miércoles, 16 de enero de 2019

El alcabalero y la zarca

A mi madre, Juanita Zarco

En su Juicio analítico de don Quijote, escrito en Argamasilla de Alba, y publicado en 1863, don Ramón Antequera identificó a Dulcinea del Toboso con Ana Martínez Zarco de Morales, lo mismo que el anotador Diego Clemencín y que el director de la Biblioteca Nacional y maestro de comentaristas, don Francisco Rodríguez Marín, que señala al doctor Zarco como “próximo deudo” de Dulcinea, al igual que el alcalde Pantoja, siendo don Luis Astrana Marín el único cervantista que rechaza tal conjetura y la considera una patraña: “juzgo completamente estéril buscar el modelo vivo de Dulcinea y hablar de tradiciones, falaces, señalando como encarnación de la heroína a cierta Ana Zarco de Morales […] El personaje, aunque otros del Quijote no lo parezcan, es en Dulcinea totalmente imaginario”[1].
            La afirmación taxativa de Astrana Marín es demoledora, el castillo de naipes se viene abajo con el soplo del biógrafo conquense, y como presunto descendiente de Dulcinea, quiero decir de los Zarco toboseños, he de asumir  que Dulcinea sea hija de la imaginación de Cervantes, y no imagen de la susodicha Ana Zarco de Morales. Cierto que el Quijote nada gana con que Dulcinea esté inspirada en una persona real, pues lo que interesa en el caso no es la verdad histórica de los hechos, sino la verdad literaria, la realidad ficticia, la creación de un personaje que es la flor de la virtud y de la belleza, inspiradora del más noble y esforzado de los caballeros andantes que en el mundo han sido, pero el interrogante surge con fuerza: ¿es posible que el señor Astrana Marín esté en el error y anden en el camino de la verdad los otros cervantistas? Concedamos, al menos, el beneficio de la duda, y sigamos las huellas de Ana Zarco de Morales y su posible relación con el autor del Quijote.
            Algo hubo en El Toboso con un Cervantes, y quiere la leyenda que con esta Zarco que ya conocemos. Sobre qué fuese lo habido no hay unanimidad —apaleamiento, prisión, revolcón en el fangal de una laguna cercana, broma pesada, premeditada venganza o súbita y espontánea reacción de los toboseños—, tampoco sobre el porqué: resentimiento, maliciosa hablilla, chiste, insultante maledicencia de un Cervantes alcabalero que anduvo por la villa entre 1584 y 1588, según Clemencín.
            En «La patria de Don Quijote»[2], relata Azorín el viaje por tierras manchegas del escritor romántico José Giménez Serrano en el verano de 1848. Haciendo camino, el viajero  se encuentra con un religioso, que le cuenta leyendas sobre Cervantes, una de las cuales habla de:

“una bárbara y supuesta venganza que en El Toboso se tomaron con un recaudador de contribuciones o alcabalero, llamado Cervantes. Dicho Cervantes no era otro que el autor del Quijote. Habiendo llegado el alcabalero al pueblo, y hallándose durmiendo, por la noche, en el pajar de una casa, le despertaron los mozos, y, medio arrastrando, con una soga a la cintura, le sacaron por las calles del pueblo. Afortunadamente, llegaron a tiempo los cuadrilleros y libertaron a Cervantes de manos de la chusma. No era otro el propósito de los mozos tobosinos sino el de llevar a Cervantes a una laguna próxima y chapuzarle en sus cenagosas aguas. En El Toboso son peritísimos en esta operación”.

La leyenda recoge el qué, pero no el porqué, aunque se deja adivinar que los toboseños no miraban con buenos ojos las alcábalas que habían de pechar y la tomaron con el alcabalero; parecida versión, aunque más sintética, ofrece Gregorio Mayans, que añade el irónico desquite del escritor: “según he oído decir, Miguel de Cervantes fue allá con una comisión, y por ella le capitularon los del Toboso y dieron con él en una cárcel. Y en agradecimiento de esto (que no la hemos de llamar venganza, habiendo resultado en tanta gloria de La Mancha), hizo Cervantes manchegos a su caballero andante y a su dama”[3].
Junto al móvil impositivo de la somanta, prisión o enlodamiento, o lo que fuera que perpetraron los mozos tobosinos contra el Cervantes, circula también el motivo sentimental: un asunto de haldas —no se sabe si comentario hiriente o pura rivalidad entre dos enamorados de la misma dama—, como explicita en pelos y señales la versión que el alcalde Pantoja debió de contarle al periodista salmantino José Sánchez Rojas, en el verano de 1930[4]:

