miércoles, 9 de octubre de 2019

Bai to trapero (1)

          A cualquier edad y en cualquier circunstancia —mujeres setentonas que van a tomar el aperitivo después de la misa del domingo, amigos recién jubilados que han envejecido en la misma cuadrilla y se conocen al dedillo, madres o padres que reprenden al pequeño por haber arrojado al suelo el envoltorio de una chuchería, jóvenes que caminan abrazados por un parque umbrío al atardecer, viejos que toman el sol de la mañana en un banco, escolares en algarabía que van de excursión—, en cualquier lugar —en la estación de ferrocarril, en el supermercado, en las barras y terrazas de los bares, en la recepción de los museos, en las tiendas de conservas, en las panaderías, en las aceras, en Bilbao, en San Sebastián, pero sobre todo en los pueblos, en Bermeo, en Ondarroa, en Berriz y en Bolívar, en Mundaka, en Gernika—, para hablar de cualquier cosa —el último partido del Athletic de Bilbao, para consolar al niño que se ha hecho una magulladura al caerse del patinete, para señalar la habilidad de los surfistas que esperan la ola perfecta, para pedir un chacolí, para animar y celebrar un tanto en un partido de cesta punta, para pedir el acercamiento a casa de los presos y los exiliados políticos, para celebrar El Peine del Viento en el rincón de la playa de Ondarreta, para contar historias de lamias y mamarros—, se oye en esta tierra la lengua más antigua de la Península, el misterioso euskera —¿caucásico? ¿bereber?—, una lengua vieja como las hayas que se alzan en el bosque en niebla del amanecer, árbol-lengua de recio espíritu, resistente al paso de los siglos como el corazón del roble y de la piedra.
            Ha de recurrir uno a la mnemotecnia y ensayar previamente para pronunciar determinados nombres —Gaztelugatxe, hurrengo geltokia, helmusa—, pero al final se atranca al leer en voz alta el indicador, y le admira, como filólogo y como escritor, la naturalidad y la rapidez con que las oye en estas bocas euskaldunas, y siente eso que se llama envidia sana, o sano deseo, de ser una persona bilingüe al menos, que pasa de una lengua a otra como quien respira.
           He ahí el bilingüismo, explicaba en mis clases, no lo confundáis con la diglosia, que es cuestión de poder, de imposición, de imperialismo. De sometimiento.

Fotografía: Pérez Zarco



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