Acuden ya tordos y gorriones ‒canto y vuelo‒ a refugiarse de los gatos de la noche, de las heladas de diciembre.
Sobre un fondo azul marino, la torre, los cipreses, la imperfecta geometría de los tejados.
Luego, durante unos minutos, solo sucede la luz que se va, la quietud.
Y tu silencio mientras miras por la ventana ‒oh alma en anhelo‒ este claro anochecer, sosegado, puro, metafísico.
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