viernes, 30 de octubre de 2020

Pérdidas y hallazgos (3)

 

Max Brod

Antes de que Franz Kafka muriera, Max Brod ya tenía muy claro qué hacer con los escritos de su amigo: lo mismo que había hecho con ellos desde el principio, cuando tenía que arrancárselos prácticamente de las manos y obligarlo a que los enviara a revistas, periódicos y editoriales. Sin Max Brod hoy no leeríamos a Kafka, sencillamente porque no lo conoceríamos, porque habría permanecido inédito. Kafka es Kafka por Max Brod. Tras una amistad íntima de 22 años, Kafka no dudaba de lo que haría Brod, ni Brod de lo que pretendía Kafka. Se conocían demasiado bien: ni Kafka tenía la firme voluntad de que todos sus escritos desaparecieran —¿por qué no los quemó él mismo?—, ni Brod sentía que iba a traicionar a su amigo, a incumplir la voluntad de un muerto. Prueba de ello la encontramos en la carta que Brod le escribió a Samuel Hugo Bergmann, director de la Biblioteca Nacional de Jerusalén, a primeros de julio de 1924: “Acabo de recibir la herencia literaria de Kafka para su revisión. Tres novelas y muchas otras cosas aún no publicadas esperan que alguien las prepare para imprimir. ¡Desgraciadamente, nadie puede hacer esto excepto yo! Además, se debe examinar una gran cantidad de trabajos desorganizados (te interesará saber que entre ellos hay muchos cuadernos para practicar hebreo). Me parece que en términos de valor literario, el patrimonio supera a todo lo que Kafka publicó durante su vida”.

         Lo primero que hizo Brod después de tener en su casa todo el material de su amigo, fue hablar con la familia y firmar un acuerdo por el que él se convertía, sin cobrar honorarios por su trabajo, en editor exclusivo de todos los escritos de Franz Kafka; el contrato fijaba también el porcentaje de beneficios: 55 % para los padres y las hermanas, y el 45 % para Dora Diamant; los primeros ingresos se destinarían a pagar los gastos de estancia y tratamiento en Kierling.

Luego se puso en contacto con varias editoriales. Consciente de la delicada situación económica en Alemania a causa de la superinflación, Brod aventuraba la dificultad de publicar en aquel momento las obras completas de un autor desconocido, leído solamente en reducidos círculos literarios de Praga y Berlín. No obstante, Willy Haas, en nombre de la pequeña editorial de vanguardia Die Schmiede, que tenía firmado contrato para publicar los relatos de Un artista del hambre, muestra interés por seguir publicando a Kafka, y tres días más tarde concreta su oferta por escrito. Igualmente interesados estaban los editores Ernst Rowohlt y Kurt Wolff, la Fischer Verlag, de Berlín, y la vienesa Zsolnay.

Esas cinco propuestas estaban en la mesa de Max Brod para el día 12 de julio, un mes después del entierro de Kafka. A cada oferta, Max Brod presentaba sus condiciones: la edición constaría de varios volúmenes; los manuscritos no saldrían de su casa y no podían ser consultados por los lectores de las editoriales, él facilitaría copia mecanoscrita de los textos; los beneficios empezarían a pagarse por adelantado y en plazos mensuales; el contrato se rescindiría en caso de que la editorial dejara de ingresar una sola mensualidad.

Con fines quizá publicitarios, y para atraer a las editoriales, Brod publicó en la revista berlinesa Weltbühne (17 de julio, 1924) un artículo en el que reproducía “el testamento” de Kafka que ya conocemos, e informaba del material inédito que había hallado:

 

“En su apartamento encontré diez cuadernos en formato cuarto, pero solo las cubiertas; el contenido había sido completamente destruido. Además (según una fuente confiable) quemó varios cuadernos con registros. Solo un paquete de hojas (aproximadamente 100 aforismos sobre temas religiosos), un borrador de contenido autobiográfico, que permanecerá inédito por ahora y otro montón de papeles desorganizados, que estoy revisando actualmente, se encontraron en el apartamento. Mi esperanza es que entre los diarios descubriré historias completas o casi completas. Más allá de eso, me dieron una novela sobre animales y otro cuaderno de bocetos… Las obras que se salvaron a tiempo de la ira del autor son la parte más valiosa de la propiedad y se almacenan en lugares seguros. El fogonero, una historia que ya ha sido publicada, es el primer capítulo de una novela cuya trama está ambientada en América, y de la que también existe el capítulo final, por lo que aparentemente no faltan demasiadas partes significativas… Otras dos, El castillo y El proceso, que es un libro vibrante y fascinante (que representa la cima del arte de Kafka), las guardé hace cuatro años (y hace un año), algo que realmente me reconforta hoy”.

