viernes, 29 de diciembre de 2017

Escritura inglesa


            Una cuarta de pizarra con los bordes de madera y el trapito para borrar los palotes y garabatos de tiza. Los cuadernos de rayas y los trazos pautados con el lápiz. Tercera fase: el palillero y los plumines, el tintero y el papel secante.
            A primera hora de la mañana, don Luis, el maestro, dirige el cántico del Cara al sol. Luego oficia el rito ayudado por un alumno de los mayores: el polvo de tinta, el agua, el frasco grande de cristal, la distribución en los tinteros pupitre por pupitre.
           La letra es el espejo del alma. Un copiado impoluto y de trazos netos es como un niño bien aseado, repeinado, sonriente, impoluta la ropa y sin jarapilla, un niño obediente, que ayuda a los necesitados y da limosna a los pobres, uno de esos niños que cruza el puente de la vida seguro de no precipitarse en el abismo de los réprobos.

 





viernes, 22 de diciembre de 2017

Las tentaciones, o Eros, Plutón y la Gloria (1)



         Dos magníficos Satanes y una Diablesa, no menos extraordinaria, subieron la noche pasada la escalera misteriosa por donde el Infierno asalta la debilidad del hombre que duerme y se comunica en secreto con él. Vinieron a colocarse gloriosamente ante mí, de pie, como si estuvieran en un estrado. Un esplendor sulfuroso emanaba de los tres personajes, que se destacaban así sobre el fondo opaco de la noche. Tenían un aspecto tan orgulloso y dominante que al pronto los tuve a los tres por verdaderos Dioses.
         El rostro del primer Satán era de sexo ambiguo; había también en las líneas de su cuerpo la morbidez de los viejos Bacos. Sus bellos ojos lánguidos, de color tenebroso e indeciso, parecían violetas cargadas aún de los densos llantos de la tormenta, y sus labios entreabiertos semejaban calientes pebeteros que exhalaban el buen aroma de una perfumería.; y cada vez que suspiraba, se iluminaban insectos almizclados revoloteando entre los ardores de su aliento.
         Alrededor de su túnica púrpura se enrollaba, como un cinturón, una serpiente tornasolada que, levantada la cabeza, volvía lánguidamente hacia él unos ojos como ascuas. De este cinturón viviente colgaban, alternando con frascos llenos de licores siniestros, relucientes cuchillos e instrumentos de cirugía. En su mano derecha llevaba un frasco lleno de un líquido rojo luminoso con estas extrañas palabras como etiqueta: “Bebed, esta es mi sangre, un perfecto cordial”; en la mano izquierda, un violín que le servía sin duda para cantar sus goces y sus dolores, y para repartir el contagio de su locura en las noches de aquelarre.
         Sus delicados tobillos arrastraban varios eslabones de una cadena de oro rota, y cuando la molestia resultante le forzaba a bajar los ojos hacia el suelo, contemplaba vanidosamente las uñas de sus pies, brillantes y pulidas como piedras bien labradas.
         Me miró con sus ojos de inconsolable aflicción, que vertían una insidiosa embriaguez, y me dijo con voz melodiosa: “Si tú quieres, si tú quieres te haré el señor de las almas, y serás el maestro de la materia viva, más aún que el escultor puede serlo de la arcilla; y conocerás el placer, siempre renaciente, de salir de ti mismo para olvidarte en los demás, y de atraer sus almas hasta confundirlas con la tuya.”
         Y yo le respondí: “¡Muchas gracias!, pero nada tengo que hacer con esta pacotilla de seres que sin duda no valen más que mi pobre yo. Aunque algo me avergüence el recuerdo, no quiero olvidarlo; y si no te conociera, viejo monstruo, tu misteriosa cuchillería, tus frascos equívocos, las cadenas que entorpecen tus pies, son símbolos que explican con claridad los inconvenientes de tu amistad. Guárdate tus presentes.”

lunes, 18 de diciembre de 2017

Les espagnols en Madrid



Intervienen:

  • José Manuel Pérez Carrera, Secretario de AMESDE // Goyi Sanz, Vicepresidenta de AMESDE.
  • Francisco Morilla Gordillo, arquitecto y sociólogo, ex-profesor de la Escuela de Arquitectura de Sevilla, colaborador de la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales y del CEDOBI de la Universidad de Castilla la Mancha
  • Juan José Pérez Zarco, autor

