Manuel y Antonio Machado viajan por
primera vez a París en 1899. Lo hace primero Manuel, que en marzo de
ese año ya trabaja como traductor para la editorial Garnier,
especializada en libros en español para el mercado hispanoamericano.
Antonio Machado llega en junio. Los hermanos llevan cartas de
recomendación de Nicolás Estévanez, diputado y ministro durante la
I República, emigrado a París, y son atendidos por el canario,
exiliado político también desde 1882, Elías Zerolo, director
literario de Garnier. Es posible que también obrara efecto la
mediación de Enrique Gómez Carrillo, que había trabajado
anteriormente para la editorial y publicado en ella alguno de sus
libros.
Los Machado se alojan primero en
el hotel Médicis (56, rue Monsieur-le-Prince), en el Barrio Latino;
luego, en fecha desconocida, en el hotel de la Academie, (2, rue
Perronet), en Saint-Germain. Antonio Machado sintetiza así su
primera estancia parisina: «De Madrid a París a los veinticuatro
años (1899). París era todavía la ciudad del affaire
Dreyfus
en política, del simbolismo en poesía, del impresionismo en
pintura, del escepticismo elegante en crítica. Conocí personalmente
a Oscar Wilde y a Jean Moréas. La gran figura literaria, el gran
consagrado, era Anatole France».
Suponemos
que Gómez Carrillo introdujo a los sevillanos en el ambiente
literario y los acompañó a los cafés de moda, como el Cyrano, en
la plaza Blanche, junto al Moulin Rouge; el bar Calisaya, famoso por
sus 132 cócteles distintos; el Criterion (121, Saint-Lazare), donde
conocieron a Pío Baroja; la taberna turca de la Calle Cadet, la
famosa Closerie des Lilas, o el Quat’z’Arts, un cabaret artístico
en Montmartre, y otros rincones de la bohemia parisina que Manuel
frecuentaba más que Antonio.
Manuel
debió de traerse de Madrid el compromiso de enviar unas crónicas al
diario El País.
Hasta ahora hemos localizado cuatro. La primera, «Impresiones de
París. Una visita a Elías Zerolo,
no es exactamente una crónica sino parte de una conversación sobre
París entre Zerolo y un Manuel Manuel Machado de 25 años, que le
habla con entusiasmo de las mujeres y del ambiente de Montmartre, de
los cabarets, de los artistas bohemios, de las conversaciones
animadas por la absenta, de canciones populares, de los versos de
Verlaine, lo que provoca la respuesta contundente, desde la atalaya
de la cincuentena, del intelectual canario, que considera un delirio
injustificado la vida de trasnoche y borracheras de una juventud
falta de disciplina, que lleva una vida desordenada y falta de la
serenidad de espíritu necesaria para crear obras como las de Zola,
Regnier, Bonnat o Rodin: «El trabajo y el orden las han hecho; la
potencia no derrochadora ni pervertida, el taller y el gabinete de
estudio lleno de libros y de apuntes, respirando sabiduría y paz,
oculto, tranquilo. La vida allá, en casa de esos verdaderos grandes,
es metódica, ajustada al ritmo y al orden, que mantienen el alma
serena para ver, fuerte para crear». En contraposición al París
bohemio, vago, extravagante, con figuras de escasa categoría
artística, el París que «trabaja y produce, que está durmiendo ya
a estas horas, para levantarse mañana muy temprano».
En
la crónica de la semana siguiente, «Impresiones»,
el poeta se convierte en el típico flaneur parisién que escribe un
conjunto de 7 anotaciones de diversa extensión sobre el ambiente
callejero de la ciudad, la gente que va a sus ocupaciones, que se
sienta en las terrazas, la belleza, la alegría y la gentileza de las
mujeres jóvenes, sobre el Sena y Nôtre Dame, los gendarmes de
barrio, los vendedores de periódicos, los cocheros, el París de los
comercios y las novedades exclusivas, el cabaret Quat’z’ Arts,
que revelan el encandilamiento de Manuel Machado por la ciudad. Sobre
el barrio de los pintores escribe:
«Montmartre:
la vida íntima de los artistas, la bohemia sentimental que tan
hermosas páginas ha inspirado a Carrillo. Para el que lo ve desde
fuera, algo raro, desordenado, que no se explica a primera vista.
