viernes, 21 de septiembre de 2018

Duelo en el paraninfo (6)


Contamos también con testimonios de tres asistentes al acto: Eugenio Vegas Latapié, consejero nacional de Falange, José Pérez Villamil, psiquiatra de Millán Astray, y Emilio Salcedo, periodista del diario salmantino La Gaceta Regional, que ofrece la versión más completa y ajustada a la realidad. Los tres pueden leerse como anexo al ensayo que Severiano Delgado Cruz, bibliotecario de la salmantina, publicó en internet el 8 de mayo de este 2018, «Arqueología de un mito: el acto del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca». El objetivo de este trabajo es doble: insistir en que es imposible saber la literalidad del discurso improvisado de Unamuno, que fue radiado, como los demás discursos, pero no grabado; y advertir de la naturaleza literaria del texto de Luis Portillo, y por ello, de la inclusión de elementos ficticios que confieren dramatismo al cruce verbal entre Unamuno y Millán Astray: “Para escribir su «Unamuno’s Last Lecture», Luis Portillo[1], que escribía de memoria, utilizó la mayor parte de estos elementos y los reorganizó […] para montar una escena de teatro litúrgico, en la que no pretendía reproducir el acto del 12 de octubre, sino armar un combate entre el Bien y el Mal. Pero ese relato, sacado de su contexto y popularizado por Hugh Thomas, ha tenido como consecuencia que todavía en nuestros días se siga considerando el discurso de Unamuno escrito por Luis Portillo como palabras textuales del rector de Salamanca”.
             El texto de Severiano Delgado provocó que algunos revisionistas con mala intención y ánimo de sembrar confusión aprovecharan que el Pisuerga pasa por Valladolid para escribir titulares, y artículos, tendenciosos. El ABC del 8 de mayo pasado destacaba: «Venceréis pero no convenceréis: desvelan la mentira del enfrentamiento entre Unamuno y Millán Astray». El lector Juan Manuel Riesgo en carta del 24 de mayo al director de El País afirma taxativo: “al final del acto Unamuno se despidió cortésmente de Millán-Astray, lo que demuestra que no hubo incidente entre ellos”. En La Gaceta (La información alternativa) del 24 de febrero de 2017, después del título  —«Los documentos que muestran la falsedad. La mentira del enfrentamiento entre Unamuno y Millán Astray en Salamanca»— leemos: “La tradición historiográfica de la izquierda lleva ochenta años repitiendo la mentira del enfrentamiento entre el rector de la universidad de Salamanca en 1936, Miguel de Unamuno, y el fundador de la Legión, el general Millán Astray”. Los hispanistas franceses Colette y Jean-Claude Rabaté, recopilan algunos más de estos titulares negacionistas: La gran mentira del 35. Un discurso inventado. Unamuno con Astray, no en contra. Astray tendió la mano a Unamuno. Unamuno y Millán Astray: fake…
Tras la muerte de Unamuno, el 31 de diciembre de 1936, aparecieron en la prensa española y francesa crónicas, artículos y entrevistas que recordaban el acto en el paraninfo. Sin ánimo de exhaustividad ofrecemos al lector interesado una selección de aquellos textos[2], al tiempo que lo remitimos a las biografías de Unamuno escritas por Emilio Salcedo, Luciano G. Egido, Colette y Jean-Claude Rabaté, Jon Juaristi.
De momento no hay una versión incontestable de lo dicho literalmente por don Miguel en el paraninfo. Sí podemos afirmar que sus palabras de protesta y denuncia provocaron los gritos contra los intelectuales del general y su destitución como rector.
Unamuno, recordémoslo ahora, acogió con esperanza el golpe militar y el inicio de la guerra: creía que los generales salvarían la República española, y con ella la civilización occidental, de la invasión comunista. Sí, quien había denunciado una y otra vez desde la prensa la corrupción moral de Alfonso XIII, la brutalidad y la torpeza de la dictadura, quien fue desterrado por Primo de Rivera en febrero de 1924 a la isla de Fuerteventura y permaneció exilado en Francia hasta 1930, quien se presentó y resultó elegido concejal independiente republicano del ayuntamiento de Salamanca en las municipales de 1931, quien proclamó la República en la Casa del Pueblo de esa ciudad y aceptó la presidencia del Consejo de Instrucción Pública en el primer gobierno de Alcalá Zamora, saludó a la romana a las tropas golpistas que tomaron Salamanca el 19 de julio de 1936. A causa de esta notable defección, el gobierno republicano lo destituye de sus cargos, empleo y sueldo un mes más tarde, el 22 de agosto, pero el 1 de septiembre, la Junta de Burgos lo restituye.
En los primeros días de guerra, Unamuno hace varias declaraciones coincidentes sobre el papel de España, y de los militares, en la cultura europea. Así, en su discurso al aceptar el cargo de concejal del ayuntamiento franquista de Salamanca, el 25 de julio, afirma: “Hay que salvar la civilización occidental, la civilización cristiana tan seriamente amenazada”.
Pero pronto aparece la barbarie: el 24 de julio es cesado en la rectoría Salvador Vila Hernández; el 29 de julio, los “señoritos de Valladolid” asesinan en la carretera a Casto Prieto y José Manso; el 1 de agosto es detenido Atilano Coco, pastor protestante; unos días más tarde, el médico Filiberto Villalobos; todos amigos suyos. Se suceden encarcelamientos injustificados y ejecuciones sumarias. Unamuno, además, está más que preocupado por sus hijos: Fernando y Pablo, aislados en  Palencia y en Zamora; de José, Ramón, y de su yerno y secretario, José María, que están en Madrid, no sabe nada desde el 18 de julio.
