Allá en las nubes de la lejanía empieza a fraguar el oro mientras van recortándose limpias las siluetas de las casas y de los cipreses del cementerio. Y poblándose de cantos los cables y las antenas.
Se va quedando sin luz la tarde en un hermoso acabarse, como cuentan del majestuoso cisne y su dulce irse.
Una vez más asistes al prodigio y te preguntas cómo revelar la belleza de este momento que hace nacer en ti la emoción más pura y honda, que te lleva sin saber por qué a tu niñez más plena, y quisieras hundir tus manos en el venero claro de las palabras y colmar este anochecer de febrero con el silbo de los tordos, con el timbreo de la alondra acurrucada en el sembrado, con la hermosa luz del día que se va y perdura en estas líneas.
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