“Cervantes tenía parientes en la villa toledana, generosos y ricos: a ellos acudía Miguel en los momentos de apuro y de amargura […] en El Toboso conoció y amó Cervantes a una linda mancheguita llamada doña Ana Martínez Zarco de Morales [… que] habitaba en el callejón de Mejías, junto a la iglesia […] Pero Miguel era pobre, y el estado de su bolsa no mejoraba nunca. La pícara necesidad […] le obligó, tal vez, a manchar el noviazgo con alguna mentira. Doña Ana, mujer de sentido práctico, como buena española y como buena manchega, dio oídos al caballero calatravo, vecino del lugar, don Francisco de Pacheco […] Y ya en relaciones […] Cervantes trató de estorbar esta inteligencia. Una tradición afirma que Cervantes anduvo a palos y los recibió sin cuenta de los criados y servidores de su adversario. Otra asegura que los contendientes fueron los dos rivales. El hecho es que Miguel, después de la trifulca ruidosa acaecida en el callejón de Mejías, al lado de la casa de la amada, no tornó más al Toboso”.

            Hay quien asegura que Pacheco, celoso de ver a Cervantes perdidamente enamorado de doña Ana, rondándola día y noche, envió a unos criados a darle un escarmiento. El cronista alcazareño Juan Leal Atienza[5] recoge el testimonio de Martín Fernández de Navarrete, tras consultar  en 1805 a Francisco de Paula Marañón, vecino de Alcázar de San Juan, sobre documentos referidos a Cervantes: “Estando con este motivo [recaudando impuestos] en El Toboso, dijo a una mozuela alguna jocosidad, de que se picaron las partes interesadas, y de resultas le pusieron preso”. Clemencín piensa que fueron los parientes y criados de los Martínez Zarco de Morales quienes tundieron a Cervantes—no está claro el motivo— en el callejón de Mejía y que el escritor se desquitó en su novela ridiculizando a la hidalga doña Ana Zarco representándola en la aldeana Aldonza Lorenzo, hija de Aldonza Nogales (nombre de árbol, las mismas vocales y en la misma posición que el Morales de los Zarco), y de Lorenzo Corchuelo (rústico apellido carente del lustre de los Martínez Zarco de Morales y Villaseñor), caracterizándola como ruda labradora, morisca con toda seguridad, “y con la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda La Mancha”.
            Patrocina igualmente esta versión de la revancha cervantina el reportaje que Rómulo Muro publicó en 1925 en el ABC, donde se precisa que no fue amor despechado la causa, ni maledicente jocosidad, ni afán recaudatorio del alcabalero, sino venganza de los tobosinos por haber hecho burla de doña Ana Martínez Zarco de Morales al convertirla en la amada del caballero de la Triste Figura: “doña Ana, cuyo novelesco apodo dicen que valió algunas contundentes caricias de los zagalones toboseños, que en no muy clara noche toparon con el rondador mujeriego en una de las callejas fronterizas a la iglesia parroquial”[6].
            Que existió en época cervantina una Ana Martínez Zarco de Morales en El Toboso, parece hecho verídico. Que Cervantes tenía parientes en el lugar, también. Que el alcabalero Miguel de Cervantes anduviera por El Toboso y entrara en amores con Ana Martínez Zarco de Morales y fuese finalmente rechazado, es posible, verosímil, pero al no estar comprobado queda como conjetura. Que esta dama fuese la inspiradora de Aldonza Lorenzo, y por ende de la simpar Dulcinea, chi lo sa? ¿Que esta Zarca me es consanguínea por la rama materna del árbol? Puede que sí, puede que no, pero lo más seguro es que quién sabe.



[1] Luis Astrana Marín, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra con mil documentos hasta ahora inéditos y numerosas ilustraciones y grabados de época. Edición digital de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, cap. XC, p. 347.
[2] Azorín, «La patria de don Quijote», Los valores literarios (1914), en Obras Completas, tomo I, Ed. Aguilar, Madrid, 1947, p. 1198.
[3] Gregorio Mayans y Siscar, Vida de Miguel de Cervantes. Edición digital, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, párrafo 37.
[4] José Sánchez Rojas, «¿Existió Dulcinea?», en Crónica. 20 julio 1930. Página disponible en internet.
[5] Juan Leal Atienza, Fin de una polémica. III centenario de Cervantes. Establecimiento tipográfico del Hospital Provincial, Ciudad Real, 1916, p. 19.
[6] Rómulo Muro, «Cervantes en El Toboso. Datos y probabilidades acerca de la existencia de doña Dulcinea», ABC, 13 diciembre 1925, p. 9.

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