sábado, 16 de diciembre de 2017

Primer aniversario




Ha amanecido un día precioso, con el cielo limpio, un tibio sol resplandeciente y el aire recién lavado por las lloviznas de estos días de atrás. En la parte más cercana de la sierra, la del puerto del Mochuelo, se distinguen los riscos, las vaguadas y las umbrías, los claros de monte bajo, las cicatrices de las veredas y los cortafuegos, pero en los extremos, hacia la Ribera y hacia Santa Eufemia, los volúmenes desaparecen, se vuelven planos y la sierra es una franja uniforme azul marino recortada sobre el azul celeste del cielo. A nuestro paso por el camino del Pozo de la Villa se levantan de los campos pardos recién arados algunas lavanderas y dos o tres bandadas de gorriones. Desde un alambre de espino, la tarabilla nos ofreció su pecho anaranjado y su cabeza negra antes de perderse en vuelo delante de nosotros. Cuando entramos en el pueblo se oyen los silbidos de los mirlos y de los tordos. No nos hemos cruzado con ningún vecino.
            Hace hoy exactamente un año, a esta hora más o menos en que escribo, cuando la tarde empieza a alargar las sombras y deja sus últimos rescoldos en los tejados, tuve que abandonar la comida que los compañeros del instituto habían organizado con motivo de mi jubilación y la de otro colega. Tomé los aperitivos y el primer plato en un estado soñoliento, ajeno a los comensales que tenía alrededor, aturdido por las conversaciones y las risas que se cruzaban mareantes en mi cabeza. No llegué a los postres. Yo mismo conduje hasta el ambulatorio. Después de oír los síntomas y tomarme la tensión, el médico no lo dudó. Directo al hospital. Diagnóstico: cardiopatía isquémica y fibrilación auricular paroxística. Procedimiento médico: cateterismo e implante de stent.
            De aquellas dos enfermedades coronarias, la fibrilación auricular paroxística parece haberse retirado y mi ritmo cardíaco es normal desde hace unos meses, la cardiopatía isquémica parece controlada, y después de otro cateterismo en el mes de agosto, no presento mayor riesgo de obstrucción coronaria. De estos males cordiales me ha quedado unos dolores torácicos que suelen presentarse por las tardes, extraños episodios vespertinos que ni cardiólogos, ni internistas, ni neumólogos, ni especialistas en aparato digestivo han sido capaces de explicar: desconocen su origen y, por tanto, el tratamiento adecuado. Me he acostumbrado a ellos. Me da la impresión de que nunca desaparecerán del todo, aunque ojalá me equivoque. Salvo esos dolores que por fortuna no aparecen todos los días, me encuentro bien. Dedico entre una hora y hora y media cada mañana a caminar; hago yoga martes y jueves, sigo una dieta sin sal y sin grasas, y no pruebo el alcohol. Y lo que me parece el mayor logro: he dejado el humo. No enciendo un cigarrillo desde aquella tarde de diciembre de 2016.
           Ni lo encenderé. 

jueves, 14 de diciembre de 2017

20






La tarde sueña
las ramas de la niebla.
Todo es silencio.










Duermen los árboles
desnudos en la niebla.
Se sueñan flor. 




Caen los años.
Vuelven hacia la tierra.
Como las hojas.




Haiku


                               ÍTACA

          Siempre en camino.
        Desplegados los mapas.
        Y no llegar.


domingo, 10 de diciembre de 2017

Lucio Urtubía, albañil, anarquista


La utopía es necesaria.

*

El ser es lo que es por lo que hace.

*

¡Qué placer robar a la patria aquella!

*

El dólar es la moneda más fácil de falsificar de la tierra.

*

La falsificación de cheques del City Bank no es ya un trabajo, es un placer.

*

El Che era argentino, y los argentinos se creen mejores que los de Bilbao. No nos entendimos.

viernes, 1 de diciembre de 2017

Los dones de las hadas (XX)




    Érase una vez la gran asamblea de las Hadas para proceder al reparto de los dones entre los recién nacidos llegados a la vida en las últimas 24 horas.
         Todas aquellas antiguas y caprichosas Hermanas del Destino, todas aquellas extrañas Madres de la alegría y del dolor eran muy diferentes entre sí: unas tenían el aire sombrío y malhumorado; otras, aspecto alocado y malintencionado; estas, jóvenes que habían sido siempre jóvenes; aquellas, viejas que habían sido siempre viejas.
         Todos los padres que creen en las Hadas habían acudido, cada uno con su recién nacido en brazos.
         Los Dones, las Facultades, las buenas Suertes, las Circunstancias invencibles se acumulaban junto al tribunal como los premios en el estrado para su reparto. La única particularidad es que los Dones no eran la recompensa por un esfuerzo, sino al contrario, una gracia a quien no había vivido aún, una gracia que podía determinar su destino y convertirse tanto  en la fuente de su desgracia como en la de su dicha.
         Las pobres hadas estaban muy atareadas, pues la multitud de los solicitantes era grande y el mundo intermediario, situado entre el hombre y Dios, está sometido como nosotros a la terrible ley del Tiempo y de su infinita posteridad: los Días, las Horas, los Minutos, los Segundos.
         Ciertamente, las hadas estaban tan azoradas como un ministro en día de audiencia, o como los empleados del Monte de Piedad cuando una fiesta nacional autoriza los desempeños gratis. Creo incluso que ellas miraban de vez en cuando las agujas del reloj con tanta impaciencia como jueces humanos que tras toda la mañana de sesiones no pueden evitar soñar con la cena, con la familia, con sus queridas pantuflas. Si en la justicia sobrenatural hay algo de precipitación y de casualidad, no nos extrañe que ocurra lo mismo en la justicia humana. En ese caso, nosotros seríamos jueces injustos.
         También hubo aquel día algunas meteduras de pata que podrían considerarse raras si la prudencia, más que el capricho, fuese el carácter distintivo, eterno, de las Hadas.
         Así, el poder de atraer magnéticamente la fortuna fue adjudicado al heredero único de una familia muy rica, que, sin estar dotado de sentido alguno de la caridad ni de codicia alguna por los bienes más visibles de la vida, debía encontrarse más tarde prodigiosamente cargado de millones.
         Así, fueron concedidos el amor por la Belleza y el Poder de la poesía al hijo de un pobre patán, picapedrero de oficio, que no podía de ninguna manera ayudar a sus facultades, ni mitigar las necesidades de su deplorable progenitura.
         Se me olvidaba decir que el reparto, en estas ocasiones solemnes, es sin apelación, y ningún don puede ser rechazado.
         Se levantaban ya todas las Hadas, creyendo cumplida su tarea, pues no quedaba ningún regalo, ninguna dádiva que arrojar a aquella morralla humana, cuando un buen hombre, un pobre comerciantillo, creo, se levantó y, agarrando por su vaporoso vestido multicolor al Hada que tenía más cerca, gritó:
—¡Eh! ¡Señora! ¡Se olvida de nosotros! ¡Todavía queda mi pequeño! No quiero haber venido para nada.
         El hada podía verse en un aprieto, pues no quedaba nada más. Sin embargo, se acordó a tiempo de una ley bien conocida aunque raramente aplicada en el mundo sobrenatural habitado por esas deidades impalpables, amigas del hombre y a menudo comprometidas a adaptarse a sus pasiones, como las Hadas, los Gnomos, las Salamandras, las Sílfides, los Silfos, las Nixas, los Ondinos y las Ondinas, —os hablo de la ley que concede a las Hadas, en un caso parecido a este, es decir, si se han acabado los lotes, la facultad de conceder uno más, suplementario y excepcional, siempre que tenga imaginación para crearlo al instante.
         Así pues, la buena Hada respondió con aplomo digno de su rango
—Concedo a tu hijo … le concedo … ¡el Don de agradar!
—Pero ¿agradar cómo?, ¿agradar?, ¿agradar por qué? —preguntó obstinado el tenderillo, que era sin duda uno de esos razonadores tan comunes incapaz de elevarse hasta la lógica del Absurdo.
—¡Por que sí! ¡Porque sí! —replicó irritada el Hada, volviéndole la espalda; y alcanzando el cortejo de sus compañeras, les decía: ¿Qué os parece este francesito vanidoso que quiere comprenderlo todo y que, habiendo obtenido para su hijo el mejor de los lotes, se atreve todavía a preguntar y discutir lo indiscutible?


