No sé cómo llegó a mis estanterías
esta obra que Pío Baroja publicó con 70 años. El estanque verde fue el primer número de la colección «La novela
actual», de la editorial madrileña Escélicer, y apareció el jueves 3 de junio
de 1943. El propósito de la colección era sacar cada jueves una novela corta
inédita de un autor español vivo. Por lo que he podido averiguar, salieron a la
venta al menos los diez primeros números con novelas de Gómez de la Serna, Rosa
Chacel, Alfredo Marqueríe, Tomás Borrás, Jardiel Poncela, Francisco de Cossío,
José Francés, Ana Mª de Foronda y Luis Antonio de Vega, polifacético bilbaíno
—reputado crítico gastronómico y enólogo, prestigioso arabista, viajero, poeta,
novelista y ensayista—, director de la colección.
Los
libros consistían en un cuadernillo en octavo con las hojas grapadas,
normalmente de 48 páginas. El esquema de la portada, a tres tintas y con papel
de mayor gramaje, era el mismo para todos los números: nombre de la colección,
retrato del autor, nombre, título y módico precio, una peseta. El ejemplar que
tengo delante tiene trazas de haber sido, si no leído, al menos marcado:
pliegues en varias hojas y manchas en tres páginas. El papel, de color crema,
es basto y áspero al tacto, y la tinta ha perdido intensidad. Una edición
barata, concebida quizá para una campaña de popularización de la lectura y
divulgación de obras que sacaran durante un rato a los españoles del marasmo en
que debían de vivir aquellos días de inmediata posguerra, dolor y hambre. Supongo,
leída la de Baroja, que se trataría de novelas alejadas de la inmediata
realidad histórica, aunque no deja de aportar su dosis de desconcierto la inclusión
en la nómina de Rosa Chacel, en el exilio entonces, entre intelectuales
conservadores y falangistas de número como Alfredo Marqueríe o Tomás Borrás.
El estanque verde es una historia
prescindible —supongo que solo tendría valor nutricio— que nada aporta a la
narrativa de su autor y suena, además, a ya conocida: la historia de una casa,
Jaureguia, a través de los personajes que la habitaron, o la historia de unos
personajes a través de la casa en que vivieron. La novedad, que no lo es del
todo, porque también resulta familiar en Baroja el recurso del médico-narrador,
es el juego con los narradores, el de las cajas chinas, llamado también de las
matrioskas o muñecas rusas, de antiquísima estirpe: un narrador que podemos
identificar con Baroja pone en limpio y edita recuerdos de juventud del doctor
Armendáriz, que da la palabra a doña Úrsula para reconstruir parte de la
historia del ingeniero Norton, completada por el doctor Alberdi.
Al
margen de los literarios, el cuadernillo tiene para mí otros valores. Y no
porque en el mercado de segunda mano en internet se cotice a 21 euros el
ejemplar en buen uso, sino por su singularidad editorial—una primera edición de
Baroja, aunque sea un cuadernillo grapado—, por su antigüedad —75 años cumplirá
en junio de este año—, por ese olor a dulce casero que guarda en su interior,
como si hubiera estado en la parte del aparador en que se guardaban las
magdalenas recién hechas. También por las historias que podría contar de su
dueño: ¿un secretario de ayuntamiento que albergaba el secreto empeño de contar
historias curiosas de su pueblo?, ¿un recién diputado a cortes, que aprovechaba
los viajes a Madrid desde su capital provinciana para echar una cana al aire, y
siempre llevaba de vuelta algunas novedades literarias?, ¿la maestra de una
escuela rural que había perdido a su novio durante la guerra y probaba a
distraer sus horas de melancolía con la lectura?, ¿un universitario calavera con
el prurito de ser escritor de éxito?, ¿un periodista y crítico literario
vinculado a la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda, que turiferaba o
mostraba tibieza con las obras según su mayor o menor sintonía con los
principios del Movimiento?, ¿un simple lector que vendió un lote de sus libros
en El Rastro para costearse otros?, ¿una condesa arruinada cuyo sobrino drogadicto
acabó malvendiendo la biblioteca a chamarileros ambulantes? Cualquiera sabe los
tumbos que ha dado este librillo hasta aparecer en mis estantes.
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