Los poetas y las enamoradas, o los enamorados y las poetas, a veces guardan la hoja de una flor entre las páginas de un libro como recuerdo de una tarde feliz en amada compañía. No es ritual vacío, moda o muesca a lo Tenorio en la cacha del revólver. Quien lo ha hecho lo sabe. Esa hoja es una historia lejana de amor. Un hito que vuelve al cabo del tiempo.
Me acaba de ocurrir. En el Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. La hoja de un lirio entre las páginas 200 y 201. No recuerdo haberla puesto allí, aunque sí que leí el libro. Corría 1984. Y estaba solo. Desconsoladamente solo. Cuando la conocí. En alguno de los bares de entonces. Unas veces con su hijo de apenas dos años. Otras sola. Actriz de teatro infantil. En primavera y verano, contrataban la Diputación o el Ayuntamiento. Los inviernos, penosos. Con días de soledad y hambre.
Así fue un poco nuestro amor. Labios fríos. Caricias sin futuro. Camas prestadas. Desangeladas.
Ternura a pesar de todo.
Amada flor de lis.
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