miércoles, 26 de febrero de 2020

Oficio








Noble poeta,
a lo que no la tiene
prestas tu voz.







miércoles, 19 de febrero de 2020

Memoria de Manuela Polo León (3)






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En el segundo apartado se compendia en un in crescendo de positividad y eficiencia la labor de la memorialista —1920: “mis trabajos se dirigieron principalmente a la organización  escolar”; 1921: “se vislumbró algún adelanto”; 1922: “hubo más progresos”; y 1923: “está la escuela en un estado de cultura bastante brillante”—, que cuestiona implícitamente la labor de sus predecesoras, a pesar de que ella ha tenido que arreglárselas con 137 alumnas. Sí, sí, tal era el número de matriculadas en el curso 1922-1923 con doña Manuela Polo, la mayoría entre los 6 y los 9 años: lo que hoy nos parece un disparate, también lo era y parecía en 1923. Los responsables políticos no usaban expresiones como ratio, atención individualizada, calidad de la enseñanza o diversidad de capacidades, pero eran plenamente conscientes de que una maestra muy poco podía lograr con tantas niñas a su cargo.
Se imagina uno la estupefacción —¿o ya estaba acostumbrada por sus destinos anteriores?— de la maestra al entrar en la casa-escuela y encontrarse con pequeñas habitaciones-aulas con escaso mobiliario y más escaso material didáctico (pizarras, mapas y esferas terrestres, carteles con el sistema métrico, cajas de sólidos geométricos, diccionarios, láminas de anatomía humana y animal…); comprobando la edad de las niñas y sus conocimientos, organizando los grupos, preparando los contenidos y actividades; todo el día de una habitación a otra, ayudada quizá por alumnas-vigilantes, para mantener orden y silencio en aquella Babel pedagógica, y retirarse exhausta al final de la jornada con las mil y una imágenes de tantas escolares bullendo aún en su cabeza. Tal vez pueda hacerse uno idea del trabajo de aquella mujer imaginando que todo el alumnado del colegio público actual —apenas 60 escolares— es atendido durante años por una sola maestra en una casa particular del pueblo.
Reflejo de las ordenanzas académicas y de la mentalidad general de la época, la prioridad didáctica de doña Manuela parece ser la costura. Se trata, no lo olvidemos, de niñas, desde pequeñas en su casa, en la escuela, en la iglesia, más que preparadas, destinadas a los quehaceres domésticos y a servir al varón —las labores propias de su sexo—, de ahí que la maestra se refiera en primer lugar y con cierto pormenor a las labores de aguja practicadas en el curso de iniciación, a las de confección de prendas y adornos en el grado medio y en el superior, y a los logros en el bordado en blanco de las mayores, como pueden “justificar” los señores de la Junta Local de Primera Enseñanza que se dignen visitar la escuela. Pero también podrán comprobar, ese es el logro por el que se siente más íntimamente satisfecha, la excelencia y la pulcritud de los cuadernos de las asignaturas —dictado y copiado, problemas, análisis gramatical y dibujo geométrico. Aquí se acaba lo meramente académico de esta memoria—, que conformaban la enseñanza elemental, a saber: Lectura, Escritura, Principios de Gramática Castellana, Principios de Aritmética (incluido el sistema legal de medidas, pesos y monedas), Dibujo (aplicado a las labores de costura) e Higiene Doméstica.
Lo más enjundioso de la reflexión de doña Manuela se encuentra bajo el tercer epígrafe. Entre los innumerables obstáculos que dificultan su labor educativa, señala primero el excesivo número de alumnas, pues carece del don de la ubicuidad para estar a la vez con las mayores, las medianas y las más pequeñas, no tiene la capacidad de parar o dilatar el tiempo necesario para la atención individualizada que necesitan actividades como la lectura, la costura o la escritura, “en su parte correctiva”, ni posee la habilidad profesional de impartir simultáneamente, en la misma clase, asignaturas que exigen distinto “procedimiento de enseñanza” a niñas con distintas edades, capacidades y grados de conocimiento. Heroicas maestras, mujeres, aquellas.
