viernes, 1 de agosto de 2008

Segundo día

11 de junio. Domingo caliente. La sangre debe circular un poco despistada. No encuentra la dosis de nicotina y se rebela. Le quito importancia al mono. Me olvido de él. Sólo una presión en la parte posterior de la cabeza.
La desintoxicación nicotínica pasa por la reoxigenación de la sangre. Acabo de hacer una caminata de tres cuartos de hora a paso ligero. He sudado la camiseta. Unos minutos de relajación, una ducha, un hombre nuevo.
Tan fácil como caer en un cigarrillo y encenderlo, es no caer y no hacerlo humo. Me anima la sentencia de Nietzsche, pensar que si me lo fumo no pasará nada, porque esta vez sí que lo voy a lograr y porque fumes uno de vez en cuando no volverás a lo de antes, esos fuertes argumentos nicotínicos –los mejores argumentos en contrario- se desvanecen cuando cierro los ojos ante ellos mostrándoles así lo fuerte de mi carácter.
Por la noche se ha puesto a volar el viento. ¿Qué sueños tendré? Luna llena.

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