lunes, 4 de marzo de 2019

Crear identidad


Nos cuesta desprendernos de las palabras, porque significa hacerlo también de nuestra biografía. Si por obra de maleficio se borraran algunas de mi memoria, desaparecería la fantástica imagen de una reata de burros cruzando en diagonal el Guadalquivir con los serones llenos de arena, sabia y pacientemente guiados por el arriero, padre de mi amigo Emilio; la de una tarde cualquiera de verano y un grupo de niños que corre en algarada haciendo molinetes con los brazos mientras suena el triquitraque, la tira de mixtos que acaban de comprar en el quiosco; la imagen insistente de mi padre, y pon pon, y pon pon, para que atacáramos el plato de comida por parejo, sin esculcar ni hacer apartijos en el borde; el revés de mi madre en la boca, que no hizo sangre pero dejó huella, cuando me oyó decir sipote, así, a la cordobesa, como había recién aprendido con cinco o seis años de mis amiguillos del Campo de la Verdad; las salidas a primeros de diciembre en busca de un buen carrizo para la zambomba; las alegres excursiones a última hora de la tarde hasta lah majáh a por la leche de cabra; los viajes excitantes, y mareantes de gasolina, a Palma del Río, para visitar a Pepe Galipa y a Conchita, mis padrinos de bautismo, en aquella casa con tantas habitaciones y patios con fuentes y flores; los ratos jugando a la píngola, en otros sitios la llamaban tala o billarda, delante del cuartel, al zumillo, a los toreros, a los sansones con la tanga, y dando, o recibiendo, un masculillo; o el apelativo con que mi padre me llamó desde los dieciséis a los veinticinco: ¿Dónde va el inglés? ¿Dónde estuviste anoche, inglés?
Las palabras guardan nuestra biografía. Perder palabras es perder memoria. Identidad.

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