 

         La cita ha sido larga y merece precisiones. Primera, el propio Kafka ya se deshizo en vida de material sin valor literario, y la prueba son esos cuadernos de los que arrancó las hojas, dejándolos meramente en las tapas. Segunda, esa “fuente fiable” que le asegura que Kafka quemó varios cuadernos, es Dora Diamant, que le contó cómo Kafka, estando con ella en Berlín, le mandó quemar unos cuadernos con anotaciones; 25 años después, la propia Dora Diamant recordaba en «Mi vida con Franz Kafka» (Der Monat, I, nº 1-9, junio 1949): “Para liberar su alma de estos fantasmas [todo lo que le había atormentado antes de su llegada a Berlín], quiso quemar todo lo que había escrito. Yo respeté su voluntad y, bajo su mirada, entonces él estaba en cama, enfermo, quemé algunos de sus textos. Lo que él quería escribir verdaderamente sólo podría hacerlo una vez conquistada su libertad”. Tercera, los aforismos aludidos son conocidos como “los aforismos de Zürau”, escritos en ese pueblo de Bohemia a donde Kafka se retiró unos meses de 1917 en la casa de su hermana Ottla, después de que le diagnosticaran la tuberculosis. Cuarta, queda claro que Max Brod se arroga la exclusividad en la edición y organización de los papeles póstumos de Kafka.

         Comienza entonces la aventura de la edición y publicación de las obras completas de Kafka. Max Brod se ha decidido por Die Schemiede, que publica a mediados de agosto Un artista del hambre y a comienzos de 1925 El proceso. Pero las ventas no resultan las previstas: hasta el 31 de marzo de ese año se habían vendido 551 ejemplares de Un artista del hambre. Los primeros ingresos solo alcanzaron para los gastos médicos. Los giros dejan de llegar y Brod rompe con Die Schmiede: “Me vi obligado a tomar esta medida —les escribe el 27 de noviembre de 1925— para asegurar la continuación de los pagos a los herederos de Kafka. No podía dejar a la señorita Diamant, la novia de Kafka, caer en la miseria. El legado de mi amigo me parecía algo demasiado valioso para ello”. Firma entonces con Kurt Wolff, que saca El castillo, en 1926, y América al año siguiente, pero cae en quiebra y vende los restos de su edición a Neuer Geist en 1929. Lo intenta Brod luego con Gustav Kiepenhauer, de Berlín, donde aparece La construcción de la muralla china (1931), pero la situación política impide la continuación del proyecto: el partido nazi llega al poder, se derogan derechos fundamentales y comienzan las leyes antirraciales, se prohíbe la lectura de Kafka, cuyas obras aparecen en la «Lista I de la literatura perjudicial e indeseable» en octubre de 1933, y sus libros son quemados en pública hoguera. Pese a todo, los hermanos Schocken se deciden y firman contrato con Max Brod el 26 de febrero de 1934 para editar las obras completas en 6 volúmenes. Así aparecen Ante la ley (1934), Narraciones y fragmentos en prosa, América, El proceso y El castillo, todas ellas en 1935. Al año siguiente, tras ser declarada empresa judía, la editorial Schocken ha de suspender su actividad; vende entonces sus derechos a la praguense Mercy Sohn, en realidad una tapadera de Schocken. Bajo el sello Mercy Sohn, pero con el diseño de Schocken, aparecen dos volúmenes más: Descripción de una lucha (1936), Diarios y cartas (1937). Finalmente, la biografía de Kafka por Max Brod.

Llegamos así al 28 de febrero de 1939, fecha en que Mercy Sohn transfiere de nuevo sus derechos a los hermanos Schocken, que han logrado huir de la persecución y se han establecido en Nueva York.

         Dos semanas después, en la noche del 14 al 15 de marzo, una pareja sube al tren en la Franz Josef Station de Praga…


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