El segundo escollo, de naturaleza socioeconómica pero con repercusión en lo académico, es el absentismo, “principalmente en las niñas de 10 a 13 años, donde se puede obtener algún fruto”. Con ese fruto se refiere la maestra, sin duda, a la posibilidad que veía en algunas de aquellas adolescentes —por sus capacidades, por sus conocimientos, por su carácter— de estudiar el bachillerato elemental, como ella, y hasta el superior, por qué no, o incluso matricularse en alguna facultad universitaria, que ya se podía hacer sin necesidad de la firma y consentimiento del mismísimo rey o del Consejo de Ministros, como sabía de mujeres que ya lo habían hecho en Madrid, en París, en Zúrich. Pero las ensoñaciones de doña Manuela topan con el muro de la realidad de una villa no perdida, pero sí aislada en el norte de la provincia de Córdoba, donde nadie, ninguna fuerza viva, ningún vecino o vecina, denuncia públicamente la condición de las mujeres como sexo débil destinado en exclusiva a las labores del hogar: ¿para qué necesitan  nuestras hijas saber Historia, Geometría o Ciencias Naturales, si se van a pasar la vida entre pucheros, cosiendo trapos, lavando ropa y limpiando suelos?
Al condicionamiento socioeconómico de la falta de asistencia añade doña Manuela la perspectiva ideológica, el concepto general que se tenía de la escuela y de la educación de las mujeres. La mayoría de familias considera la escuela un “asilo” y les importa menos la educación que reciban sus hijas que el tenerlas durante unas horas recogidas de la calle y de las inclemencias meteorológicas, como observa la maestra: “dándose el caso frecuente de que en los días lluviosos y de tempestad, la asistencia escolar es casi igual a la matrícula, y en los días espléndidos ésta disminuye considerablemente.”
Si a estos obstáculos añadimos “la corta y mezquina cantidad del presupuesto”, insuficiente para la adquisición del necesario material didáctico moderno, tendremos una idea bastante exacta del esfuerzo y de la frustración que suponía para una maestra el trabajo en una villa como la nuestra; del abandono institucional en que se encontraba el mundo rural, y de la falta de expectativas —personales, sociales, profesionales, culturales—, a que eran condenadas las mujeres.
Han transcurrido casi cien años desde que nuestra maestra redactó esta sencilla y breve memoria escolar, y cabe establecer diferencias entre el Torrecampo de 1923 y el Torrecampo de 2020, pero prefiere uno preguntarse qué habría sido de esta villa si desde que hay escuelas en ella no se hubiese excluido a las niñas, ni se las hubiera instruido solamente para la vida doméstica, y se las hubiera educado para abogadas, médicas, ingenieras de caminos, maestras, escritoras, veterinarias, políticas o para cualquier otro oficio.
La respuesta es obvia. La incultura, el analfabetismo, el desinterés por los avances científicos y técnicos, por los saberes humanísticos, son los padres del abandono y la desidia, de la superstición, del inmovilismo y de la actitud opresiva y despectiva hacia la mujer.
Estoy convencido de que doña Manuela Polo León creía en el progreso que viene de la mano del conocimiento, y sabía que algunas de sus alumnas podrían tener un futuro distinto al de la mayoría de sus compañeras si continuaran sus estudios, pero también era consciente de la realidad, así que más aún de admirar es que permaneciera en Torrecampo siete años, siete años de quijotesca soledad en lucha contra los molinos de viento del abandono y el ninguneo institucional, contra los rebaños de los prejuicios sociales, contra las burlas de quienes la consideraban una lunática por creer en la educación de las mujeres. Pero ahí está su breve memoria, su valentía personal y profesional, su declaración de la simple verdad y de la nefasta situación de la escuela de niñas en Torrecampo. In memoriam.

