jueves, 5 de diciembre de 2024

Los sueños de la dehesa (I)

 Siempre que paso ante uno de ellos me acuerdo de aquella corriente surgida en la Italia de finales de los años sesenta, el arte povera, que utilizaba materiales sin pedigrí, artísticamente innobles: trozos de madera y de cuerda, piedras, hojas secas, trapos, plumas de pájaros, ramas y troncos de árboles, cereales, desechos orgánicos… Materiales frágiles, efímeros, que se iban deteriorando con el tiempo, transformando así la obra artística y cuestionando el concepto de invariabilidad, de inmutabilidad de la misma. Toda una protesta formal, ética y estética, contra la industrialización y la mercantilización, contra el arte convencional y elitista, mediante la reivindicación y el protagonismo de los elementos más cotidianos y humildes, que resultan así reutilizados, recreados, en una nueva vida, con nuevas funciones y nuevos significados.

Creo sinceramente que no somos conscientes todavía del potencial artístico que atesoran nuestros pueblos. No me refiero al patrimonio religioso y civil inventariado, conocido y publicitado en guías y páginas webs, sino a lo que modernamente vienen llamándose instalaciones o intervenciones artísticas. En mis andanzas por los caminos de los alrededores de Torrecampo he encontrado verdaderas joyas de aquel arte povera (arte pobre) de los italianos, instalaciones en que la obra se integra en el paisaje, contribuyendo así a la coherencia de los elementos y a la fertilidad del mensaje, potenciando la interactuación y la experiencia visual del espectador.

Hablo de aquellas estructuras o bastidores de madera o de hierro, con una tela metálica elástica, o con una red de flejes y muelles en los extremos, cuyo nombre tomamos de los franceses. Hablo del humilde y cotidiano somier que sustenta y conoce todos nuestros sueños. Y de las instalaciones con que los propietarios, auténticos artisti poveri, sorprenden al caminante.

En la breve selección que sigue podrá intuir el lector la creatividad y fuerza de estas intervenciones. Las hay barrocas, con profusión de alambres y rafia forrajera en caprichosos trenzados; aparecen combinadas otras con maderas de palés, con chapas, hierros y piedras; y las encontramos también sobrias, desnudas, solitarias, como dejadas caer al albur por una mano misteriosa. Alguna, aislada en un breve espacio descampado, se nos representa imagen valiente de la resistencia al tiempo, enarbolando la bandera de su óxido entre el verdor de la hierba y las encinas. Otras, asediadas por la niebla, muestran el deterioro íntimo, los zarpazos que la vida nos depara, el desgarro existencial de tantas almas atribuladas que buscan su sitio en este siglo XXI de grandes migraciones. Decrépitas y cubiertas por la herrumbre, algunas se esfuerzan por mantener su verticalidad, agarrándose a barras de hierro, a trozos de alambre de púas y de cuerdas de plástico en un dramático ejercicio de supervivencia. Las hay taxativas, de espíritu prohibitivo e inabordables, que delimitan territorios, e imponen frustrantes fronteras, lindes absurdas. Provocan otras dolorosas sensaciones de angustia, como si fueran máquinas de tortura ideadas por Franz Kafka, que argumentan lo constreñido del vivir, la imposibilidad de escapar de ese metafórico amasijo de hierros, púas, chapas, maderas y cuerdas creado por el feroz capitalismo consumista. Hay somieres deformados por la tensión existencial, contrahechos por el trabajo, como olvidados sobre un montón de piedras, como viejos encorvados en su soledad, piezas que ilustran al mismo tiempo la decadencia del mundo rural, la paulatina e imparable degradación de la dehesa.

Solitarios, en dúos o en tríos solidarios, en composiciones híbridas o monomatéricas, estableciendo profundos vínculos con la tierra, apuntando siempre a nuestra mente y a nuestro corazón, conceptuales o figurativos, vanguardistas y provocadores, oníricos, metafísicos, los somieres de los caminos proponen, cuando menos, la meditación, la reflexión sobre el ser de la dehesa, sobre su pasado, su presente y su futuro. Los somieres representan el sueño de esta tierra. También la realidad más impactante. E inquietante.

¿Hacia dónde queremos llevar el mundo rural? ¿En un somier desvencijado y comido por el orín queda todo? ¿Por qué no aventurarnos por la ruta de la contemporaneidad? ¿Por los caminos de lo conceptual? ¿Del arte del ready made? ¿O del land art? ¿Por qué no apostar por una «Ruta del somier», comisariada por expertos en el arte más rabiosamente contemporáneo, con guías especializados que sepan explicar al público los conceptos y matices, la simbología, el alcance étiológico y ecológico que atesora un somier de muelles oxidado?

Al aire lo digo
















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