Ha amanecido un día
precioso, con el cielo limpio, un tibio sol resplandeciente y el aire recién
lavado por las lloviznas de estos días de atrás. En la parte más cercana de la
sierra, la del puerto del Mochuelo, se distinguen los riscos, las vaguadas y
las umbrías, los claros de monte bajo, las cicatrices de las veredas y los
cortafuegos, pero en los extremos, hacia la Ribera y hacia Santa Eufemia, los
volúmenes desaparecen, se vuelven planos y la sierra es una franja uniforme
azul marino recortada sobre el azul celeste del cielo. A nuestro paso por el
camino del Pozo de la Villa se levantan de los campos pardos recién arados
algunas lavanderas y dos o tres bandadas de gorriones. Desde un alambre de espino,
la tarabilla nos ofreció su pecho anaranjado y su cabeza negra antes de perderse
en vuelo delante de nosotros. Cuando entramos en el pueblo se oyen los silbidos
de los mirlos y de los tordos. No nos hemos cruzado con ningún vecino.
Hace hoy
exactamente un año, a esta hora más o menos en que escribo, cuando la tarde empieza
a alargar las sombras y deja sus últimos rescoldos en los tejados, tuve que
abandonar la comida que los compañeros del instituto habían organizado con
motivo de mi jubilación y la de otro colega. Tomé los aperitivos y el primer
plato en un estado soñoliento, ajeno a los comensales que tenía alrededor,
aturdido por las conversaciones y las risas que se cruzaban mareantes en mi
cabeza. No llegué a los postres. Yo mismo conduje hasta el ambulatorio. Después
de oír los síntomas y tomarme la tensión, el médico no lo dudó. Directo al hospital.
Diagnóstico: cardiopatía isquémica y fibrilación auricular paroxística. Procedimiento
médico: cateterismo e implante de stent.
De
aquellas dos enfermedades coronarias, la fibrilación auricular paroxística parece
haberse retirado y mi ritmo cardíaco es normal desde hace unos meses, la
cardiopatía isquémica parece controlada, y después de otro cateterismo en el
mes de agosto, no presento mayor riesgo de obstrucción coronaria. De estos males
cordiales me ha quedado unos dolores torácicos que suelen presentarse por las
tardes, extraños episodios vespertinos que ni cardiólogos, ni internistas, ni
neumólogos, ni especialistas en aparato digestivo han sido capaces de explicar:
desconocen su origen y, por tanto, el tratamiento adecuado. Me he acostumbrado
a ellos. Me da la impresión de que nunca desaparecerán del todo, aunque ojalá
me equivoque. Salvo esos dolores que por fortuna no aparecen todos los días, me
encuentro bien. Dedico entre una hora y hora y media cada mañana a caminar;
hago yoga martes y jueves, sigo una dieta sin sal y sin grasas, y no pruebo el
alcohol. Y lo que me parece el mayor logro: he dejado el humo. No enciendo un
cigarrillo desde aquella tarde de diciembre de 2016.
Ni lo encenderé.
ResponderEliminarMi querido amigo Pepe, acabo de leer esta entrada después de las más recientes.
Celebro que te hayas recuperado y que, entre tus rutinas diarias, camines diariamente, practiques el yoga, sigas una dieta sana y hayas dejado el alcohol y el tabaco.
Esto mismo es lo que yo me propuse en su día y sigo llevando a cabo para intentar mantenerme con salud en el otoño de nuestra vida.
Te felicito por tus acertadas entradas de este blog que me acerca a tus inquietudes, paliando de esta manera la distancia a la que nos encontramos uno de otro desde hace años por razón de la elección de destino que en su día hicimos.
¡Salud, y sigue escribiendo con tan acertado verbo para que sigamos disfrutando tus entradas tus amigos y lectores!