domingo, 11 de diciembre de 2011

Cela: predicar con el ejemplo

Ayer, aprovechando la coincidencia de las fechas, tenía la intención de escribir un artículo sobre la estancia de Rilke en España y sobre el epistolario de aquellos días, entre noviembre de 1912 y febrero 1913. Buscando en internet la exactitud de un dato llegué hasta un texto de Camilo José Cela en el ABC de Sevilla del día 3 de febrero de 1994, que llevaba por título «Memoria de Rilke».

En sus 34 líneas, sobre el fondo de una estampa en que se figuraba el famoso tajo, el premio Nobel rememoraba con mala uva el homenaje rondeño que se le rindió al poeta checo en 1966. En la segunda línea llama al autor de las Elegías de Duino “rendido chulo de duquesas”, lo cual no estaba nada mal: el lector se sentiría desde el principio interesado en la lectura del articulillo al comprobar lo estupendo que don Camilo había amanecido la mañana en que lo expelió.

Afirma luego el Nobel que Rilke fue conocido en España gracias a las traducciones de Gonzalo Torrente Ballester a mediados de los cuarenta. Nada que objetar en lo general; aunque, particularizando, del poeta de los Sonetos a Orfeo se venía hablando, y escribiendo, en los círculos literarios españoles desde 1927. Sin ir más lejos, en la Revista de Occidente, en la que en enero de ese año aparece una remembranza del poeta y la traducción de algunos fragmentos de Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, obra de Antonio Marichalar. También puede leer cualquiera, vía internet, el artículo de Azorín sobre Rilke en un Blanco y Negro de octubre de 1927 y otro, anónimo —¿Eugenio D’Ors?— en el ABC del 22 de enero de 1931. Discúlpenseme estas puntualizaciones, pero uno lleva con Rilke sus años y le molestan ciertas rotundidades, por muy nóbeles que sean. Pero, en fin, esa no es la menor, ni el objeto principal de esta entrada.

Prosigue el entonces postulante marqués de Iria Flavia su personal crónica del homenaje que a mediados de noviembre de 1966 se le hizo a Rilke en Ronda con estas palabras: “se reunieron algunos poetas a declamar versos y a comer estofado de rabo de toro”. De aquel “grupito” de declamadores, recuerda Cela la tajante declaración del carapalo Gerardo Diego, que, “componiendo su mejor y más hierático gesto de jugador de póker” afirmó que la obra de Rainer Maria Rilke había sido conocida en España “gracias a Falange Española Tradicionalista y de las JONS”, en evidente alusión a Gonzalo Torrente Ballester. Pero tampoco es la chismorrería literaria la que me interesa ahora.

Los mencionados fastos rilkeanos de noviembre del 66 incluían —puñaladas aparte— la erección de una estatua de cuerpo entero del poeta, la rotulación con su nombre de una hermosa avenida rondeña, la inauguración de un petit museo en la habitación del hotel Victoria en que se alojó por unas semana el escritor errante, conciertos, conferencias, recitales, y unas justas literarias con premio de mil dólares. A más de literatos y gentes de la cultura, al evento acudieron representantes de las embajadas de Alemania, Austria, Suiza y Francia. Todo ello a cuenta de la Caja de Ahorros de Ronda, como bien recogieron los periódicos de la época.

El artículo de Camilo José Cela se hacía eco —no lo olvidemos, enero de 1994— de otro homenaje rilkeano en Ronda por esas fechas: “se van a reunir otra vez los poetas indígenas a lo de siempre, ya se sabe: recitar versos con la mayor solemnidad posible e imitando la voz de Neruda y comer y beber, con tanta irreverente y ansiosa sed como descomedida voracidad, hasta reventar de alegría”. Tampoco es la opinión de don Camilo sobre los simposios poéticos lo que reclama mi atención.

Sino la moralina —moralidad inoportuna, superficial, falsa— que el escritor gallego manifiesta cuando juzga los eventos rilkeanos de Ronda: “nada encierra mayor peligro para las arcas de las Corporaciones municipales que estos festejos líricos”. Y aquí es donde uno quería llegar.

El moralista que en enero de 1994 declara su preocupación por el gasto de unos actos literarios pagados con fondos privados,  es el mismo que tres años atrás, y mediante su agente literaria, se ha puesto en contacto con un alcalde mafioso para sacar del erario público marbellí una tajada de doscientos cincuenta millones de pesetas por un libro sin escribir. De eso nos hemos enterado hace unas semanas, cuando han salido a la luz algunos documentos del archivo que la agente literaria vendió al Estado español.

¡Qué grandes negocios hacen algunos con la literatura! ¡Qué bigardo este don Camilo!

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