Imagen: Giorgio Zampa, Rilke, Kafka, Mann. Letture e ritratti tedeschi (1968) |
4 Florencia 1936 - 1940
Después de la escena del “tribunal en el hotel”, Kafka le envía a Grete una última carta (15 octubre 1914), en la que confiesa que no la odia ni le guarda rencor por haberle enseñado a Felice aquellas cartas, y que comprende su papel acusador, porque él mismo también era su propio juez aquella mañana y se considera culpable. Acaba así una intensa relación de nueve meses. Las últimas alusiones ‒si es que ese “Bl.” se refiera a ella‒ , aparte de alguna mención muy esporádica y formal en sus cartas a Felice ‒con la que había reanudado la relación y los planes de boda‒ , las encontramos en dos breves anotaciones de sus diarios, en 1922. En la primera leemos: “Histeria (Bl.) que me golpea y que, por razones desconocidas, me hace feliz”. En la segunda: “Ayer, noche fracasada, hoy, perdida (?). Dura jornada. Ensueños referidos a Bl. También, más angustiosos, a Milena” (Diarios, 683). ¿Se vieron Kafka y Grete Bloch en Praga en marzo de 1922? No se sabe.
Desde diciembre de 1915, Grete Bloch trabaja en Berlín como secretaria personal de Julius Golsdschmidt, propietario de una próspera empresa de ingeniería industrial, creadora del sistema ADREMA de almacenamiento y clasificación mecánica de la información, que enseguida adoptaron los organismos municipales, oficinas de correos, casas de seguros y bancos, y pronto aportó grandes beneficios económicos. Grete vivía en Charlottenburg, un barrio elegante, en un apartamento grande y lujoso, donde celebraba reuniones con gente bien y organizaba conciertos con solistas famosos. Sus mejores años. Sólo una íntima insatisfacción: no encontraba al hombre de su vida.
Imagen: FLUXUS
20 - Geteilte Post: FRANZ KAFKA an GRETE BLOCH https://www.youtube.com/watch?v=dVxIwnu4bmw |
Franz Kafka muere en el sanatorio de Kierling (Austria) el 3 de junio de 1924. Para entonces, Felice Bauer se había casado con Moritz Marasse, apoderado de banco, y tenía dos hijos; y Grete Bloch se había convertido en gerente ejecutiva de la empresa de Goldschmidt. Ambas mantuvieron relación en Berlín hasta que el ascenso y llegada al poder del partido nazi las obligaron a abandonar Alemania. Felice Bauer lo hizo en 1930 y se trasladó con su familia a Ginebra. Grete Bloch, tras la ley de expropiación de empresas judías, promulgada en 1934. En compañía de su jefe se trasladó también a Suiza y se establecieron en septiembre de 1935 en Zúrich, donde ella dio los primeros pasos para reorganizar y relanzar la empresa, proyecto interrumpido por la muerte de Goldschmidt en febrero de 1936. Grete Bloch visita entonces a su amiga Felice en Ginebra, pasa un tiempo con ella y le entrega buena parte de las cartas que le envió Kafka. Cuando Felice, su marido y sus hijos abandonan Europa con destino a Estados Unidos, Grete viaja a Palestina, se encuentra con su hermano Hans, busca trabajo y solicita el permiso de residencia, que le es denegado por su antisionismo. Regresa entonces a Europa y se establece en Florencia.
Durante su estancia en la capital toscana, decide mover papeles para salir de Italia, cada día más inhóspita para judíos apátridas como ella. Intenta primero obtener visado para Inglaterra y establecerse en Londres, donde ve posibilidades de encontrar un trabajo acorde con su experiencia profesional, pero los formularios y la solicitud han de redactarse en inglés, idioma que desconoce, por lo que necesita de alguien que los traduzca, y hace correr la voz entre sus amistades. Así conoce al doctor S., un alemán que llevaba muchos años viviendo en Florencia. Cuando éste la visitó por primera vez en la pensión Jennings-Riccioli, en la ribera del Arno, se encontró a una mujer menuda, avejentada, aunque solo tenía cuarenta y seis años, pálida, consumida por el agotamiento nervioso y por la adicción a la nicotina (150 cigarrillos al día): “Tuvo la impresión de tener delante a una criatura acabada”, escribe Giorgio Zampa en 1954[1]. La Bloch consiguió el visado para Inglaterra en el verano de 1939, pero con el inicio de la guerra el 1 de septiembre el proyecto se fue al garete. Más tarde, a través de un amigo de nombre Ernst, intentó conseguir una visa para Chile, que no le fue concedida.
Imagina uno el varapalo, el dolor de quien ha tenido que abandonar su trabajo, su tierra, desprenderse de su casa, de sus muebles, sus libros y sus trajes elegantes, de sus amigos, convertirse en fugitivo y llegar a otro país, comprobar que de pronto todo se tuerce y todos los planes se van a pique, es una fugitiva sin patria, que no tiene dónde ir. Su mundo se hunde, ya no es ella quien gobierna el timón, el barco hace agua y va a la deriva de los acontecimientos, de la fanática persecución nazi, de la guerra que todo lo trastoca y lo destruye. Decir inquietud, angustia, pesadumbre, es poco. ¡Pobre Grete!
