viernes, 23 de marzo de 2018

Esparragal, 1960


Mágica luz
de la infancia alumbra
tus ojos limpios.


miércoles, 21 de marzo de 2018

Tratado de deambulología



He leído este libro en cinco o seis tardes, junto a la estufa y cerca de un balcón por donde entraba la luz sin brillo de los días con lluvia y con silencio en las calles. Un disfrute.
Diario de un caminante de la ciudad, cuaderno de campo de un coleccionista de mensajes callejeros, ensayo sobre artistas singulares (escritores, pintores, músicos, fotógrafos), crónica de viajes, relato autobiográfico, collage, libro aluvión, mosaico textual, novela del yo… Todo eso es Un andar solitario entre la gente, una obra también singular, libre y honesta, con la que AMM nos adentra en su mundo más personal.
El libro está dividido en dos partes de muy desigual extensión, «Oficina de instantes perdidos» (349 páginas), y «Don Nadie» (145), cada una segmentada en breves secuencias tituladas con frases publicitarias o titulares periodísticos.
El narrador —caminante de la ciudad y recolector de toda clase de mensajes publicitarios callejeros y de retazos de conversaciones ajenas—, utiliza mayormente la 1ª persona, que coincide con la voz del autor, AMM, aunque a veces se habla del protagonista con el distanciamiento de la tercera persona verbal. Este personaje sigue los pasos de algunos escritores “deambulantes”, creadores de libros aluvión, de obras misceláneas compuestas con muy diversos materiales, como el Quijote, Mobby Dick y Ulises, o fragmentarias e incompletas, inacabadas por naturaleza, como los poemas en prosa de El spleen de París de Baudelaire o los escritos de Walter Benjamin.
Un andar solitario sigue la estela de esas obras escritas con materiales de acá y de allá, y de ahí su tentacularidad, su enciclopedismo, su pluralidad temática: asoma la infancia del autor en Úbeda y su juventud en Granada, su traslado a Madrid y su matrimonio con la escritora Elvira Lindo, la mudanza de una casa a otra, sus estancias en París, en Lisboa, en Nueva York; nos muestra su interés por la pintura y la fotografía en consideraciones sobre Caravaggio, El Bosco, o hablándonos de ese pintor amigo que se levanta a pintar de madrugada, del grafitero Vhils, de aquel raro fotógrafo mendigo checo, Miroslav Tichý, o de Torres-García y sus juguetes; vuelve, en breves ráfagas biográficas sobre algunos de sus músicos preferidos, a su pasión por el jazz; reivindica, en plena era tecnológica, la creación manual (escribir a lápiz, recortar frases y figuras con unas tijeras y pegar los recortes en un cuaderno); denuncia esa ubicua y abusiva coacción consumista de nuestra sociedad, la suciedad, la basura plástica y la criminal contaminación; la violencia contra el planeta, contra los animales, contra las personas; el ruido, no ya el ruido físico, ambiental, la polución acústica de la ciudad, sino el exceso de información, de propaganda, de publicidad que penetra en nuestras vidas y se adueña de ellas para convertirnos en individuos de la masa que consume y va dejando un rastro de basura que tardará miles de años en desaparecer; pero sobre todo declara su admiración por escritores imcomprendidos, fracasados o ignorados en su tiempo, y referentes hoy de la modernidad como Walt Whitman, Fernando Pessoa, Emily Dickinson, James Joyce, Oscar Wilde y, especialmente, Thomas de Quincey, Edagr Allan Poe, Charles Baudelaire, Herman Melville y Walter Benjamin.
           A la multiplicidad de asuntos corresponde la de los espacios en que transcurre y se va haciendo el libro: calles de Madrid, Londres, Liverpool, París, Nueva York, Lisboa, estaciones de tren, aeropuertos, aviones, vagones de tren y de metro, taxis, cafés, domicilios del narrador y casas prestadas en las que pasa un tiempo, habitaciones de hotel, jardines y parques públicos. Son continuos también los saltos temporales desde el presente al pasado del autor y al de esos otros caminantes de la literatura mencionados, aunque la novela  es una novela del presente, un intento de narrar el presente inmediato de ese personaje que camina por la ciudad y trata de apresar todos los estímulos y circunstancias ambientales que va encontrando a su paso.
El verdadero protagonista del libro, sin embargo, no es ese narrador que coincide con el autor, ni los caminantes de la literatura, ni las ciudades, ni la música o la pintura. El protagonista de Un andar solitario entre la gente es precisamente el lenguaje. Somos lengua viva. Somos palabra. Somos escritura. El mundo es una inmensa página escrita con todo tipo de mensajes.
          AMM hace con esta obra una honesta reivindicación de sí mismo, una declaración sincera y una valiente defensa de aquello que lo define como hombre y como escritor, de lo que lo hace sentirse vivo, satisfecho con su vida, aunque a veces tenga dudas —«Join the Mechanical Revolution», página 475—, y se plantee si tiene sentido o no escribir en el mundo de nuestros días.

