viernes, 28 de abril de 2023

Agua, tierra, fuego, aire (1)

 Los textos que siguen iban a formar parte de un libro, Los Pedroches. Instantáneas, alentado por la Asociación Guadamatilla y editado en 2007 por la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de El Viso, un hermoso empeño colectivo que aunaba el trabajo de 13 fotógrafos de la comarca y dos escritores, Alejandro López Andrada y yo mismo. Dividido en 10 secciones ‒paisajes, blanco y negro, color, la dehesa, el agua, los animales, montes, plantas, detalles y de humanos‒, el libro presenta un completo y magnífico recorrido fotográfico por la dehesa.

Mi primera intención fue escribir textos en prosa, pero al final, en consonancia con el subtítulo ‒Instantáneas‒, decidí que lo más apropiado eran los haikus, esos poemas miniatura japoneses que no dejan de ser instantáneas, sólo que hechas con palabras. Y me olvidé de los textos en prosa.

Hasta que ayer, revisando unos viejos CD-ROM encontré un archivo titulado ByN y lo abrí. Allí estaban las prosas que primeramente escribí para Los Pedroches. Instantáneas, que reproduzco tal cual.




Blanco y negro

1


El espíritu de la tierra es la resistencia. Los cuatro elementos —la esencia del cosmos— pasan por la encina, que da hospedaje y alimento a los animales, protege a los campesinos y a los guerreros, que la abrazan antes de marchar a la batalla, encarna la valentía; sus dos bellotas en las varas de mando simbolizan la capacidad de mediación de los buenos gobernantes.

2


Los seres elementales sueñan. Las rocas, en su origen primero: la luz. El fuego. El magma. La gran roca madre: el gran batolito.


3


Los espartos, las altas espigas, los troncos, sueñan anclados a la tierra, a la piedra, miran hacia arriba:

Nubes

Arriba nacen.

Sobre nosotros pasan.

Atrás nos dejan.


4


El agua corre elemental, baja desde el vientre de la roca, con su hermoso cuerpo ondulante, transparente y fugitiva a los abrazos. De ella aprendieron las culebras y las caminos.


5


En el bosque de Dodona, el oráculo hace sus vaticinios por el murmullo del viento entre las hojas, o por el tintineo de unas campanillas de bronce colgadas de sus ramas. El árbol sagrado. El corazón de la dehesa.


6


La materia —la madera— se resiste a caer. Se aferra con sus fuertes uñas, se retuerce en el aire, busca el equilibrio. Es una forma de la resistencia. Como un viejo soldado, tiene cicatrices de 20 guerras. Al fondo, la tragedia, el drama —el bulto— en negro de un árbol tocado por el rayo.


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