rato el poco tiempo que se tarda en leerlo, pues el libro no llega a las 90 páginas. Me refiero a Allegro ma non troppo, del economista –y humorista- italiano Carlo Maria Cipolla. Componen el breve volumen dos ensayos, un apéndice de gráficas y un prólogo donde el autor, sólo para empezar, deja claros sus conceptos sobre la tragedia y la comedia del vivir, el humorismo, la ironía y el chiste fácil.
Escribo esta entrada en la terraza en sombra del restaurante La Cañada, junto a la carretera de mi pueblo hacia las tierras manchegas. Son las diez y media de la mañana, corre una brisa fresca y las golondrinas revolotean por todos lados, rozando casi la grava de la explanada del aparcamiento; de vez en cuando cruza un gorrión como con prisa, como si a última hora hubiera olvidado un recado al que acude con presura. A mis espaldas, en su jaula blanca, parlotea una cacatúa. Limitado por la Sierra del Mochuelo, que se alarga azulona desde las riberas del San Juan hasta Santa Eufemia, domina el amarillo, el dorado de los rastrojos con los lingotes diseminados de las pacas de mies, salpicado aquí y allá con las manchas verdes de los olivos y de los frutales de las huertas. En esta hora fresca y pajarera de la mañana de julio, pienso en la pimienta y en la estupidez.
El primer ensayo de Cipolla, dedicado al papel de las especias (y de la pimienta en particular) en el desarrollo económico de la Edad Media, sorprende ya desde sus primeras páginas, donde nos explica con el desparpajo y la sencillez del experto historiador economista que la caída del Imperio Romano se debió, como también sostiene un sociólogo estadounidense, no a la intervención de la providencia divina para contrarrestar el paganismo y fomentar la doctrina cristiana, ni para librar a Europa del pago de impuestos, ni por el nacimiento del Estado burocrático-asistencial, ni por la decadencia de la agricultura y el desarrollo del latifundismo, ni por la expansión del campesinado, sino por una cuestión sanitaria que repercutió negativamente en las tasas de morbidez y de natalidad: la masiva –excesiva - ingesta de plomo por parte de la aristocracia romana. Con las tuberías de plomo para la conducción del agua, con el uso de jarras y ollas de plomo para sus comidas y bebidas, con el añadido de plomo a los cosméticos, a las medicinas y a otros productos de uso cotidiano, los romanos acabaron víctimas del saturnismo, emplomados, envenenados y estériles.
Por otro lado, del poder de la pimienta en la historia del mundo tampoco somos conscientes hasta que no leemos cómo en los oscuros años de la alta Edad Media un personaje conocido como Pedro el Ermitaño, que tenía debilidad por las comidas picantes, fue capaz de poner en marcha las Cruzadas con el fin de que el decaído y enfermizo Occidente restableciera de nuevo el comercio de especias con Oriente, en particular el de la pimienta, afrodisíaco donde los haya, como todo el mundo sabe. Un proceso éste, las Cruzadas en busca de la pimienta, que no sólo consiguió aumentar las tasas de natalidad, sino que contribuyó a la expansión de la herrería y la metalurgia en la Europa occidental gracias a la obsesión por la castidad, y por los cinturones para ella, de los esforzados caballeros cruzados. Sorprendente, ¿verdad?
En el ensayo sobre la estupidez, a la vez que una taxonomía del género humano en cuatro grandes tipos -Incautos (sus acciones les perjudican a ellos pero benefician a otros), Inteligentes (su acción es benéfica para ellos y para los otros), Malvados (sus acciones los benefician y perjudican a otros) y Estúpidos, cuyas acciones resultan perjudiciales para ellos y para los demás-, encontramos también la enunciación de las cinco leyes fundamentales sobre la estupidez, con el añadido de casos paradigmáticos, para que al lector no le queden dudas, no ya de que en cualquier campo de la actividad humana existe un número ε de estúpidos (si tomamos una facultad universitaria, ese número ε de estúpidos aparece tanto entre los bedeles y estudiantes como entre el personal administrativo y los catedráticos), sino que la estupidez viene de nascencia o que el estúpido es el individuo más peligroso que existe. Con la ayuda, además, de las gráficas que el autor añade en el apéndice para que el lector juegue con las variantes y ponga nombres a los incautos, inteligentes, malvados y estúpidos que su experiencia le ha dado a conocer, termina este singular opúsculo cuya lectura recomiendo.
Antes de que la mañana comience a calentarse, vuelvo a casa buscando las aceras en sombra, relamiéndome de gusto por el tomate -recién cogido de mi huerta- que me voy a aderezar con sal y pimienta, y considerando que en este noble quehacer de la hortelanía tampoco ha de faltar la correspondiente cuota ε, aunque de momento no me haya encontrado con ninguno... Bueno, pensándolo bien, aquel tipo que una vez empezó a ...
¡Hola! ¿cómo le va el verano? no sabía la existencia de su blog, yo tambien tengo otro, es muy joven pero ahí va... http://www.comentaresfacil.blogspot.com/
ResponderEliminarPerdón si ves algo mal escrito lo cual, significa 2 cosas:
1- Ha sido algo que no me he dado cuenta.
2- En clase no le atendí con mucha eficiencia, pero sí con interés.
SALUDOS!!!!!!
Como hay problemas para publicar un comentario en tu blog,te contesto desde aquí, y sin que sirva de precedente.
ResponderEliminarBienvenido a la virtualidad, Gustavo. Sólo un consejo te doy: escribe y aprenderás a escribir.
¡Larga vida a tu página y a tu prole!
Salud.