lunes, 19 de marzo de 2018

17 de marzo


Fluye en la tarde
la armonía del agua.
Canta el silencio.

jueves, 15 de marzo de 2018

La soledad (XXIII)


     Un gacetillero filántropo me dice que la soledad es mala para el hombre, y para apoyar su tesis cita, como todos los incrédulos, palabras de los Padres de la Iglesia.
         Sé que el Demonio frecuenta gustoso los lugares áridos, y que el espíritu criminal y lúbrico se inflama maravillosamente en las soledades. Pero sería posible que esta soledad solamente fuese peligrosa para el alma ociosa y divagante, que la puebla con sus pasiones y quimeras.
         Es cierto que uno de esos charlatanes cuyo máximo placer es hablar desde lo alto de una cátedra o de una tribuna, correría grave peligro de convertirse en un loco furioso en la isla de Robinson. No le exijo a ese gacetillero las valerosas virtudes de Crusoe, pero le pido que no acuse a los amantes de la soledad y del misterio.
         En nuestras especies de charlatanes hay individuos que aceptarían con menos ascos el mayor tormento si se les permitiera lanzar desde el patíbulo una buena arenga, sin miedo a que los tambores de Santerre le cortasen intempestivamente la palabra.
         No los compadezco, porque adivino que sus efusiones oratorias les procuran goces semejantes a los que otros obtienen del silencio y del recogimiento; pero los desprecio.
         Deseo ante todo que mi maldito gacetillero me deje divertirme a mi manera. “¿No sientes nunca —me pregunta con un tono nasal muy apostólico— la necesidad de compartir tus alegrías?” ¡Vaya con el sutil envidioso! ¡Él sabe que desprecio las suyas y viene el repugnante aguafiestas a insinuarse con las mías!
         “¡La gran desgracia de no poder estar solo!”, dice en alguna parte La Bruyère, como para avergonzar a todos los que corren a olvidarse en la multitud temiendo, sin duda, no poder soportarse a sí mismos.
         “Casi todas nuestras desgracias nos vienen de no haber sabido quedarnos en nuestro cuarto”, dice otro sabio, Pascal, Creo, llamando así a la celda del recogimiento a todos los insensatos que buscan la felicidad en el ajetreo y en una prostitución que podría llamar fraternitaria, si quisiera hablar la hermosa lengua de mi siglo.