sábado, 25 de noviembre de 2017

domingo, 19 de noviembre de 2017

Escribir es vivir
















El acto de creación de una obra está imbricado en la vida del escritor como la raíz de un árbol en la tierra de donde nace. (18)

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... hacer y hacerse son las dos caras de una misma moneda. Hacer y Hacerse. Vida y obra. (23)

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... la necesidad de escribir asegura la autenticidad, pero no garantiza la calidad. (34)

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Primera regla del escritor; hay que sentir la necesidad de escribir.

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Segunda regla: hay que creerse lo que se está escribiendo. (35)

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... no es lo mismo escribir lo que se vive que vivir lo que se escribe. (37)

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Entremos más adentro en la espesura: La espesura es el interior de uno mismo, la maraña que hay dentro de cada uno. Si miramos dentro de cada uno de nosotros, lo encontramos todo. Lo que pasa es que no sabemos mirar porque no nos educan para eso, porque no interesa qué seamos. (113)

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A quienes ejercen el poder les importa mucho que los demás no lleguen , no puedan llegar a donde ellos han llegado. (113)

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... se ha sustituido el ansia de libertad por el ansia de seguridad. (155)

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En democracia, los gobiernos, mejor o peor, los elige el pueblo, pero los ciudadanos llamados a las urnas no lo son a los consejos de administración de las grandes empresas. (255)

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[Sobre la diferencia entre iluminar y deslumbrar]. Iluminar: profundizar dentro de uno mismo. Escuchar al maestro, guardar silencio, meditar, esperar a ver qué ocurre. Deslumbrar: vivir hacia afuera, con gestos apresurados y estrépitos exteriores, más pendientes de los resultados que del proceso de aprendizaje. (258)

*



















domingo, 12 de noviembre de 2017

sábado, 11 de noviembre de 2017

Libertad, igualdad, fraternidad


Hay ideas sobre las que uno puede debatir, pero hay principios sobre los que no se puede transigir.
Manuel Valls, ex primer ministro francés

viernes, 3 de noviembre de 2017

El juguete del pobre (XIX)


         
    Quiero hablar de un entretenimiento inocente. ¡Qué pocas diversiones que no sean culpables!
         Cuando salgas una mañana decidido a vagar por los caminos, llena tus bolsillos de pequeños inventos de dos céntimos  —como la figura del polichinela movida solamente por un hilo, los herreros que golpean el yunque, o el jinete y el caballo cuya cola es un silbato—, y por las tabernas, al pie de los árboles, regálaselos a los niños pobres que te encuentres. Verás agrandarse desmesuradamente sus ojos. Al principio no se atreverán a cogerlos, dudarán de su buena suerte. Luego los agarrarán rápidamente y saldrán corriendo, como los gatos que van a comerse lejos la tajada que le has echado, pues han aprendido a defenderse del hombre.
         En un camino, tras la verja de un amplio jardín al fondo del cual se distingue la blancura de un castillo bañado por el sol, había un niño guapo y lozano, vestido con esos trajes de campo tan llenos de coquetería.
         El lujo, la despreocupación y el espectáculo habitual de la riqueza hacen a estos niños tan guapos que parecen hechos de una pasta distinta a la de los niños de la mediocridad o de la pobreza.
         A su lado, sobre la hierba, yacía un muñeco precioso, de tan buen aspecto como su dueño, barnizado, dorado, con un traje púrpura, y adornado con plumas y cuentas de cristal. Pero el niño no se ocupaba de su juguete preferido. Esto es lo que miraba:
         Al otro lado de la verja, en el camino, entre cardos y ortigas, había otro niño, sucio, enclenque, churretoso, uno de esos niños paria cuya belleza descubriría un ojo imparcial —como el ojo del experto adivina una pintura ideal bajo un barniz de coche—, si le limpiara la repugnante pátina de la miseria.
         A través de esos barrotes simbólicos que separan dos mundos, el camino y el castillo, el niño pobre le enseñaba su juguete al niño rico, que lo examinaba atentamente, como un objeto raro y desconocido. ¡El juguete que el desharrapado incordiaba, agitaba y sacudía  en una jaula era una rata viva! Los padres, sin duda por economía, habían sacado aquel juguete de la vida misma.
         Y los dos niños sonreían el uno al otro, fraternalmente, con los dientes igual de blancos.