“En aquellos momentos —escribe Blanco Prieto[3]— Salamanca era una ciudad tomada por los militares, falangistas y guardia cívica, donde la represión ordenada por Mola para evitar cualquier intento de respuesta a la sublevación, era inmisericorde y brutal”. En aquella España desgarrada por la guerra, Unamuno acaba repartiendo responsabilidades y mandobles a uno y otro lado, como se aprecia en la carta a Lorenzo Giusso, escrita el 21 de noviembre, pero que recoge una opinión que Unamuno ya debía tener formada antes del 12 de octubre: “Todo lo que se diga de la salvajería de las hordas llamadas rojas o marxistas (??) es poco, pero y la de los otros. Tan salvajes como los hunos son los hotros, en esta guerra sin cuartel, sin piedad, sin humanidad y sin justicia. De un lado, criminales vulgares, expresidiarios, degenerados sin ideología alguna, y del otro lado... Y es que lo de España es una enfermedad mental colectiva, una epidemia frenopática, una especie de parálisis general progresiva, y no sin cierta base somática. Es el régimen de terror por las dos partes. España está asustada de sí misma, horrorizada. Ha brotado toda la lepra católica y anticatólica. Aúllan y piden sangre hunos y hotros”.
En ese ambiente y circunstancias llega el 12 de octubre y la celebración del día de la Raza. Poco antes de las doce de la mañana, el vicerrector de la Universidad, Esteban Madruga, recoge al escritor en su casa de la calle Bordadores para acompañarlo al acto académico en el paraninfo. De camino le cuenta cómo ha ido el acto religioso en la catedral y le hace prometer que se limitará a abrir y cerrar oficialmente el acto, que no intervendrá como orador. Tras reestructurarse la mesa presidencial por el retraso de doña Carmen Polo, don Miguel declara abierto el acto en nombre del Jefe del Estado y comienzan los discursos. Cuando el primer orador, Ramos Loscertales, alude a la anti-España que representan vascos y catalanes separatistas, más de uno observa cómo el rector saca de su bolsillo un papel y comienza a hacer anotaciones con un lápiz. Una vez acabados los discursos, don Miguel se levanta, con el papel en la mano, y comienza a hablar, “con la voz más velada a incisiva que nunca, con aire de indignación, rompe el silencio que se ha cernido sobre el atestado Paraninfo”.
Ya sabemos que aquellas palabras no se grabaron. Hemos comprobado también que la memoria es caprichosa, o sospechosamente selectiva, o interesada. No hay manera de citar literalmente las palabras del maestro. ¿Utilizó el infinitivo argumental, Vencer no es convencer? ¿La perífrasis modal de posibilidad, Podréis vencer pero no podréis convencer? ¿O el más directo y provocador futuro imperfecto de indicativo, Venceréis pero no convenceréis?
Pero, leído lo leído, creo que sí podemos hacernos una idea muy aproximada de las palabras de Unamuno, de aquel duelo entre la razón y la sinrazón, entre la dialéctica y las armas, entre la compasión y la sangre derramada. A pesar de sus bandazos ideológicos, don Miguel tuvo un gesto último de dignidad, y de valentía personal, qué duda cabe, nos dio su última lección al condenar los métodos fascistas, la misma que hubiera dado a los miembros del gobierno republicano si hubiera tenido ocasión. Me imagino la mirada atónita de muchos, el nerviosismo de doña Carmen Polo, que no llegó a desmayarse, pero sí debió de inquietarse por lo que allí se estaba diciendo, la rabia de Millán Astray y sus gritos violentos, los murmullos de desaprobación de algunos profesores, los gritos nacionalistas entre el público, la imagen pétrea, elegante, de don Miguel, ajeno a los vivas y a los arribas, a los abucheos y a los insultos, a las amenazas…
Sí, una pena que no se grabara aquel discurso…, pero una suerte que don Miguel sacara aquella cuartilla del bolsillo de su chaqueta y comenzara a apuntar, porque ese papel sí que se ha conservado. Era el reverso de la carta que días atrás le había escrito Enriqueta Carbonell, la esposa del pastor Atilano Coco, diciéndole que su marido estaba detenido bajo acusación de “masón” y rogándole a Unamuno que se interesara ante las autoridades franquistas por su amigo, que finalmente sería fusilado el 9 de diciembre.
En el reverso de esa carta, escrito a lápiz encontramos el guion del improvisado discurso de Unamuno. Léalo el lector paciente, cáselo con lo anteriormente leído, y piense en la verdad que contiene.





[1] Efectivamente, la versión más conocida de aquel enfrentamiento es la de Luis Portillo, que no asistió al acto del paraninfo, publicada en inglés en diciembre de 1941 en Horizon, una revista londinense de literatura y arte. Doce años más tarde, el escritor Cyril Connolly incluyó el texto en The Golden Horizon (1953), donde debió leerlo Hugh Thomas, que lo incorporó a su ensayo La guerra civil española, traducido al español en 1962 por Ruedo Ibérico.
[2] ABC¸27 enero 1937, p. 8. La Libertad, 5 enero 1937, p. 6. La Libertad, 28 enero 1937, p. 2. Le Petit Journal, 1 enero 1937, p. 3. L’Intransigéant, 3 enero 1937, última página.  Le Populaire, 5 enero 1937, p. 3.  L’Humanité, 7 enero 1937, p. 8. Le Figaro, 9 enero 1937, p. 6. El Día de Alicante, 6 febrero 1937, p. 1.
[3] Francisco Blanco Prieto, «Unamuno y la guerra civil», 16 febrero 2009, p. 22. Disponible en internet.

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