miércoles, 7 de marzo de 2018

La vida siempre sigue


           Hace unos días, en conversación entre amigos y sin saber ahora por dónde vino el hilo, les hablé de Pedro Luis Zorrilla, el primer poeta que conocí en Córdoba. Yo tenía 18 años, él uno más. Fue a comienzos del verano del 74, en un pub de Ciudad Jardín, donde nos presentó una amiga común. Yo lo conocía de vista, quizá del instituto, quizá de coincidir en los cines o en las tabernas adonde íbamos los estudiantes. Tenía ya una voz ronca que impresionaba en un muchacho tan joven y tan delgado, pero no le pregunté, ni él dio explicaciones. Nos caímos bien. Enseguida hablamos de literatura y de versos. Él estaba en un grupo de poesía, se reunían con frecuencia y habían sacado ya o iban a hacerlo, una revista.
Aquel primer encuentro con PLZ me impresionó: yo era aún poeta secreto, de tapadillo, escuchaba canciones de Leonard Cohen  y de Lou Reed, y escribía unos versos tremebundos que jamás se me había ocurrido dar a conocer a mis amigos, y mucho menos publicar; aquel muchacho, en cambio, hablaba con naturalidad de poesía y de poetas, y había publicado ya uno o dos poemas en otra revista. Creo que llegamos a intercambiamos unas cuartillas con nuestros versos para saber lo que hacíamos: unas cosas nos gustaban, otras eran pretenciosas u oscuras, y a otras les faltaba redondez. Después de uno o dos encuentros más se encajó el verano y no volvimos a vernos. No supe más de PLZ hasta que alguien me dijo que había muerto en febrero del 81. Un palo. Para esa fecha ya sabía que aquellos poetas amigos de que habló en nuestro primer encuentro eran Francisco Gálvez, José Luis Amaro y Rafael Álvarez Merlo, el alma de Antorcha de paja, la revista y la colección de poesía que marcaron época en la poesía cordobesa de los años 70.
            El domingo pasado, apenas dos semanas después de que les hablara a mis amigos de PLZ, entré en la librería de viejo que hay en la Ribera de Córdoba y hurgando en un estante me encontré el librito que le habían editado y prologado sus amigos de Antorcha de paja en 1992, Desde el trapecio. No lo dudé. Pero no lo abrí hasta esta tarde, quería leerlo en casa, en la tranquilidad de mi habitación. Según cuenta Francisco Gálvez, el propio Pedro Luis destruyó la mayor parte de sus poemas unos meses antes de su muerte, de manera que esta antología póstuma solo recoge 6 composiciones inéditas y otras diez publicadas entre el 72 y el 74. ¿Sería alguno de los que me dio a leer aquel verano del 74? Es posible, pero no lo recuerdo, aunque la posibilidad de que así fuera añadía aún más emoción a la lectura.
            En esa época, escribir era solamente una vía de escape a mis murrias y soledades; me gustaba sobre todo coger un buen libro y pasar la mañana o la tarde leyendo en una plazuela o en un rincón tranquilo de la ciudad —Antonio Machado en la plaza de la Magdalena, La realidad y el deseo en las orillas del río, Rubén Darío en los Jardines de la Agricultura—, no pensaba en publicar, pero con PLZ comprendí que el proceso natural de la poesía no era apolillarse en el cajón, sino airearse y dejarse ver en letras de molde, y decidí que algún día yo también publicaría mis versos.
            Leo ahora los de Pedro Luis con cierta melancolía —empezaba a descubrir la vida y a expresarla líricamente: la pérdida de la infancia, el absurdo, la denuncia y la protesta contra un sistema que nos vampiriza, la desolación existencial de un joven rebelde, de un solitario que ama y sufre—, pero también con una serena sonrisa íntima al reencontrarme con aquel muchacho que escribió:

Un hombre es todos los hombres
Quien ha vivido un día ha vivido todos los días
Un amor es todo el amor
Un amor múltiple es el mismo amor único
El límite no existe y el límite son todos los seres
La piel es el límite de un solo cuerpo
Todo un mundo
Un instante es todo el tiempo
Mi vida es la vida de cuanto existe
Mi muerte es la muerte de todo cuanto existe
Pero no puede ser cierto
Porque la vida y la muerte no pueden ser incompatibles
Porque la vida siempre sigue



lunes, 5 de marzo de 2018

Carduelis carduelis


Cantan los pájaros
en la tarde de marzo.
Vuelve la vida.


Imagen: Marek Szczepanek
Pincha la imagen para oír el canto del jilguero