lunes, 23 de octubre de 2017

martes, 3 de octubre de 2017

Un hombre del ferrocarril (y 3)

         
            En julio de 1901, Franz Kafka termina el bachillerato de Humanidades en el Real e Imperial Gymnasium Alemán, sito en la primera planta del palacio Goltz-Kinsky en la Plaza Vieja de Praga. El consejo del claustro orienta al alumno hacia los estudios de Filosofía, pero pasado el verano se matricula en Química, igual que su compañero Oskar Pollak. A las dos semanas, abandona y cambia a Derecho, una opción más acorde con las pretensiones del padre de verlo convertido en funcionario del imperio austrohúngaro; después de un semestre deja las aulas del Karolinum y comienza a asistir a clases de Filología Alemana y de Historia del Arte. Podemos imaginar las caras serias de los padres, las trifulcas y los silencios de enfado y contrariedad en el domicilio de los Kafka, entonces en el número 3 de la calle Celetná.
            El 3 de julio de 1902, Kafka cumple 19 años, siente la necesidad de independencia, de elegir, de fantasear, libremente su futuro. Quiere volar, abandonar el nido y dejar Praga. Piensa en continuar sus estudios de filología y arte en Múnich. Piensa también en dos de sus tíos, hermanos de su madre, Alfred y Josef, que casi con la edad que él tenía ya eran independientes, habían abandonado el hogar familiar y conocido en París a los magnates franceses Philippe y Maurice Bunau-Varilla, y andaban uno en Madrid, como director de una compañía de ferrocarriles y otro en el Congo, también en el ferrocarril.

Lista de bachilleres aprobados en el curso de 1901. Todas las imágenes de esta entrada, excepto aquellas de las que se indica su procedencia, están tomadas de: Klaus Wagenbach, Franz Kafka. Imágenes de su vida. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 1998.


            Por lo que sabemos, fraguó mejor relación con «el tío de Madrid», que solía aparecer todos los veranos un par de semanas por Praga. Mantenía con él una correspondencia, no abundante, pero nunca interrumpida.
            La primera alusión de Franz Kafka a su tío Alfred Lowy la encontramos en una carta a su amigo del instituto Oskar Pollak, con fecha de 24 de agosto de 1902 [1]: “El tío de Madrid (director de ferrocarriles) estaba aquí, en Praga. Poco ante de su llegada, se me ocurrió preguntarle si me podría ayudar, si conocía algún lugar donde pudiera echarme una mano y empezar de nuevo. Bueno, empecé con cautela. Te ahorro los detalles. Empezó a hablar con unción, pero es un buen hombre, me consoló. Le quitó importancia al asunto. Me quedé callado, aunque no quería estarlo, y durante dos días estuve con él en Praga, pero no hablamos del asunto. Esta noche se marcha”.
            Sobra decir que nada hizo el tío por el sobrino en este caso, más que nada, pensamos, porque el sobrino, aparte una tremenda inseguridad sobre los estudios que había de seguir, carecía de un título que lo capacitara profesionalmente y sobre todo de una experiencia laboral que permitiera al tío enchufarlo en un buen puesto en España. ¿De qué podía trabajar un simple bachiller, que había estudiado sobre todo latín y griego, en una compañía de ferrocarril? Un despacho no parecía lo más adecuado. Tampoco iba a enviar al muchacho, de natural enclenque y enfermizo, a colocar traviesas o raíles en los yermos de Castilla La Vieja.
—No, Franz, pudo decirle el tío Alfred, termina antes unos estudios de Contabilidad y Comercio, como hice yo, de Derecho, o alguna ingeniería, pero no te aventures a un mal trabajo con un mal sueldo. Estudia primero, y ya hablaremos.
La idea de abandonar Praga volverá cinco años más tarde, en una carta a su amigo Max Brod.
Tras una breve estancia en Múnich para ver la posibilidad de continuar allí sus estudios de filología y de arte, Kafka vuelve a las aulas del Karolinum, donde cursará los ocho semestres mínimos exigidos para ejercer la abogacía. En otoño de 1905 aprueba los últimos exámenes de la carrera e inmediatamente comienza a preparar el doctorado, que entonces contemplaba la superación de tres exámenes orales: Rigorosum I (derecho canónico, roma no y alemán); Rigorosum II (derecho austríaco, procesal, comercial y penal); Rigorosum III (derecho general, internacional y economía política). El 18 de junio de 1906, la Universidad Real-Imperial Carlos Fernando de Praga cuenta con un nuevo doctor en Derecho.

