El lenguaje político anda
neológico de un tiempo a esta parte, fruto sin duda del empeño por explicar
esta inmediata realidad de la pandemia. Nada más ojear los titulares de la
prensa virtual saltan a la vista neologismos de toda clase, aunque los más abundantes
sean los llamados acortamientos, entre los que se llevan la palma siglas y
acrónimos: SARS-COV-2, COVID-19, PCR, ELISA, MERS, PCR, FFP…
Nada hay que objetar al espíritu neologista de nuestras
autoridades y de nuestros periódicos, aunque podríamos cuestionar su calidad
inventiva, admitiendo al mismo tiempo no entender los motivos que los han
llevado a revitalizar palabras que en nuestra conciencia lingüística poseen connotaciones
negativas, como ocurre con confinamiento,
teniendo nuestro idioma otras voces que, “limpias de connotaciones de castigo o
condena” podrían recoger las circunstancias actuales de la población, así cuarentena o aislamiento
preventivo.
Apenas sin tiempo para asimilar la nueva acepción aplicada a ‘confinamiento’
(permanencia de la población en sus domicilios para evitar o disminuir la propagación
de una enfermedad contagiosa), debemos asumir su reverso, desconfinamiento. Gran número de voces derivadas en nuestra lengua
se forman por prefijación, un procedimiento morfosemántico por el que a una palabra
se le antepone otra a la que llamamos prefijo, morfema que no tiene suficiente
entidad semántica como para andar solo por el mundo, pero que es de mucha ayuda
para los independientes lexemas. En su mayoría se trata de morfemas latinos
que, con el paso de los siglos han dejado de tener sentido a nuestros oídos,
por lo que los recibimos como un todo morfológico y semántico, que es lo que
hacemos al oír obligar (ob-ligar), ad-mirar; sin embargo, son muchos los
prefijos que aún reconocemos ligados a una palabra, distinguiendo dos valores
semánticos (im + posible / des + alojar /
contra + corriente / hiper + mercado), donde el prefijo, aun cuando no sea
propiamente una palabra autónoma, tiene fuerza para modificar la base léxica a
la que precede.
Este último caso es el de desconfinamiento,
deshibernación o desescalada. Son neologismos de reciente hechura, voces derivadas a
partir de la confluencia de los prefijos latinos de- y ex-, que,
evolucionados, alcanzaron la forma de nuestro productivo des-, el cual, antepuesto a raíces verbales o sustantivas, puede
expresar una acción que se inicia en sentido contrario, pero no desde cualquier
punto, sino a partir del momento primero, es decir, desde el significado que
contiene su forma positiva. No expresa acción contraria, o ausencia a secas —desconfinamiento no es sinónimo de estar
fuera de casa, de permanecer en la calle, como deshibernación no alude a unas altas temperaturas, al hecho de
pasar calor, ni desescalada
simplemente a bajar—, pues nuestro prefijo añade un matiz reversivo, todo un
proceso de vuelta, como hizo Ulises, que desviajó
hacia Ítaca una vez tomada Troya.
Estos neologismos contiene en su prefijo el sentido de actuar
deshaciendo el camino conocido, pero marcando una gradación (desescalada) que sea capaz de subir la
temperatura social, económica, cultural, etc. del país, y nos permita el
acercamiento (desconfinamiento) real,
no virtual, a nuestros seres queridos, a nuestros amigos, a nuestras compañeras
y compañeros de trabajo, a nuestros vecinos, a esas personas con las que nos
encontramos en las tiendas o que nos cruzamos en las aceras, en nuestros paseos
cotidianos. Un simple prefijo, como vemos, tan familiar en nuestra lengua, nos
hace comprender que el nóstoi, así lo
llamaban los griegos antiguos, el regreso a la normalidad solo será posible si,
como Ulises, lo hacemos con decisión y arrojo, con vigilancia y con tenacidad,
con astucia, y adelantándonos siempre que podamos a la sorpresa y la
adversidad. Sin perder nunca de vista nuestra meta:
España está coronavirizada,
quién la descoronavirizará,
el descoronavirizador
que la descoronavirice
buen descoronavirizador será.