Mi primera lectura rusa fue una antología de cuentos, no sé si del mismo o de varios autores. La segunda, aquí ando más seguro, fue La muerte de Iván Ilich. Después, Dostoievski, más Tólstoi, Chéjov, páginas de Turgueniev, la novela de Lérmontov. También leí a Maiakovski, que no era lo que uno andaba buscando en poesía, y a Boris Pasternak, y visité los gulags de Solzhenitsyn; incluso rodaron un tiempo por mis estantes dos o tres volúmenes con los escritos de Bakunin, pero a las pocas páginas hube de admitir que la teoría política del anarquismo no era lo mío. Entre los poetas, dos mujeres: Martina Tsvetáieva y Anna Ajmátova.
Ha venido este chupito de autobiografía lectora a propósito de una palabra que he reencontrado en los cuentos de Chéjov y que me ha hecho pensar desde cuándo la conozco. Es una de esas palabras -rublo, cópec, versta, isba, mújic- que sólo se leen en las historias rusas. Supongo que la aprendí en la antología referida en las primeras líneas... con quince o dieciséis años... quizá en unas vacaciones de verano... cuando abres por primera vez el libro de un escritor ruso y penetras en ese mundo de funcionarios, nobles y militares que hacen vida social y hablan francés en los salones de San Petersburgo, y conoces también a los campesinos que arrastran sus chanclos por el barro de las aldeas.
Un mundo difícil de olvidar, como esa palabra que designa el utensilio cotidiano, la tetera con infernillo, el ruso samovar.
Soy Gustavo. Muy buena la idea comentada en clase de poner personajes históricos en distintas épocas, se me ha encendido " la bombilla". Estaba desde hace un tiempo pensando en escribir una serie sobre algo en modo de comedia.
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