jueves, 5 de septiembre de 2024

Helenismos (I)

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Leí por primera vez la expresión en griego antiguo Molòn labé (Mολὼν λαβέ), hace apenas dos meses, en un texto de Emilio Lledó, y vuelvo a encontrármela al hacer una consulta sobre la palabra lacónico, que nombra al laconio, o laconia, habitante de una región de la antigua Grecia, y también a lo breve, a lo sucinto y compendiado. De una respuesta. De un mensaje. De un estilo o forma de hablar. Lo lacónico está muy cerca del lo bueno, si breve, dos veces bueno. ¿O breve? El lacónico, o lacónica, va al máximo de reducción. Al mínimo de palabras. Un recurso retórico que todos utilizamos.

El Molòn labé del párrafo anterior suele traducirse como Ven y tómalas, lacónica pero valiente y empoderada respuesta del rey espartano Leónidas al embajador del rey persa Artajerjes, que había pedido al ejército laconio la rendición y entrega de las armas. Maravilla de respuesta. Al invasor. Al Putin de aquellos tiempos. Luego, la famosa batalla de las Termópilas. Y la victoria de los invadidos. La capital laconia era la disciplinada Esparta.

Molòn labé, ven y tómalas. No lo olvidemos. Porque es aplicable hoy día y en todos los órdenes de la vida, el dórico, el jónico y el corintio. Ven y tómalas. Es la valentía. La disposición ciudadana a la lucha contra la injusticia, contra el egoísmo capitalista, contra el disparate político. Como Leónidas. Como leones.

Otro ejemplo de breve pero contundente y clara semántica recibió el rey Filipo II de Macedonia, que a su mensaje —Si invado Laconia os arruinaré para siempre— le contestaron con un lacónico, condicional, si. Sin tilde.

¿Rasgo de carácter colectivo: timidez, cortedad, dejadez? ¿Estricta aplicación del principio de economía de la lengua? ¿Ingenio y capacidad de síntesis? ¿Firme oposición a la palabrería?

2

Los antiguos griegos también tenían su Lepe, o su Fernán Núñez, es decir, el lugar típico, tópico, para sus chistes de aldeanos y campesinos. Ante los cultos y refinados señoritos atenienses, los habitantes de la región de Beocia, cuya capital era Tebas, pasaban por palurdos ignorantes, gente zafia y sin instrucción, y así, con esa acepción despectiva, figura el adjetivo «beocio» en nuestro diccionario académico: ignorante, estúpido, tonto.

La Beocia era una región de economía agrícola. En Atenas, en cambio, prosperaban los comerciantes. Además del tópico clásico, que contrapone la vida en la aldea y la vida en la ciudad, en este menosprecio ateniense por los beocios interviene un componente ideológico y quizá una revancha, un desquite, por la actitud de sus vecinos en el pasado. Lo ideológico tiene que ver con el conservadurismo beocio, con su apego a la tierra, con su filisteísmo, con su renuencia al cambio, a lo novedoso, como prueba que Beocia adoptara la democracia dos siglos más tarde que la región ateniense. En cuanto al desquite, los atenienses consideraron a los beocios unos traidores a la causa panhelena, cuando se creó la liga de ciudades, capitaneada por Atenas, para enfrentarse al invasor persa. Los beocios se avinieron con los persas precisamente para que estos no acabaran con sus cultivos. De ahí los chistes de los atenienses sobre la torpeza y cerrazón mental del beocio, que ha perdurado hasta nuestros días.

En descargo de Beocia, digamos que no resultó tan ignara como los atenienses la pintan, pues allí nacieron poetas como Hesíodo, Corina, Píndaro o Plutarco, y el general Epaminondas, quie llevó a Tebas a su máximo poderío y esplendor. Beocio tebano es asimismo el ciclo temático que sirvió de inspiración a Esquilo, Sófocles y Eurípides para sus tragedias sobre las guerras tebanas o sobre el desdichado rey Edipo.


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