Antes que el sol apunte
su primera luz en los tejados,
recién planchada la levita,
su flauta afinan los mirlos
en las varillas de la antena.
Y sin batuta que los dirija
-vuelan por instinto,
por genética cantan-
el quinteto silba
frente a mi ventana.
Luego, ejecutada la pieza,
silenciosos quedan los músicos,
perfilada su silueta
en la pálida moneda
del sol de noviembre.
Se lanzan al fin a lo azul
y queda abierta la mañana,
inaugurado el día.
Canto. Celebración.
Y un silbo es la vida.
Enhorabuena por tu bitácora, por tus poemas y tu diario del nicotínico. La seguiré fielmente.
ResponderEliminarBelén Pérez Zarco