Tipos extravagantes, mujeres muy bonitas, y muy ligeras, sobre todo
muy expresivas en sus rasgos y en sus caras ojerosas iluminadas por
un mirar alegre.
»El aspecto exterior es pobre, las calles más estrechas y más accidentadas, las tiendas más pequeñas recuerdan aquellos modos de vivir que no dan de vivir, como escribía Larra.
»Y
sin embargo, allí está la riqueza de las alegrías y de los
espíritus, allí se respira el arte bohemio de los que empiezan,
arte joven. Juventud, amores, belleza y mujeres. ¿Qué importa la
pobreza del cuarto, la ruindad del traje, cuando el alma está llena
de concepciones y de valores inestimables, tesoros del ingenio y del
corazón?»
El
tercer envío a El
País
es el comentario aprobatorio de una novelita melodramática de
Enrique Gómez Carrillo que se desarrolla en el ambiente de los
artistas de teatro y variedades: «una obra de arte amable ofrecida
sencillamente, como un sorbo de agua pura en el hueco de la mano.
La
última colaboración localizada
se sitúa en el Calisaya Bar (27, bv. des Italiens), el local más
cosmopolita de aquellos días, frecuentado por Oscar Wilde, Rubén
Darío y todos los jóvenes aspirantes ‒rusos, españoles,
sudamericanos, ingleses, portugueses‒ a destacarse como renovadores
de la literatura de sus respectivos países. Tras describir el
ambiente del establecimiento, el cronista se centra en la figura de
Oscar Wilde, que cuenta una historia sobre el anillo que lleva en uno
de sus dedos.
Aunque
fechado el 10 de agosto de 1899, el texto se publicó siete meses
después, el 25 de febrero de 1900. Para esa fecha, en París solo
quedaba el hermano mayor. Antonio había regresado a Madrid en
octubre de 1899. Manuel se quedó hasta finales del año siguiente,
viviendo con Gómez Carrillo, Amado Nervo y Rubén Darío en el
entresuelo del 29 de Faubourg Montmartre, que figuraba como consulado
de Guatemala.
Si
Antonio no habló de este periodo, Manuel sí lo hizo en varias
ocasiones, con entusiasmo y cierta melancolía, lo cual muestra el
distinto temperamento de los hermanos. Sereno, reflexivo, mirándolo
todo con espíritu entre burlón y desencantado, ajeno a las
frivolidades y a la algarabía de los jóvenes artistas, Antonio
Machado es la cara opuesta de Manuel, que evoca así los días
parisinos en 1838, en su discurso de ingreso en la RAE: «Mi vida fue
plenamente la que llevaban allí los estudiantes y los artistas
jóvenes del mundo entero. Una bohemia sentimental y picaresca, rica
de ilusiones. Me embriagué, siguiendo a Baudelaire, y me enamoré
mucho más. Una pésima vida de Arlequín para la que encontraba, no
sé cómo, toda clase de facilidades».
Pero
no todo fueron farras en aquellos meses.
Manuel
Machado aprovechó para leer al maestro Verlaine, a
Leconte de Lisle
y a su amigo Jean Moréas, cuya musicalidad y simbolismos aparecen
perfectamente asimilados en Alma
(1900), donde encontramos al poeta modernista español más puro y
representativo. Kiko Méndez-Monasterio
sintetiza así la experiencia de Manuel Machado:
«¡Ser
poeta en el París de ese fin de siglo, mientras se cumplen
veintitantos! Vivir realizando traducciones, compartir piso con Rubén
Darío, tomar absenta con el último Oscar Wilde; firmar manifiestos
simbolistas, hacer versos perfectos ‒como los de Adelfos‒
y escribir cuentos deliciosos ‒como “Reconciliación”‒; amar
muchísimo durante un par de semanas y olvidarse luego, brindar a
litros por Verlaine; ser casi un personaje de Murger y, en fin, vivir
mucho y matarse un poco, pero si hay que elegir la forma de perderse,
no es mala esa bohemia finisecular, parnasiana y parisién».