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martes, 18 de febrero de 2020

Femme fatale








Errante siempre,
siempre en metamorfosis,
luna lunática.







viernes, 14 de febrero de 2020

Memoria de Manuela Polo León (2)


Manuela Polo León había nacido en Córdoba el día 15 de enero de 1885. Entre 1905 y 1906 debió superar los ejercicios y requisitos necesarios para ingresar en la Escuela Normal de Maestras de Primera Enseñanza de Córdoba —haber cumplido 20 años, observar buena conducta moral y religiosa; mostrar una buena caligrafía tanto en mayúsculas como en minúsculas, superar una prueba de dictado, resolver problemas de Aritmética y desarrollar un tema de pedagogía—, en la que permaneció dos años estudiando el Catecismo de la doctrina cristiana y la Historia Sagrada, Gramática castellana, fundamentos de Geometría, Dibujo Lineal y Agrimensura, Geografía, Historia, nociones básicas de Agricultura, principios de Educación y métodos de enseñanza, y perfeccionando su ortografía, su técnica caligráfica y su lectura oral de verso y prosa. En septiembre de 1908 ya era poseedora del título del título de maestra en enseñanza elemental.
En septiembre de 1909 —con 24 años y más de un año de servicio en una escuela de Sevilla como auxiliar, con un sueldo de 500 pesetas al año—, la encontramos de aspirante a una plaza en propiedad en la escuela incompleta mixta de Lagüelles, un pueblo leonés hoy desaparecido bajo las aguas del embalse «Barrios de Luna». En octubre del año siguiente, buscando la cercanía con su origen y una mejora en el sueldo, participa en Granada en las oposiciones a plazas en propiedad en escuelas de niñas, dotadas con menos de 2.000 pesetas. Ahí le perdemos la pista documental hasta el 3 de marzo de 1914, en que toma posesión como maestra auxiliar, por oposición restringida, en la escuela de niñas de La Campana (Sevilla), donde permanece dos años. Más tarde, el 1 de abril de 1916, doña Manuela Polo, cuyo sueldo anual asciende ya a 1.500 pesetas, ocupa la plaza de maestra de la primera escuela de niñas de Belalcázar, hasta el fin del curso 1918-1919.  Desde el 1 de septiembre de 1919 hasta el 22 de julio de 1926, ejerció doña Manuela en la escuela de niñas Torrecampo, “con esmerada diligencia, actividad y celo y a satisfacción” de la Junta Local de Enseñanza y de todo el vecindario.
En nuestro archivo municipal, entre  las actas de las reuniones de la Junta Local de Primera Enseñanza, se conserva la de la toma de posesión de doña Manuela Polo. Fue el día 1 de septiembre de 1919 y comenzó a las once de la mañana en el salón de plenos del consistorio, en presencia del señor alcalde, don Juan Santofimia Melero, y de seis ilustres varones de la villa (dos concejales, el cura párroco, un maestro, el farmacéutico, el inspector de sanidad). Tras las lecturas protocolarias —acta de la sesión anterior, oficio del Jefe de la Sección Administrativa de Primera Enseñanza de Córdoba informando de la adjudicación de la plaza—, se entrega a doña Manuela el título  administrativo correspondiente. Acto seguido, se traslada la comitiva hasta el local que ocupa la escuela de niñas. Una vez en ella, el señor alcalde ofrece la plaza en propiedad a doña Manuela, que la acepta y promete el más fiel y exacto cumplimiento de sus deberes. Tras unas diligencias administrativas finales, se dio por finalizada la toma.