Actas de los exámenes de doctorado

Anuncio del título de doctorado a  amigos y conocidos


            Al tiempo que preparaba el último examen de su doctorado, Kafka comienza a trabajar como pasante en el bufete del abogado, Richard Löwy, que no era de la familia, durante los meses de abril a septiembre de 1906. A renglón seguido, un año de prácticas en los juzgados de Praga —6 meses en el tribunal de lo civil, otros 6 en el de lo penal—, que acaba el 30 de septiembre de 1907.
        Es lógico pensar que mientras termina sus estudios universitarios, sin brillantez, es cierto, preparaba su doctorado, que pasó con un simple aprobado, también hay que decirlo, y hacía prácticas en tribunales, es natural, decíamos, que durante estos seis años, Alfred Löwy visitara Praga cada verano para ver a los padres y a la familia, que hablara con su hermana Julie, con su cuñado Hermann Kafka, incluso con su sobrino Franz, acerca del futuro profesional del muchacho, y que estos le pidieran consejo y orientación.
            Si Franz no había hablado al respecto con su tío, sí que había pensado hacerlo y pedirle nuevamente que lo ayudara a salir de Praga, como prueban estas líneas de la carta a Max Brod que mencionamos arriba [2], escrita desde Triesch a mediados de agosto de 1907 (no ha terminado aún su año de prácticas en los juzgados): “si mis perspectivas no mejoran hasta octubre haré el curso para bachilleres en la academia de comercio y, además de francés e inglés, estudiaré español. Si quisieras hacer esto conmigo sería estupendo; yo sustituiría con impaciencia lo que tú me aventajas en el estudio; mi tío nos tendría que conseguir un puesto en España, o nos podríamos ir a Sudamérica o a las Azores, o a Madeira”.

Alfred Löwy y Franz Kafka hacia 1905-1906


   Kafka acaba de cumplir 24 años, está capacitado académicamente para la vida laboral, no ha publicado nada todavía pero ya tiene clara su vocación literaria, lee sus escritos a sus amigos —Oskar Baum, Felix Weltsch, Max Brod—, que lo animan a escribir, especialmente Brod, que actúa como representante in pectore en revistas y editoriales, y es conocido en los círculos intelectuales praguenses. Pero quiere cambiar de aires con la excusa del trabajo, y dejar atrás el atosigante hogar familiar. Por eso no le importan ni el puesto ni el lugar: España, Sudamérica, Madeira, las Azores.
     Un mes más tarde, cambian las tornas. En otra carta a Max Brod [3], con fecha de 22 de septiembre, leemos: “El asunto es simplemente así. Algunas personas se deciden de tiempo en tiempo y entre tanto disfrutan sus decisiones. Yo en cambio me decido con igual frecuencia que un boxeador, pero eso sí: sin boxear. Sí, me quedo en Praga.
         Es probable que próximamente consiga un trabajo (nada particularmente extraordinario)”.
        ¿Qué ha ocurrido en el ínterin? Hemos de pensar que Alfred Löwy ha hablado con el sobrino y lo ha puesto al corriente de sus gestiones. Esta vez «el tío de Madrid» sí que ha echado mano de sus contactos y movido hilos. Entre sus amistades y conocimientos en Madrid encontramos a Josef Arnold Weissberger, representante de Assicurazioni Generali en España, cuyo padre, Arnold Weissberger es vicecónsul norteamericano en Praga y apoderado del Union Bank. Esta conexión de alto nivel —el director de dos compañías de ferrocarril y administrador de La Mutua Española, el representante en Madrid de una importante compañía italiana de seguros con filial en Praga, el vicecónsul estadounidense— funcionó como un engranaje bien acoplado y engrasado, y el día 1 de octubre de 1907, justo al día siguiente de terminar sus prácticas judiciales, el joven doctor F. Kafka entra en el edificio de las Assicurazioni Generali, en la plaza Wenceslao de Praga, como auxiliar en la división de seguros de vida por un periodo de prueba de un año [4]: “El Sr. Weissberger me ha introducido en las Assicurazioni con no poco esfuerzo. […] Él me avaló en la Sociedad y, de inmediato, las primeras palabras de los funcionarios superiores en presencia del Sr. Weissberger dieron a entender que era evidente que yo me quedaría para siempre en la Sociedad, caso que fuese incorporado, lo que en aquel momento no era en absoluto seguro. Desde luego que yo asentía con vehemencia”.
Kafka comprendió enseguida que la creación literaria era incompatible con su trabajo en Assicurazioni. Pocos días después de comenzar, escribe a Hedwich Weiler [5], una joven que había conocido durante unas vacaciones en Triesch, donde vivía Siegfried Löwy, médico rural, hermanastro de Alfred: “Llevo una vida muy desorganizada. Es cierto que tengo un puesto de trabajo con un sueldo minúsculo de ochenta coronas y un horario inacabable de entre ocho y nueve horas, pero el tiempo que paso fuera de la oficina lo devoro como un animal salvaje. Como hasta ahora no estaba acostumbrado a limitar mi vida diurna a esas seis horas que me quedan, y además estoy aprendiendo italiano, y me apetece gozar al aire libre del buen tiempo que viene haciendo estos días, las horas libres no me reportan suficiente descanso”. Además de la jornada partida de lunes a sábado y del sueldo de 80 coronas, las condiciones no eran atractivas: no se remuneraban las horas extras; los empleados no podían tener otro trabajo sin autorización por escrito de la compañía; se contemplaba la posibilidad de 14 días de vacaciones cada dos años en la fecha indicada por la compañía.
Aun así, y convencido de que ese podía ser el trampolín para liberarse de aquella “madrastra con garras” en que se le había convertido la capital checa, Kafka estudia italiano con vistas a un posible traslado a Trieste, a Venecia, a Milán, o a cualquier otro lugar lejano y exótico: “Estoy empleado en la Assicurazioni Generali, y al menos tengo la esperanza de ocupar algún día un puesto en algún país remoto y ver por la ventana un campo de caña de azúcar o un cementerio mahometano, y el negocio de los seguros me interesa mucho, pero el trabajo que estoy haciendo ahora es más bien triste”. Se queja a continuación de las “horas pantanosas de vagancia”, del aislamiento y del cansancio: “No me entero de historias, no veo gente, paso cada día a toda prisa por cuatro calles cuyas esquinas ya me sé de memoria, y por una plaza; estoy demasiado cansado para hacer planes. A lo mejor me estoy volviendo de madera de las yemas de los dedos para arriba. Pero no es solo pereza, sino también miedo, un miedo general a la escritura, esa ocupación atroz a la que me resulta tan doloroso tener que renunciar”.

