A las nueve de la mañana recibí por guasap dos mensajes de una amiga:
el primero era el enlace a un artículo de El
País en el que se da noticia de la publicación en el BOE de los nombres, lugares y fechas de nacimiento y muerte de los 4.427
hombres, republicanos españoles, víctimas de la atrocidad nazi en los campos de
concentración austríacos de Mauthausen y Gusen. El segundo mensaje era el
título de esta entrada. Mientras leía la buena noticia, se me vinieron a la
memoria los nombres de dos paisanos, Casimiro Romero Estrella y Juan Romero
Arroyo, dos torrecampeños víctimas de la insania hitleriana, muertos con seis meses
de diferencia en el campo de Gusen, uno el 2 de julio y otro el 2 de diciembre
de 1941.
Siente uno viva emoción de alegría por la visibilidad de estos hombres,
de estos nombres: ya no hay que investigar en archivos, ni buscar libros y
artículos de historiadores especializados, a veces de difícil localización. Los
datos son públicos ahora. Cualquier persona o familiar puede consultar, y rectificar,
si es el caso, los datos que aparecen en el BOE
del 9 de agosto de 2019. También dolor. Pena por los millones de vidas segadas
en aquellos campos de la crueldad. Por Casimiro Romero Estrella, que sucumbió a
los 36 años, por Juan Romero Arroyo, a los 29. La flor de la edad segada por la
barbarie nazi.
Y su poco de rabia siente uno ante el silencio de la dictadura franquista,
cómplice de la política hitleriana de depuración, cuando recibió de las
autoridades de la República Francesa unos oficios, de los que no se molestó en
informar a las familias —“estuvieron arrinconados en unos viejos libros de la
sede del Registro Civil Central, en la madrileña calle de la Montera”, se lee
en El País—, en los que se comunicaban
esos mismos datos que ahora se hacen públicos y que en realidad son el
certificado oficial de defunción de todos aquellos hombres. Para la dictadura,
aquellos hombres simplemente no existieron, sus nombres permanecieron
oficialmente ocultos más de 40 años. Tarde ha llegado el reconocimiento oficial
de estas víctimas, pero sin duda es una buena noticia, como le respondí a mi
amiga.
Ahora solo queda que ese
reconocimiento se haga visible también en nuestras ciudades y en nuestros
pueblos. Que de alguna manera —el nombre de una calle, un discreto monumento, un
recordatorio en un parque público, una sencilla ceremonia en determinada fecha…—
por iniciativa de las autoridades municipales, por la de asociaciones o por la
de particulares, se honre la memoria de todas aquellas víctimas de los campos
de concentración.
Certificados oficiales de defunción de Casimiro Romero Estrella
y Juan Romero Arroyo extendidos por las autoridades francesas
en noviembre de 1950.
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