A los que en insolidaria demasía aprovechan lo que reciben de los demás; a los tramposos que viven de lo ajeno, y bien y lejos y en sus alturas; a los fulleros que juegan a confundirnos; a los abusones, a los que urden para amasar ilícitas, inmorales fortunas; a los profesionales de la treta, la martingala y el marrullerismo; a los doctores en subterfugios, artimañas y triquiñuelas; a quienes engordan sus cuentas corrientes mediante conductas indecentes o delictivas, hay muchas maneras de llamarlos en nuestra lengua: bellacos, bergantes, canallas, jetas o caraduras, rufianes y viles personas, perillanes, retrecheros, truchimanes, zorrastreros, alfarnates, aprovechados, belitres, charranes, maulas, guajas, mangantes y también caballeros de industria, taimados de siete suelas o pájaros de cuenta...
Como todo el mundo sabe, la novela picaresca nació de la mirada curiosa y de la anónima pluma de un español del XVI. El creador de Lázaro González Pérez supo hablar del hambre y del dinero, y de las artes y bellaquerías para no padecerla y conseguirlo, y no necesitó inventar una realidad ficticia o paralela: la tenía delante, escribió sobre lo que había a su alrededor. Y con tal maestría, que pasó a la historia de la literatura universal como el creador de la novela picaresca. Asentó un género literario, es verdad, pero no el modus operandi, ni las personae et institutiones que desde tiempos inmemoriales aprovechan para medrar y enriquecerse a costa de los demás mediante el dolo y el trampantojo, la mendacidad y la doblez.
De ilustres ascendientes, el género picaresco nació aquí en 1554. Pero el alma picaresca, la urdimbre inmoral de algunos, el tejemaneje, el chanchullo,
el túhazteellocoydéjameamí,
el yometrabajoaesteytúencárgatedeaquel,
el yaveráscómonosvamosaforrar,
el estolodesviamosalacuentaenlasCaimán,
eso, digo, es universal: pónganme el ejemplo de un país sin corruptos y me apuntaré a concurso de traslados.
No creo que en nuestro país haya ni más ni menos chorizos que en cualquier otro: la infamia —Borges dixit—es universal. Pero, claro, uno vive en el sitio que le ha tocado, y tampoco es cuestión de irse. Pero sí de hablar. Y de opinar. No sé el lector, pero yo siento vergüenza ajena estos días cuando oigo las noticias o leo en el periódico sobre el asunto Urdangarín: ¡Joder con el señor duque! ¡Otro con las uñas largas!
Aclara nuestro académico diccionario que la expresión coloquial que da título principal a esta entrada se utiliza cuando se descubre al presunto autor de una fechoría; es decir, de una mala acción, o de una “conducta no ejemplar”, si se prefiere el eufemismo de la realeza española. Según las informaciones de estos días, en la Casa Real se descubrió el peine hace ya unos años, pero aplicó aquel dicho de “Quémese la casa, pero que no salga humo”, actuando así como encubridora de unos trapos sucios que sonrojan a cualquiera.
El título secundario no necesita aclaración: es un acertado chiste verbal que apunta certero—paronomasia y calambur a un tiempo— al corazón de las más de tres de esas entidades que todos conocemos, presunta y desprendidamente dedicadas al bien social.
Salud.