Radiante en blanco tu tersa corona, sobre la que se adelantan amarillos, protectores, los pétalos, en cuyo íntimo centro alientan tu ser y tu destino, inclinado tu rostro hacia la tierra, no por humildad, sino por fatal designio de la diosa, buscando tu reflejo en un abismo sin fin, oh, hermoso Narciso, delicada tela caduca, anuncias el fin de la tierra desnuda y los fríos vientos del norte, y anticipas el esplendor de una primavera que nunca más volverás a ver.
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