Sede de Assicurazioni Generali en Praga
Nueve meses en esas condiciones bastaron. Mientras cumplía con Assicurazioni, entre febrero y mayo realizó un curso sobre seguros laborales en la Academia de Comercio de Praga, que le valió, junto con la recomendación del padre de Felix Píbram, amigo de Kafka desde los años del bachillerato, para ser admitido el 30 de julio de 1908 en el Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo del reino de Bohemia, en el que permaneció hasta su jubilación por enfermedad en 1922.

Edificio del Instituto de Accidentes Laborales del Reino de Bohemia


Hay quien sostiene que Alfred Löwy, por razones personales, no quería a su sobrino viviendo en Madrid, y por eso no movió un dedo en 1902; y cuando lo ayudó en 1907 fue para que se quedara lejos de Madrid. ¿Por qué? ¿Pudo Franz Kafka vivir en España y no lo hizo porque su tío lo evitó? Luego volveremos sobre el asunto.
Como dijimos antes, la correspondencia entre tío y sobrino a lo largo de 18 años fue escasa, pero nunca se interrumpió, y lo cierto es que durante ese tiempo el sobrino cita al tío al menos en una docena de ocasiones en los diarios y en las cartas a sus novias y amigos, generalmente para informar lacónicamente de la llegada o de la marcha del tío en sus vacaciones de verano, o para hablar de la soltería de ambos.
Durante el verano de 1912, Kafka hizo dos anotaciones en el diario sobre su tío, próximo a cumplir sesenta años ya. Una es sobre su aspecto externo y el sentimiento que provoca en el sobrino [6]: “Mi tío de Madrid. El corte de su chaqueta. El efecto de su cercanía. Los detalles de su naturaleza. Su modo de atravesar flotando la entrada al dirigirse al retrete. En ese momento no responde a ninguna palabra que se le dirija. Se vuelve más tierno cada día, si no se enjuicia el cambio paulatino, sino los instantes llamativos”. La otra recoge parte de una conversación entre tío y sobrino sobre la vida en Madrid. “Le pregunto: Cómo se concilia que estés descontento, como dijiste hace poco, y que te adaptes a todo, como se ve una y otra vez (lo cual revela una particular grosería, pensé). Respondió, tal como lo recuerdo: «En particular estoy descontento; en general, no. Ceno bastante a menudo en una pensión francesa muy distinguida y cara. Una habitación de matrimonio cuesta, por ejemplo, con pensión completa, cincuenta francos al día. Me siento allí, por ejemplo, entre un secretario de la embajada francesa y un general español de artillería. Frente a mí se sienta un alto funcionario del Ministerio de Marina y conde de no sé qué. Ya los conozco bien a todos, me acomodo en mi sitio saludando hacia todos lados, y dado que estoy de mal humor no digo palabra, salvo el saludo con que vuelvo a despedirme. Luego me encuentro solo en la calle y realmente soy incapaz de ver de qué ha servido esa noche. Me voy a casa y lamento no haberme casado. Naturalmente, todo eso se esfuma enseguida, bien porque lo pienso hasta el final, bien porque los pensamientos se dispersan. Pero regresa ocasionalmente”. No pinta el tío, desde luego, una existencia atractiva, o satisfactoria en Madrid. No nos da esa impresión, sino la contraria: la soledad de la soltería, las cenas en silencio, las formalidades vacías, el aislamiento, cierta tristeza. ¿Una manera de no hacer apetecible al sobrino la idea de vivir en Madrid?
Kafka, sin embargo, no olvida del todo Madrid. En la primavera siguiente todavía entra en sus planes la posibilidad de viajar a España [7]: “si no ocurren grandes milagros estaré mucho tiempo sin verte, como no me acompañes en mi viaje a Italia o por lo menos al lago de Garda o incluso a ver a mi tío en España”. A pesar de la distancia, al tío Alfred se le consultaban los asuntos importantes de la familia, bien a través de su hermana Julie, bien por las cartas del sobrino, que siempre se muestra afectuoso —“Mi tío, el que vive allí [en Madrid] es, de entre mis familiares, el que siento más próximo a mí, mucho más que mis padres, pero naturalmente en un determinado sentido” [8]; “un telegrama de París, anunciando que un tío mío muy mayor, a quien en el fondo, por otra parte, tengo mucho cariño, que vive en Madrid y hace muchos años que no viene por aquí, llegará mañana por la noche” [9]—, excepto en una ocasión que merece breve comentario aparte.
A primeros de agosto de 1913, Kafka le había escrito una carta al tío de Madrid en que le hablaba, entre otras cosas, de su noviazgo con Felice Bauer. Con la carta iba también un ejemplar de la revista Arkadia en el que aparecía La condena. A vuelta de correo —5 de agosto de 1913—, Kafka recibe este telegrama de Madrid: «Contentísimo felicito cordialmente novios tío Alfred».
Unos días después, el 13 de agosto, al año exacto de conocerla en casa de Max Brod, Kafka anota en su diario: “Quizá ahora haya acabado todo y mi carta de ayer sea la última”, refiriéndose a su relación con Felice Bauer; apunta también que su madre le pregunta si le ha escrito una carta explicativa a los padres de ella, y también si le piensa escribir al tío Alfred —“Ha telegrafiado, ha escrito, desea que todo te vaya bien”, argumenta—, y entonces Kafka vivamente irritado salta: “Eso son meras formalidades […], para mí es un perfecto extraño, me malentiende completamente, no sabe ni lo que quiero ni lo que necesito, no tengo nada que ver con él”. Este súbito rebote del sobrino se debe, creemos, a que su tío, lo mismo que Felice Bauer, no comprende que la escritura es el aire que respira, que él no es, ni puede ser otra cosa que literatura, que ha nacido para escribir, y que una vida burguesa como la que le espera junto a Felice sería una verdadera catástrofe personal, la más dolorosa de las renuncias.
Por cierto, en carta a Felice de esa misma fecha, escribe [10]: “en La condena, se ocultan muchas cosas afines a mi tío (es soltero, director de ferrocarriles en Madrid, conoce Europa entera excepto Rusia), y mira por donde le anuncio yo ahora mi noviazgo en una carta similar a la que Georg manda a su amigo”.