La “memoria concisa” que nos ocupa consta de tres partes, con los epígrafes debidamente marcados en negrita; el resto está escrito en clara cursiva. El primer párrafo —Memoria de fin de curso— es una lacónica introducción en la que se recuerdan las referencias legales que enmarcan el documento: un Real Decreto de 5 de mayo de 1913, y una Real Orden de 25 de junio del mismo año. Recordemos que en estas fechas —recién acabada la Primera Guerra Mundial, Rusia en revolución, España en guerra con Marruecos—, la tutela educativa del Estado estaba en pañales: el primer Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes se había creado en 1900; dos años más tarde el Estado asumió el pago de los salarios a los maestros; las primeras Escuelas Superiores de Magisterio —organizaban los estudios por secciones, realizaban pruebas de ingreso, concedían becas y reforzaban la formación pedagógica— se crearon en 1909.
En la segunda parte —Trabajos realizados y resultados obtenidos— traza nuestra maestra de niñas un sintético balance de cuatro cursos escolares, desde el 1 de septiembre de 1919 hasta el 18 de julio de 1923, en los que destaca en primer lugar su asiduidad y su verdadera vocación pedagógica, así como el tener que partir de cero en su labor pedagógica “debido al abandono en que dicha escuela estaba sumida”, cuando ella se hizo cargo. Esta frase merece una breve consideración. ¿A qué tipo de abandono se refiere doña Manuela? ¿Al abandono material, es decir, a la escasa o nula adecuación del local a la finalidad pedagógica por insalubridad, falta de espacio, de limpieza, de mobiliario escolar? ¿O se refiere a un abandono o dejadez institucional, a que la escuela no funciona como tal a falta de maestras suficientemente preparadas, o por absentismo y despreocupación de las mismas? ¿O este abandono quiere aludir a la falta de interés de las familias torrecampeñas por enviar a sus hijas a la escuela?
Difícil la respuesta con la escasa documentación que manejamos. La inadecuación de los locales destinados a escuelas en una villa como la nuestra, y en los años señalados, no ha de extrañarnos. A falta de edificios construidos ex profeso como escuelas, lo acostumbrado era alquilar una casa o edificio particular, inadecuado para la práctica escolar y que suponía un importante desembolso económico para el municipio. Suponemos que las casas alquiladas para escuela, además de deshabitadas, abandonadas y sin mantenimiento, carecerían de las mínimas condiciones de salubridad, amplitud e iluminación exigibles a una escuela pública.
Respecto al segundo interrogante —“¿O se refiere a un abandono o dejadez institucional, a que la escuela no funciona como tal a falta de maestras suficientemente preparadas, o por absentismo y despreocupación de las mismas?”—, es posible que doña Manuela Polo se encontrara esa situación, pero no como un abandono “secular”, de muchos años, sino solo de uno o dos cursos como máximo, los que transcurrieron entre su incorporación a Torrecampo y la jubilación de la anterior maestra de niñas, doña Carlota Cruz Ayllón, que solicitó retirarse del servicio en agosto de 1916. Es posible que no se cubriera la vacante inmediatamente y la escuela permaneciera algún tiempo inactiva, pero en septiembre de 1918, la plaza vacante de la escuela de niñas se cubrió, según consta en acta de la Junta Local de primera Enseñanza, con la maestra interina doña Asunción Candela Candela. Por lo que hemos averiguado, doña Carlota recibió en más de una ocasión públicos parabienes por el extraordinario celo con que ejerció sus funciones profesionales. ¿Se atrevía la maestra recién llegada a cuestionar la labor de sus compañeras? ¿Guerra entre maestras habemus? Todo es posible, pero no creemos que esa fuera la intención de doña Manuela Polo. Sin embargo, su denuncia del abandono de la escuela es claro. 
En cuanto a si las familias torrecampeñas mostraban poco o ningún empeño en que sus niñas aprendieran, más adelante lo veremos.
(Continuará)

jueves, 13 de febrero de 2020

Memoria y futuro



[Contraportada]:

Paul Auster, incansable creador de ficciones y de personajes inolvidables, vuelve aquí su mirada sobre sí mismo. Y si en un libro anterior, A salto de mata, rememoraba sus años juveniles de aprendiz de escritor, en este Diario de invierno parte de la llegada de las primeras señales de la vejez para evocar episodios de su vida.
Y así, se suceden las historias: un accidente infantil mientras jugaba al béisbol, el descubrimiento del sexo, las masturbaciones adolescentes y la primera experiencia sexual con una prostituta, el recuerdo de sus padres, un accidente de coche en el que su mujer resulta herida, una presentación en Arlés acompañado por su admirado Jean-LouisTrintignant, la estancia en París, una larga lista comentada de los 21 lugares en los que ha vivido a lo largo de su vida hasta llegar a su actual residencia en Park Slope, sus ataques de pánico, las historias de sus abuelos, sus dos primeros matrimonios fallidos y el largo y feliz matrimonio actual, la visión de un viejo thriller por televisión y las reflexiones que propicia, las visitas a la familia de Siri, los viajes, los paseos, la presencia de la nieve, el paso y la herida del tiempo, la conciencia del cuerpo que envejece...
En definitiva, el puzle de una vida a través de vivencias, sensaciones y recuerdos. Un magistral autorretrato construido con la pasión, la desbordante creatividad literaria y la ejemplar viveza de la prosa que son ya las señas de identidad de este escritor amado por los lectores y admirado por la crítica.
«Paul Auster ha construido uno de los universos más inconfundibles de la literatura contemporánea... Realmente está en posesión de la varita de un mago» (Michael Dirda, The New York Review of Books).
«Auster es uno de los escritores intelectualmente más elegantes... Los temas son fantasmas hambrientos, dijo Borges. Afortunadamente los fantasmas de Auster son insaciables» (Howard Norman, The Washington Post Book World).
«Uno de los grandes escritores americanos» (Jonathan Messinger, Time Out).
«Un escritor cuya obra brilla con originalidad e inteligencia» (Don Delillo).

