martes, 16 de enero de 2018

Las tentaciones, o Eros, Plutón y la Gloria (3)


        En cuanto a la Diablesa, mentiría si no reconociera que a primera vista le encontré un raro encanto. Para definir este encanto no sabría compararlo a nada mejor que al de las bellísimas mujeres maduras que ya no envejecen más, y cuya belleza guarda la magia penetrante de las ruinas. Tenía un aire entre autoritario y desgarbado, y sus ojos, aunque abatidos, tenían una fuerza fascinante. Lo que más me sorprendió fue el misterio de su voz, en la que encontré el recuerdo de las contraltos más deliciosas y también un poco de esa ronquera de las gargantas continuamente lavadas por el aguardiente.
      “¿Quieres conocer mi poder?”, dijo la falsa diosa con su voz encantadora y paradójica. “Escucha.”
         Y se llevó a los labios una gigantesca trompeta adornada de cintas, como un pito de carnaval, con los nombres de todos los periódicos del universo, y gritó mi nombre, que rodó por el espacio con el ruido de cien mil truenos y volvió a mí rebotado por el eco del más lejano planeta.
         “¡Diablos –dije medio subyugado—, eso sí que es precioso! Pero al examinar con más atención a la seductora marimacho me pareció vagamente que la reconocía por haberla visto brincar con unos granujas conocidos míos; y el son ronco del cobre trajo a mis oídos no sé qué recuerdo de una trompeta prostituida.
         También le respondí con todo mi desdén: “¡Vete! No he nacido para casarme con la querida de algunos que no quiero nombrar.”
        Ciertamente, con una abnegación tan valiente tenía derecho a estar orgulloso. Pero por desgracia me desperté y me abandonaron todas las fuerzas. “En verdad, me dije, tendría que estar pesadamente aletargado para mostrar tales escrúpulos. ¡Ah, si pudieran volver mientras estoy despierto, no me haría tanto el delicado!
         Y los invoqué en voz alta, suplicándoles perdón, ofreciéndoles que me deshonraría cada vez que hiciera falta para merecer sus favores; pero los había ofendido mucho sin duda, pues no volvieron jamás.


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