Otro de los asuntos que se le consultan al tío de Madrid es el de la fábrica de amianto. En 1911, Karl Hermann, el marido de Gabrielle, la mayor de las hermanas de Kafka, crea la Prager Asbestwerke Hermann and Co., en que participa también el padre de Kafka, por consejo de su hijo. La fábrica dejó de producir amianto al comienzo de la Primera Guerra Mundial y se cerró definitivamente en 1917. Durante ese tiempo la fábrica fue para Kafka, que figuraba como administrador, motivo continuo de preocupaciones y quejas [11] —“el tormento que me causa la fábrica. Por qué cedí cuando me obligaron a trabajar en ella por las tardes. Es cierto que nadie me obliga por la fuerza, pero mi padre me obliga con sus reproches; Karl, con su silencio, y mi sentimiento de culpa también”—, que también comparte con su tío: “Ayer una carta notable al tío Alfred, acerca de la fábrica”, escribe en su diario el 24 de mayo de 1912 [12]. Para montar la fábrica, no solo ha invertido dinero el padre de Kafka, creemos que también se le ha pedido dinero al tío Alfred [13]: “Carezco casi de un interés directo en la fábrica, pero sí tengo un interés indirecto. No quiero que se pierda el dinero de mi padre, que él ha puesto a disposición de Karl porque yo se lo aconsejé y se lo pedí, esta es mi primera preocupación; no quiero que se pierda el dinero de mi tío, que él ha prestado no tanto a Karl cuanto a nosotros”.
Durante la guerra, el tío de Madrid no viajó a Praga. Volvió con 68 años, en julio de 1920: el sobrino va a recibirlo a la estación, pasea con él y le da conversación, lo acompaña en las visitas, hasta que lo despide el 24 de julio. No volvieron a verse.
La última referencia escrita a su tío la leemos en una carta a Max Brod escrita desde Berlín en noviembre de 1923 [14]: “Sobre la herencia, no son más que habladurías, pero parece que muy difundidas, porque también Else Bergman me escribió sobre el asunto. La verdad es que la herencia alcanza un total de 600.000 K., lo que, además de mi madre, ha de repartirse entre tres tíos. Aun así, esto no estaría nada mal, pero lamentablemente también son parte importante los gobiernos de Francia y de España y el notario de Madrid y los abogados”.
Max Brod dijo de Alfred Löwy que era hombre “poco comunicativo, pero con todo afectuoso y dotado de un agudo sentido de la familia” [15] (citado por Garcival), una afirmación que compartiría plenamente su sobrino. Javier Goñi [16] lo presenta como “un aventurero y un buscafortunas cosmopolita, al igual que Josef […], ambos labrándose fama y dinero lejos de casa lejos de esa Praga mágica y poco amable con los judíos, la ciudad del Golem, y ambos tíos con mucho predicamento en la familia”. Valga, si acaso, el primer apelativo para Josef, que trabajó en Panamá, el Congo, China y Canadá, pero no para el discreto Alfred, y achaquemos el segundo a ese prurito periodístico de exagerar y distorsionar la realidad, pues no fueron sino ejecutivos de alto nivel.
Para Javier Rioyo [17], la actitud del tío, su negativa a buscarle al sobrino un trabajo en Madrid, fue premeditada, producto de “su independencia, su egoísmo y deseos de esconder su nueva vida, su nueva personalidad”. Gracias a ello, continúa el escritor madrileño “nos libramos de un Kafka castizo, amigo de Arniches, de Camba o de Ortega”, presuponiendo que Kafka, lo mismo que su tío, se habría españolizado, bastardeado, y su literatura habría perdido precisamente su especificidad, lo kafkiano.
¿Cuál es esa nueva vida, esa nueva personalidad? Según Rioyo, la buena vida (cenas en Lhardy, noches de teatro y de amores con alegres madrileñas), el apartamiento de la religión judía (ha olvidado la sinagoga y el Talmud), la independencia y la falta de explicaciones a la familia: nada dice de su última amiga.
¿Se vería amenazado todo ello si su sobrino Franz viniera a trabajar a Madrid?
Podría pensarse a primera vista que sí, que el tío llevaba en Madrid una vida en algunos aspectos licenciosa —un hombre materialista, un sibarita con amantes, olvidado del judaísmo—, y que el sobrino podría ser un incordio, cuando no un acusica que iba a contar a la familia que el tío Alfred vive así y asá, que ayer estuvo en tal sitio o con tal mujer. Podría.
Que Alfred Löwy estuviera acostumbrado a los restaurantes de lujo y a las exquisiteces gastronómicas no podía extrañar a nadie viendo en qué círculos se movía en París y en Madrid. Que un soltero elegante, caballeroso y con dinero asistiera con frecuencia al teatro y tuviera amores con sicalípticas madrileñas tampoco sería piedra de escándalo; el propio sobrino lo hacía en Praga y en sus viajes al extranjero. En cuanto a la religión judía, no fue el primer Löwy que abandonó la religión judía, si es que la abandonó: ya lo había hecho un tío abuelo materno suyo, y lo hizo después Rudolf Löwy, hermanastro de Alfred. Tampoco podemos afirmar que la rama de los Kafka fuera especialmente observante de la religión judía. Para el padre de Kafka, la religión  no era tanto cuestión de fe, como social, de pura apariencia. Klaus Wagenbach [18] escribe al respecto: “La «fe de los padres» se perdía en el camino de «abajo» a «arriba», en el camino que llevaba de las piadosas comunidades judías provincianas a las grandes ciudades”.¿Tanto escándalo se iba a formar en la familia por que el tío Alfred se hubiera acercado al catolicismo? No sabemos, además, si ese acercamiento fue por convicción o por conveniencia social en un país católico. Lo único que podemos asegurar en este punto es que Alfred Löwy figuraba entre los Sres. empleados protectores, que colaboraban económicamente en el mantenimiento y publicación de la Revista Católica de CuestionesSociales, editada por el «Patronato Social de Buenas Lecturas», en los números de 1908, 1912 y 1914. ¿Significaba esa suscripción que don Alfredo se había bautizado?