miércoles, 12 de febrero de 2020

Rodalquilar, marzo 2019








Olas, espumas,
arena de tu infancia,
luz que vuelve.







martes, 11 de febrero de 2020

Solos








Solos, desnudos,
a ritmo descubierto
vais, versos míos.







lunes, 3 de febrero de 2020

Cuerpos








Hermosas formas
que el tiempo desvanece,
como las nubes.







domingo, 2 de febrero de 2020

Cayó la noche








Cayó la noche. 
Cuidado, no te encuentres
con tu conciencia.








sábado, 1 de febrero de 2020

Memoria de Manuela Polo León


       En griego clásico, el arjéion (ἀρχεον) era el edificio en que los magistrados de Atenas deliberaban, legislaban y procuraban el buen gobierno y prosperidad de la ciudad. La palabra es hija del verbo árjo (ἄρχω), que significa ‘ser el primero, mandar, gobernar’, y comparte origen con  arconte, jerarca, anarquía o monarquía, y con  arcaico, arqueología o arquetipo, términos en los que al concepto de autoridad, de poder, se une el de comienzo, origen, principio y fundamento de algo. En el arjéion, no lo olvidemos, se guardaban, debidamente custodiados y clasificados, los documentos emanados por la magistratura, que daban fe de los muy diversos avatares de la ciudad.
       Los romanos adoptaron la palabra y la adaptaron a su alfabeto, transformándola en archium, que en latín tardío se convertiría en archivum, madre de nuestro ‘archivo’, vocablo que remite en primer lugar al “conjunto ordenado de documentos que una persona, una sociedad, una institución, etc., producen en el ejercicio de sus funciones o actividades”, y en segundo término al edificio donde se conservan dichos documentos.

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       El archivo municipal de una villa como la nuestra guarda el ser del demos, de la gente, del pueblo. Conserva documentalmente su espíritu, su identidad, su peculiaridad a lo largo de los siglos. Los miles de documentos del archivo municipal de Torrecampo son más que suficientes para trazar un retrato del alma de sus habitantes desde sus orígenes. Un retrato completo, y complejo, por la perspectiva poliédrica desde la que realizarlo: número de vecinos, de animales para la labor, de cerdos sacrificados, de mayores contribuyentes, de familias pobres, de carros, enfermedades contagiosas, iglesias, párrocos y ermitas, caminos, propiedades públicas y privadas, autoridades municipales, robos, hurtos, muertes, establecimientos comerciales, fondos de trigo y de cebada, presupuestos, cupones de abastecimiento, libros de actas, infraestructuras del municipio, facciones y partidos políticos, festividades religiosas, celebraciones paganas…

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            En la caja número 807 del archivo municipal, el expediente 88 es uno de esos documentos en apariencia intrascendentes, que sin embargo contiene valiosa aportación. Se trata de un pliego de papel pautado de una raya que forma un cuadernillo de cuatro páginas de tamaño folio, y de un folio blanco también plegado en dos hojas tamaño cuartilla. En la primera cuartilla, leemos una columna de texto manuscrito que ocupa la mitad derecha, continúa en la siguiente página y remata en la tercera. He aquí su contenido:

Con esta 
fecha, tengo 
el honor de 
elevar a U.S. 
la adjunta 
memoria de 
fin de curso 
de esta escue
la de mi cargo, 
según determina el 
RD de 5 de 
mayo de 1913 
y demás dis
posiciones poste
riores.
Lo que le
comunico pa
ra su cono
cimiento y de
más efectos.
                        Dios guarde 
                        a U.S. m. a.
                              Torrecampo, 20 julio 923.
                               La Maestra
                               Manuela Polo León.

            La notificación, escrita con una caligrafía de trazos claros y seguros, está dirigida al Sr. Presidente de la Junta Local de 1ª Enseñanza de esta villa.
           
(Continuará)