A Rilke hay que visitarlo sin prisa.
Es poeta de trato demorado y exige un lector perseverante. Sorbo a sorbo. Si no,
si pretende uno apurarlo de un solo trago y decir “Ya lo he probado, ahora
dadme a beber otro vino”, el poeta de Praga no sabe a nada. Nadie se asombre: si
Rilke necesitó una docena de años para completar sus diez Elegías de Duino, no espere el espabilado de turno querer asimilarlo en tres o cuatro horas.
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Hay que ser experto orfebre para entender al
Góngora gongorino. Y ese es un esfuerzo que el lector común no está
dispuesto a hacer. El Góngora de la jerigonza culterana es poeta altivo,
distante, que deshumanizó, desentimentalizó y desclarificó la poesía para
hacerla pasto exclusivo de hispanistas voluntariosos.
¿Qué hace un
tipo como yo con don Luis de Góngora y Argote? Disfrutar con su maestría y
aprender. Queramos o no, la poesía española pasa por Góngora. No es el único de
su siglo, pero sí uno de los imprescindibles, tanto para un lector como para un
poeta.
Góngora se
obstinó en ser oscuro y lo consiguió: es impenetrable sin el bisturí de la
erudición. Uno se pierde con facilidad entre sus versos y se desconcierta con
su raro y sonoro decir. No comulgo, salvo por divertimiento, con la oscuridad
buscada. Eso es coto para pocos y vedado para muchos, lo que atenta contra la comunicabilidad
de la literatura. ¿Qué sentido tiene poetizar para eruditos? ¿Ese ha de ser el camino de la poesía?
De
Góngora hay que aprender a no caer en el exceso. Lo mismo que de Quevedo. Ese
podría ser uno de los mandamientos del poeta de nuestros días.
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Vidas de escritores las hay para cualquier gusto: asesinos y ladrones, oficinistas de banco o de seguros, cazadores, marineros, curas, soldados, periodistas, señoritos y marqueses, quinquilleros, sádicos, masoquistas, neurasténicos, panaderos, catedráticos de lenguas muertas y profesores de lenguas vivas, cobradores de impuestos, actores, reyes y bufones, científicos, vagabundos y bohemios, diplomáticos, dandis, revolucionarios y falangistas, pastores y agricultores, delegados políticos, directores del Instituto Cervantes o simples bibliotecarios, carteros, enfermos crónicos, impresores, burgueses, rentistas, aventureros, descubridores, ingenieros de caminos, médicos, abogados, celadores de hospital, guitarristas, ludópatas, locos, borrachines, honestos y deshonestos. Unos han conocido la gloria y/o el infierno. Otros llevan vidas discretas, o escandalizan o provocan. Los hay trepas y de sólida dignidad de roca, creyentes, comunistas y conversos, mentirosos y sinceros, egoístas, envidiosos y envidiados, con negro y sin negro, con plata y sin blanca.