Sobre
los meses de convivencia con Rubén Darío, que llegaba como cronista
de La Nación,
leemos:
«Nos
quisimos como hermanos. Si bien yo fui siempre, y por muchos
conceptos, el hermano menor.
Nuestro afecto tenía, en todo caso, esa severa y varonil ternura,
esa seriedad emocionada de lo fraternal. […] habíamos vivido y
habíamos bebido juntos… Y aun habíamos amado juntos una vez que a
cierta mujercita de Montmartre le habíamos parecido bien ambos… Lo
cual estuvo a punto de enemistarnos, españoles, al fin. Los buenos
oficios del gran poeta Moréas, nuestro gran amigo y contertulio del
Café Cyrano, nos pusieron definitivamente en paz bajo un diluvio de
copas de champagne y versos magníficos del maestro griego, que era
entonces el primer poeta de Francia. Y cuento esto para concluir que
nuestra intimidad era absoluta. Lo sabíamos todo el uno del otro, y
nada en la vida hubiera podido malquistarnos».
Años
más tarde,
vuelve a dar testimonio de aquella íntima relación amistosa,
hablándonos de aspectos poco conocidos del poeta nicaragüense, como
su contradictoria, y etílica, personalidad, que emulaba a su manera
al maestro Verlaine:
«Tenía
un prurito infantil de grandezas, de elegancias, de exquisita
corrección, y un graciosísimo miedo al qué dirán, que contrastaba
con el desarreglo de su vida. Abominaba sinceramente del escándalo.
Y, sin embargo… los caballeros no se emborrachan, se encantan,
solía repetir del quinto whisky en adelante… Pero él se encantaba
tanto y con tal frecuencia, que llegó a hacerse notar en un medio en
que este linaje de “hechizos” era moneda corriente».
Emociona
callejear por este París de los modernistas españoles, imaginar a
los Machado paseando por el Luxemburgo, subir y bajar por el bulevar
Saint-Michel, contemplando
el atardecer desde un puente sobre el Sena; a
Oscar Wilde, unos meses antes de morir, contando en el Calisaya Bar
la
historia de su anillo, a Rubén Darío recitando en francés a Paul
Verlaine y
a Leconte de Lisle; acercarse
al hotel Médicis o a la calle Herschel, entrar
en el Quat’z’Arts o en el Criterion, tomar una absenta y escribir
unos versos teñidos de melancólico romanticismo...
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1 Antonio Machado, «Vida» (1931). 2 El País, 5 junio 1899, p. 3. 3 El País, 12 junio 1899, p. 3. 4 Manuel Machado, «Las Maravillas de Gómez Carrillo», en El País, 19 junio, 1899, p. 3). 5 Manuel Machado, «Una balada de Oscar Wilde», en El País, 25 febrero, 1900, p. 2. Con el título ligeramente modificado, «La última balada de Oscar Wilde», este texto, ampliado y mejorado, se publicó en el nº 33 de la revista Nuestro tiempo, en septiembre de 1933, pp. 356-359. 6 Kiko Méndez-Monasterio, «Manuel Machado». En la web La Gaceta de la Iberosfera, 29 agosto 2014. 7 Manuel Machado, «Rubén Darío y yo», en Arriba, 5 febrero, 1946. Tomado de Rafael Alarcón Sierra, «De roca y flor de lis: Rubén Darío y Manuel Machado». En Cuadernos de CILHA - a. 10 n. 11 - 2009 - Mendoza (Argentina) ISSN 1515-6125 . 8 Manuel Machado, «Luces de antaño», en Legiones y Falanges, III. 25 diciembre 1943. Rafael Sierra Alarcón, ibid.