Pese a todo, trata de adaptarse a las circunstancias. Se relaciona con la colonia de exiliados alemanes, asiste a conciertos, lee, pasea, hace excursiones a las afueras, escribe a sus amigos, y traba especial amistad con el doctor S. y con la señora Heinitz ‒Maria Pia Tommasi, de familia noble venida a menos‒, casada con Ernst Heinitz, berlinés de nacimiento, que abandonó Alemania en 1933, profesor de Derecho en la Universidad de Florencia.
En el Archivo de Marbach se conservan tres cartas de Bloch a un amigo de la infancia en Berlín, el músico Wolfgang Schocken. En la tercera, escrita el 21 de abril de 1940, leemos:
“Tu fuiste el primero en verme en Praga, angustiada, oprimida por terrores premonitorios. Entonces tu música, en la habitación en desorden de tus amigos, y aquellos cortos paseos por la ciudad mágica, que amaba más de lo que tú suponías, me ayudaron a superar terribles ansiedades. Visité la tumba del hombre que había significado tanto para mí, que murió en 1924, cuyo arte sigue siendo admirado hoy día. Él era el padre de mi hijo, que murió súbitamente en Múnich en 1921, al cumplir los siete años. Lejos de mí y de él, de quien había tenido que separarme durante la guerra, para no volver a verlo, salvo unas cuantas horas, pues murió en su tierra natal víctima de una enfermedad mortal. Nunca he hablado de esto. Creo que es la primera vez que le cuento esta historia a alguien. Ni mi familia ni mis amigos lo sabían, nadie, excepto mi último jefe, que fue tan amable conmigo, tan comprensivo y tan exquisitamente discreto. Perdí mucho, lo perdí todo cuando este hombre murió en 1936. Pero ahora estas cosas no me afligen tanto porque ellos se han salvado de los sufrimientos de estos tiempos”.
La fecha de la visita a Praga y el reencuentro con su amigo músico “se sitúa ‒afirma Max Brod‒ a la sombra de la toma del poder por los nazis en Alemania”, tras las elecciones del 31 de julio de 1932, lo que justifica la angustia y las terribles premoniciones de Bloch.
No se nombra a Kafka, cierto; dos datos apuntan a él ‒murió en 1924; su arte sigue admirándose hoy‒, pero no el tercero ‒el autor de La metamorfosis no murió en su Praga natal, como sugieren sus palabras, sino en un sanatorio austriaco‒, ni el cuarto: el inicio de la Primera Guerra Mundial (28 de julio de 1914) no fue el desencadenante inmediato del distanciamiento entre Franz Kafka y Grete Bloch, sino el famoso “tribunal en el hotel”, celebrado el 12 de julio. Por otra parte, Kafka y Bloch se reencontraron, junto con Felice y Erna Bauer, en Bodenbach (Suiza bohemia) el 22 y el 23 de mayo de 1915. Prendamos, pues, con alfileres ese “de quien me había tenido que separar durante la guerra”, y subrayemos con la sombra de la duda la confesión a Schocken de que es la primera vez que habla del hijo habido con aquel hombre, porque ella misma se desdice en las líneas siguientes al reconocer que sí, que a su anterior jefe, Julius Goldschmidt, le había hablado del asunto, lo mismo que a la señora Heinitz y al doctor S., quienes recordaban haber visto fotografías de Grete con el supuesto hijo del escritor, aunque no se interesaron mucho, bien porque el reconocimiento de Kafka no era entonces tan internacional como en nuestros días, y solamente era conocido por lectores en lengua alemana, bien porque en aquellos tiempos todo el mundo tenía su propio drama que contar y estaba saturado de sufrimientos propios y ajenos.
En el verano de 1940, cuando Italia entra en guerra al lado de Alemania, Mussolini endurece las leyes raciales, que permiten arrestar a todos los varones judíos, italianos o extranjeros, comprendidos entre los 18 y los 60 años, y trasladar a mujeres y niños a centros de internamiento pequeños y aislados. Así llegó Grete Bloch al pueblo de San Donato Val di Comino, en la provincia de Frosinone, unos 130 kilómetros al sur de Roma. Antes de ese traslado, Grete, temiendo lo peor, deja a una amiga ‒¿la esposa de su profesor de italiano?‒ las últimas cartas que conserva de Franz Kafka, que llegan finalmente a manos de Maria Pia Tommasi [2], quien solo permitió consultarlas al especialista Hans-Gerd Koch para su edición ‒28 cartas a Grete Bloch‒ a cargo del Archivo de Marbach en 2011. Los caminos del azar son inescrutables. Esas 28 cartas, en manos privadas e ignorado paradero durante años, pasaron finalmente a ser propiedad de la Fundación Wiedeking, de Stuttgart, fundada por un antiguo directivo de la casa Porsche. Otro misterio kafkiano. No menor que el del supuesto hijo.
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1 Giorgio Zampa, Rilke, Kafka, Mann. Letture e ritratti tedeschi. De Donato editore, Milano, 1968, p. 74.
2 El matrimonio Heinitz pasó a la clandestinidad en 1943 y ayudó a numerosos judíos a pasar a Suiza proporcionándoles falsos papeles de identidad. Las 28 cartas se pueden leer hoy en el volumen de las obras completas de Kafka, Cartas. 1900–1915, bajo la dirección de Jordi Llovet, editado por Galaxia Gutenberg en 2018.
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