Ramón Gómez
de la Serna murió en su domicilio porteño de la calle Hipólito Irigoyen a las
once de la noche del 12 de enero de 1963. Mientras las autoridades españolas y
argentinas gestionaban el traslado, sus restos permanecieron, tras breve paso
por el Instituto Español de Cultura, en una sala del cementerio de La Recoleta.
Los restos
del escritor llegaron al aeropuerto de Barajas el 23 de enero, a las 8,40 horas,
con 20 minutos de adelanto, en un féretro de caoba con guarniciones de plata,
en la bodega de un Douglas DC-8 de Iberia. A pie de pista, el primer teniente
de alcalde de Madrid, el embajador español en la capital del Plata, los
hermanos del finado, Julio y Javier Gómez de la Serna, otros parientes,
escritores, periodistas y fotógrafos. En una comitiva abierta por motoristas
municipales, el furgón con el féretro entró a las 9,30 de la mañana a la plaza
de la Villa, en cuyos balcones lucían tapices con crespones negros y ondeaba a
media asta la enseña nacional. En el Patio de Cristales del Ayuntamiento,
presidido por un gran crucifijo y ornado con paños, rodeado el ataúd por cuatro
candelabros, cuatro ujieres, cuatro municipales en uniforme de media gala y
numerosas coronas —municipales, diplomáticas, circenses, periodísticas, literarias,
editoriales— desfilaron ante el cuerpo presente autoridades nacionales y
municipales, gentes de la literatura, del periodismo y madrileños anónimos.
El entierro comenzó
a las cinco de la tarde. Desde la plaza de la Villa, el cortejo enfiló la calle
Mayor y siguió por la Cuesta de la Vega hasta la catedral de la Almudena. Tras
los oficios y el pésame, una larga
comitiva de automóviles se dirigió al Puente de Segovia, continuó por el Paseo
del Marqués de Monistrol, alcanzó la Avenida del Manzanares, luego la calle San
Ambrosio y subió finalmente hasta la Sacramental de San Justo. Tras un responso
en la capilla, el féretro es portado a hombros por varios escritores que se
turnan —Edgard Neville, Alfredo Marqueríe, Tomás Borrás, Félix Ros, Federico
Carlos Sainz de Robles, Antonio de Obregón, José Sanz y Díaz— hasta este mismo
lugar, el patio de Santa Engracia, en que nos encontramos esta mañana azul de
junio. Qué hubiera escrito Gómez de la Serna ante tan serio y riguroso ceremonial.
El creador
de la greguería fue un escritor raro, excéntrico, total. Raro por
inclasificable. Excéntrico porque era la vanguardia pero repelía los ismos, no era futurista, ni cubista, ni
dadaísta, ni ultraísta, ni surrealista, siéndolo todo a la vez; modernidad
pura, atrevimiento. Y total, porque escribir era respirar, porque en lugar de glóbulos
rojos por su sangre corrían palabras.
Era, sobre
todo, un escritor sobre la cotidianeidad, sobre los objetos y sobre los sucesos
más al alcance de nuestra vista, de nuestras manos, de nuestra vida de todos
los días. Sólo que tenía el don de la palabra, de la imaginación, de la
fertilidad, y concebía la literatura —la vida—, como un circo para disfrute del
artista y del espectador. Gómez de la Serna es el mago que saca greguerías de
su chistera. El clown, el Augusto, el prestidigitador —aquí la jirafa, aquí la
metáfora— de la literatura de su tiempo. Domador de ideas y de palabras,
funambulista, trapecista sin red, volatinero genial, que penetraba en el ser de
las cosas dándonos perspectivas inusitadas.
El folio
impreso en ocho minipáginas del que hablamos más arriba no era, oh magia
ramoniana, el único. Alrededor de la tumba, entre restos de gladiolos secos y
flores de plástico, encontramos dos papelitos más, que Luis se entretuvo en
proteger con un trozo de film transparente que llevaba en su mochila de paseo.
Los textos, como el primero, no tienen desperdicio. Aquí van:
***
Ramón
lucubra la muerte … mientras, desde el muro de la Sacramental, mira, absorto,
el Manzanares …
Morir es
no saber qué hacer con uno mismo, dónde esconderse.
Si nos
evaporásemos, el concepto de la muerte no sería tan abrumador.
¡Qué
larga letanía de cosas es la muerte!
El
despojo mortal es el que compromete la idea de morir.
Si no,
sería canto en árbol lejano, escapado sin saber dónde, grillo mudo buscando
salida por agujero remoto, muerte de la prensa del mundo en un suscriptor,
inutilidad de trompetas, timo de enterradores, líquenes sobre piedra, violines
de huesos, confusión de muletas, trastorno de ojos, gritos deshinchados,
préstamo sin devolución, gesto incurable, unificación y borradura de los retratos,
camisa almidonada sin dueño, billete sin vuelta, trasto sin buhardilla,
secuestro sin devolución, sorpresa demasiado avisada, desidia de marfiles,
ahorro de cumplidos, túmulo de ilusionista, exequias de vanidad.
Morir es
no haber muerto ni haber vivido, caer en planeta planetario, fecundar
minerales, huir en ríos, matar sastres, dormir sin palpitar, anidar en los
demás hasta que mueran, volar sin alas, no habernos conocido nunca.
¡Qué
larga letanía de cosas es la muerte!
Prefiero
acabarla y seguir muriendo.
Es
preferible morir y ahorrarnos lucubraciones.
(Edición
única y no venal para ser leída en la Sacramental de San Justo de Madrid el 25
de marzo de 2017 en el homenaje a Mariano José de Larra, insigne escritor,
valiente ser humano y compañero de eternidad de Ramón Gómez de la Serna.)
***
Diálogo de Ramón (consigo mismo) al pie de su estatua.
Ramón,
la sensación ahora es bien clara, acabo de nacer y acabo de morir.
Con
esa idea por segundero todo me será leve y sutil.
Todo
me es ya inexistente.
Ramón,
acabo de morir y acabo de nacer.
Ramón,
acabo de nacer y acabo de morir.
Ramón,
¿y las ideas trascendentales? ¿y las palabras supremas? … ¿Y las frases
históricas?
Ramón,
acabo de morir y acabo de nacer.
Ramón,
acabo de nacer y acabo de morir.
Ramón,
un día va a llegar en que solo tendremos silvestres monosílabos o quizá solo
las cinco vocales y entonces dejemos de ser artificiosos y así podamos ser más
del viento, del cielo y de las aguas y así entremos mejor en la composición de
todo color y toda naturalidad.
Ramón,
a … e … i … o … u
Ramón,
¿qué fue de toda literatura, de todo odio, de todo amor y toda entelequia?
¿Qué
se querrá que yo diga?
Ramón,
yo no sé, acabo de morir y acabo de nacer y nada me he dicho de todo eso, de lo
otro y de lo esotro.
Ramón, ya nada nos
decimos.
Ooooo.
Estamos
abiertos en fuente y en flor y en viento sobre la noche.
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