Estas dos imágenes proceden de ejemplares de la revista conservados en la Biblioteca Nacional de Madrid.


En cuanto a la influencia que nuestro país habría tenido en la obra de Kafka si este hubiera vivido en Madrid, dejo aquí algunas conjeturas que el lector puede continuar si es gustoso y dado a imaginar.
Por fecha de nacimiento, Kafka formaría parte en España de la Generación de 1914, también llamada del Novecentismo, por lo que sería compañero de letras de Ortega y Gasset, Gabriel Miró, Ramón Pérez de Ayala y Juan Ramón Jiménez. Joven quizá para los del 98, quizá algo mayor para los del 27. A todos ellos pudo, además de leerlos, conocerlos y tratarlos, y tener sus simpatías por unos y por otros.
¿Habrían influido tales escritores en su literatura? Seguramente no, aunque aparecerían en sus cartas y diarios.
¿Habría escrito La metamorfosis? Claro que sí, porque esa extraña y maravillosa novela que refleja simbólicamente la realidad del individuo en la modernidad no es una mímesis clásica de la vida, un reflejo costumbrista de la vida en Praga. La metamorfosis es el alma compleja y atormentada de Kafka, que no habría cambiado por mucho chotis y mucha zarzuela que oyera en la capital madrileña. También oía música popular en Praga. Es una obra épica con todas las de la ley, la minúscula odisea existencial de nuestros días, un inquietante drama en que el héroe clásico es un reconocible y universal perdedor. Kafka es una literatura que nace y muere en él.
¿Habría escrito en Madrid las mismas historias que en Praga? Sin duda. No creo que en Madrid hubiera cultivado la deshumanización orteguiana. La literatura de Kafka está manchada, preñada de hombreidad, de ser humano, de sensaciones, sentimientos, emociones y situaciones que nos son familiares, por cotidianas y vividas.
¿Se habría convertido en un noventayochista? Tampoco lo creo. Sus paisajes son abstractos, oníricos, no se identifican precisamente con el ser nacional de Bohemia o de Checoslovaquia. No le interesaba el pasado como construcción de presente o de futuro, sino el presente sin más, el individuo apenas enraizado, el presente que no deviene futuro, el presente que es una condena, un vivir atribulado, sin posibilidad de redención, de felicidad, de armonía con los demás.



[1] https://homepage.univie.ac.at/werner.haas/
[2] Franz Kafka, Cartas a Max Brod (1904-1924). [En adelante abreviamos en MB]. Ed. Grijalbo/Mondadori, Madrid, 1992, p. 24.
[3] MB, 25
[4] MB, 21 dic 1907, 28-29
[5] https://homepage.univie.ac.at/werner.haas/
[6] F. Kafka, Diarios. Carta al padre. [En adelante, D]Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2000, p. 341.
[7] F. Kafka, Cartas a Felice. [En adelante, FB]. Edición digital: http://assets.espapdf.com/b/Franz%20Kafka/Cartas%20a%20Felice%20(8434)/Cartas%20a%20Felice%20-%20Franz%20Kafka.pdf
[8] FB, 5 agosto 1913.
[9] F. Kafka, Cartas a Milena. [En adelante, MJ]. Alianza Editorial, Madrid, 2004, p. 80.
[10] FB, 5 ago 1913.
[11] D, 263.
[12] D, 333.
[13] D, 530.
[14] MB, 271.
[15] G. Garcival, “Kafka y su «tío de España», don Alfredo Loewy”, ABC, 26 enero 1980, p. 21.
[16] J. Goñi, “El Expreso de Irún, de las 8,40”, en la web Divertinajes.com
[17] J. Rioyo, “Kafka podría haber sido castizo”, El País, 2 septiembre 1914.
[18] Klaus Wagenbach, Franz Kafka. Imágenes de su vida. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 1998, p. 31