París, 14 de julio, 2018
Antonio Machado vino en tres ocasiones a París. Su tercer viaje lo hizo ya casado con Leonor Izquierdo, que entonces tenía 17 años. El poeta había logrado una beca ‒300 pesetas mensuales, 500 para viajes, 200 para matrículas‒ de la Junta de Ampliación de Estudios para asistir a unos cursos de Filología en el Colegio de Francia: uno sobre los orígenes de los cantares de gesta franceses, impartido por Josep Bédier; otro sobre gramática histórica y morfología del francés, a cargo de Antoine Meillet; y un tercero, que analizaba la literatura francesa del Renacimiento, dirigido por Abel Lefranc. Además, el poeta aprovechó para asistir a las clases de su admirado Henri Bergson, a quien retrata así en una carta a Ortega y Gasset: «Escuché en París al maestro Bergson, sutil judío que muerde el bronce kantiano, y he leído su obra. Me agrada su tendencia. No llega, ni con mucho, a los colosos de Alemania, pero excede bastante a los filósofos de patinillo que pululan en Francia» (1).
La pareja permaneció en la capital
desde mediados de enero hasta primeros de septiembre de 1911. Después
de unos primeros días en paradero desconocido, los Machado se
alojaron en el Hotel de la Academie, sito en el número 2 de la calle
Perronet, en el barrio de Saint-Germain. Desde esa dirección envió
el poeta una postal a Antonia Acebes, abuela de Leonor: «Querida
abuela: Ya nos tienen en París, gozando de perfecta salud y
satisfechos de nuestra excursión, pero recordando mucho a Vds., a
quienes deseamos toda suerte de prosperidades. Antonio. Y muchos
besos de su nieta Leonor (escrito por ella). Rue Perronet» (2).
Sobre esta última estadía en
París, hace Machado una lacónica referencia en la «Vida» que
hemos citado antes, escrita en 1917: «De Soria a París (1910).
Asistí a un curso de Henri Bergson en el colegio de Francia». Al
poeta, que definió la poesía como palabra en el tiempo, le
interesaba la filología francesa, pero mucho más las
consideraciones sobre la durée
‒el paso y la percepción del tiempo‒ del filósofo francés.
Durante esos meses, nuestro becario
estuvo bien ocupado, pues no solo asistía a los cuatro cursos ya
mencionados. Muchas horas libres, especialmente durante las mañanas,
las pasaba en la Biblioteca Nacional, tomando notas y elaborando los
preceptivos informes y memorias de sus actividades para la Junta de
Ampliación de Estudios, o bien poniéndose al día en la última
literatura francesa. Encontraba ratos para revisar los poemas de
Campos de Castilla, y
quizá para componer alguno de ellos, según testimonio de su hermano
José 2.
Y halló ocasión, además, para enviar dos crónicas al periódico
Tierra soriana. La
primera, del 21 de marzo, sobre el estreno de un nuevo drama
ideológico de Paul Bourget, planteaba el debate sobre la base de la
organización social: ¿el individuo o la familia? La segunda crónica
apareció el 4 de abril y trataba sobre los prejuicios nacionales,
que operan sobre las diferencias entre los pueblos, y no sobre las
semejanzas, como ocurría en aquel entonces con la literatura
sicalíptica española, que nada tenía que envidiar de la francesa.
Unos días después, el 24 de
marzo, Machado escribe una carta a José Castillejo (3),
en que se le ve volcado en su labor de becario: «Desde mi llegada a
París, salvo los días empleados en buscar un alojamiento en
condiciones, estoy trabajando para reunir materiales con que
emprender una gramática histórica de la lengua francesa, algo más
lógica y ordenada que la que tenemos en España – especie de cajón
de sastre para opositores pedantes. Paso muchas horas en la
Biblioteca, y no creo hasta ahora haber perdido yo mi tiempo».
Suponemos que Antonio Machado y
Leonor Izquierdo tenían sus ratos de pasear por las orillas del
Sena, adentrarse en la multitud de los bulevares y visitar los
almacenes de la Samaritaine o el Louvre, sentarse en la terraza de un
café, subir a Montmartre, callejear por el barrio de la Ópera o por
el distrito de Les Halles. Algunas tardes visitaban al maestro Rubén
Darío en el número 4 de la calle Herschel, pasado el Luxemburgo, a
cinco minutos del famoso café Closerie des Lilas. Rubén Darío,
junto con su amante, Francisca Sánchez, y María, hermana de ésta,
se había trasladado a París para poner en marcha dos revistas
internacionales dirigidas al mundo de habla hispana, Mundial
Magazine y Elegancias,
sufragadas por dos banqueros uruguayos, los hermanos Alfredo y Rubén
Guido, a los que económicamente les fue con las revistas bastante
mejor que al maestro modernista.
La estancia de 1911 fue sin duda la
más gratificante para Antonio Machado en lo profesional y en lo
sentimental. El poeta había madurado, preparaba su segundo libro, en
el que mostraba ya una voz absolutamente personal, mantenía relación
con Juan Ramón Jiménez, Unamuno, Baroja, Azorín, Rubén Darío,
Ortega y Gasset, y en una faceta de su creación lírica
‒«Proverbios y cantares»‒ había logrado la síntesis perfecta
entre el decir y el sentir de la poesía popular y el pensamiento
filosófico.
En el terreno sentimental, la
estancia en París, poco tenía que ver con las dos anteriores. En
compañía de Leonor Izquierdo, el poeta enamorado llevaba una vida
tranquila, discreta, con la rutina de la asistencia a los cursos por
las tardes y las horas de lectura en la Biblioteca Nacional por las
mañanas, alejado de los círculos bohemios, sin relación con otros
escritores, salvo Rubén Darío. El propio Machado habla en alguna
ocasión de las escasas relaciones que tuvo en la capital francesa:
«Durante el tiempo que he vivido en París, más de dos años, por
mi cuenta, he tratado pocos franceses, pero en cambio he podido
observar algunos caracteres de mi tierra» (4).
Esta vida tranquila se trastorna
repentinamente con un vuelco dramático. Tal día como hoy, un 14 de
julio, Leonor escupe sangre.
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