martes, 29 de noviembre de 2011

Instantáneas (1)

De izquierda a derecha, de arriba a abajo o de abajo a arriba, en diagonal, al azar, los miro a todos. Pero a dónde miran ellos. Beckett lo hace esquinado, desde las aristas irlandesas de su rostro, hacia donde Godot dejó silencio y vacío.


A su derecha, inútil ya el brazo y barba hasta el pecho, el Valle de antes de 1917; posa en académico perfil, aún no se ha visto en los espejos del Callejón del Gato. Del esperpento. Del compromiso. Todavía no es Valle-Inclán, sino Ramón José Simón Valle Peña, noble aún de gallega prosapia.


Bajo el creador del esperpento, Walter Benjamin posó forzando el gesto, el brazo, la cabeza. El intelectual de la modernidad. Qué desesperación debió sentir en Port Bou. Un hombre lúcido al que de pronto ofusca el peso de la historia, de su biografía personal, de su origen judío.


 Cerca, reconcentrado en lo más hondo de su dolor, Dostoievski. Mira hacia donde nunca debió mirar. Por eso la seriedad en su rostro, su haber entrevisto el fondo malévolo del ser humano.


Rafael Cansinos Assens parece un gran payaso nostálgico de risas y esplendores, derrotado, desencantado, derramado en un sillón que se le queda pequeño, la mano izquierda en el bolsillo del batín, del batón, burgués de andar por casa. ¿Risueño? La boca contraída, como prevenida contra las risas, que, sin embargo, revolotean en su mirar.


La fotografía de Benito Pérez Galdós es pequeña, tamaño DNI. Las guías de sus bigotes miran hacia atrás, pero don Benito mira por delante, cree en el futuro.

Al escritor canario le hace compañía el poeta Cavafis, un hombre serio. Y un solitario. Paladeó, mientras pudo, la historia antigua, los cuerpos jóvenes  y el humo de los cafés de Alejandría.


Walt Whitman mira patriarcal. Con su orgullo de ser hombre. De sentirse vivo. De conocernos porque se conoce. Brilla en sus ojos el descubrimiento del secreto: el misterio, la grandeza, de la vida es mirarla cara a cara. Ofreciendo el pecho. No hay hombre mejor ni más grande que otro.
En los diccionarios y enciclopedias nunca falta su nombre junto a la palabra democracia. El individuo y la multitud. El hombre de la calle, de las fábricas, de las minas y de los campos de algodón. El camino que lleva a nosotros mismos. A los otros.
 Suenan, mientras escribo, canciones de Bob Dylan. Imagino al joven Robert Zimmerman abandonando su pueblo, haciendo autoestop con la guitarra a la espalda y su voz que sueña.
El joven de Minnesota y el viejo de Manhattan buscan lo mismo. Una canción. Buscan canciones. Piensan lo mismo: la canción es larga y su tiempo les pertenece.


De la mirada, de Friedrich Nietzsche —más allá de este mundo—, del niño Arthur Rimbaud, de los cigarrillos de Josep Pla, hablaré otro día.
Y de los ojos de Franz Kafka.

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