domingo, 31 de agosto de 2008

Números y cuentas

Franz Kafka publicó en vida seis libros más uno, que, en la edición que manejo de sus obras completas, suman 187 páginas. Si añadimos -ese es el “más uno”- la aparición póstuma en agosto de 1924 de Un artista del hambre, cuyas pruebas llegó a corregir en el sanatorio de Kierling, el número de páginas no llega a las 230: un volumen endeble en comparación con lo que después se ha publicado, cerca de 1500 páginas, sin contar los diarios, la correspondencia y otros escritos varios.
Los seis volúmenes que Kafka vio publicados fueron Contemplación (2), El fogonero (3), La metamorfosis (3), La condena (3), En la colonia penitenciaria y Un médico rural. Entre paréntesis he indicado el número de ediciones o reimpresiones; cuento la publicación, primero en revista y luego en volumen independiente, de narraciones como La metamorfosis y La condena. La leyenda del Kafka pirómano que no quiso legar sus escritos a la posteridad existe todavía, pero es eso, leyenda. Al ejemplar libro de Joachim Unseld remito al lector: Franz Kafka. Una vida de escritor (Anagrama, Barcelona, 1989).
Con la excepción de El fogonero, conocido hoy como El desaparecido, primer capítulo de la póstuma Amerika, la mayoría de los textos que Kafka publicó en su vida –excepto Los aeroplanos de Brescia, El primer largo recorrido en tren (Praga-Zúrich), El jinete del cubo, Mucho ruido y las conversaciones con el orante y con el borracho-, antes lo fueron en periódicos, suplementos, revistas y almanaques literarios de Múnich, Praga, Leipzig, Berlín y Viena. El suscriptor de la revista Hyperion que hojeara el ejemplar de enero-febrero de 1908 ya debió quedarse con el nombre de aquel cuervo que miraba distraídamente desde una ventana, igual que los praguenses judíos que en el Selbstwehr del 7 de septiembre de 1915 leyeran la parábola del campesino que no se atreve a pasar la puerta de la ley.
Contando bien y tarde –escribo a las tres de la madrugada del 1 de septiembre de 2008- Kafka no firmó más de 30 textos en vida. 29 me salen esta noche, muchos de ellos repetidos hasta alcanzar la cincuentena. Me refiero a sus escritos literarios públicos, no a las entradas de sus diarios, ni a sus cartas, ni a sus informes como abogado en el Instituto de Accidentes Laborales del Reino de Bohemia. Kafka publicó poco y bien. Pero escribió más y mejor. Sus contemporáneos se perdieron el delirante proceso a Josef K, las vicisitudes americanas de Karl Rossmann o la historia del agrimensor que jamás verá a los señores del castillo... y algunas otras líneas memorables, como diría el ciego de Buenos Aires.
Eso es todo por esta madrugada, amigos, aquí acaban las publicaciones en vida de Franz Kafka. No más de 30 cuentos. Dejo para otro momento historias del Kafka póstumo: testamentos, traiciones, delaciones, pérdidas, hallazgos y herencias.

lunes, 18 de agosto de 2008

Álcali (I)

La nicotina es un alcaloide derivado de la ornitina, tiene fuerte capacidad adictógena y efectos estimulantes positivos sobre la atención y la memoria, pero es un bloqueante de la transmisión neuroganglionar. Su fórmula es C10H4N2.
El mundo de los alcaloides es extraordinario y merece unas líneas en este diario. Los árabes llamaban álcali a la sosa cáustica, un hidróxido o base resultante de la unión de un metal alcalino (sodio o potasio) o alcalino térreo (calcio), con el agua. Este combinado se caracteriza por la presencia del radical monovalente H-O-, odrixilo, tomado tantas veces como sean precisas para neutralizar las valencias del metal. Los álcalis se producen al hidratarse el óxido correspondiente. Por ejemplo, cuando convertimos la cal viva en cal apagada, pasamos de tener óxido de calcio (CaO) a hidróxido de calcio: Ca(HO)2.Los alcaloides se encuentran en muchos vegetales y no han podido ser clasificados rigurosamente. Algunos se han obtenido por síntesis en laboratorio, como la novocaína o la estoraína; los hay sólidos y líquidos y se combinan con los ácidos para formar sales. Son muy importantes en medicina, pues ejercen una fuerte acción sobre los diferentes sistemas del organismo, especialmente sobre el sistema nervioso, donde cada uno actúa de forma específica, estimulante o paralizante. En pequeñas dosis, muchos alcaloides excitan, pero calman y paralizan en dosis mayores, es decir, se convierten en venenos. He aquí algunos alcaloides: morfina, estricnina, atropina, escopolamina, cocaína, quinina, fisostigmina, pilocarpina, ergotoxina, codeína, dioxina, heroína, veratrina… Su producción y comercio está reglamentada internacionalmente para evitar su uso como estupefacientes.Imágenes: www.quimicaorganica.net

domingo, 17 de agosto de 2008

Dos semanas y dos días

En zonadiet, una página de internet sobre el tabaquismo, encuentro una tabla sobre la evolución del organismo después del último cigarrillo. Como quiera que éste será mi decimoséptimo día, mi presión arterial debe haberse normalizado, así como mis pulsos y la temperatura de manos y pies. El monóxido de carbono deberá haber alcanzado también sus niveles de normalidad igual que los de oxígeno, y habrá disminuido en porcentaje no despreciable el riesgo de que sufra un infarto. Mi sistema nervioso ya se ha adaptado a la falta de nicotina y aprecio mejor sabores y olores; los bronquios andan relajados, ha aumentado mi capacidad pulmonar y mejorado mi circulación sanguínea.
Yo mismo he podido comprobar alguno de estos efectos beneficiosos de no andar todo el día con el piporrito en la boca. La otra tarde, por ejemplo, M. andaba tomando la tensión a toda la familia; la mía era 14-9: un pelín alta la baja, paro bastante bien en términos generales. En cuanto a los pulsos y capacidad pulmonar, han desaparecido casi por completo ciertas arritmias y galopes súbitos del músculo cordial y soy capaz de aguantar con dignidad hora y cuarto de tenis, lo cual no está mal para mis cincuenta y dos años.
El mayor beneficio sensorial lo he notado en mi renovación pituitaria: es un placer salir por la mañana temprano y sentir olor a melocotones cuando paso junto a la huerta de Eusebio el municipal, o estar sentado en una terraza y recuperar las vaharadas del hinojo que un vecino trae en la mano para aliñar unas berenjenas, o volver a casa después del café en Los Mellizos por el callejón de las Chozas y oler a pasto fresco... Tesorillos que uno agradece.

jueves, 14 de agosto de 2008

Tres retratos de Azorín

La suya fue la primera fotografía de mi colección. En el recorte que conservo se recoge la noticia de su muerte - "A los 93 años fallece Azorín, maestro de la prosa castellana"-, acaecida en la mañana del 2 de marzo de 1967. No sé cuántos años median entre esa fecha y el momento en que recorté de una revista la fotografía y la necrológica que tengo delante. La noticia del fallecimiento no es crónica de primera mano, sino resumen de la que en su día apareció en el ABC: "El insigne maestro de la prosa castellana don José Martínez Ruiz, Azorín, falleció a las nueve de la mañana de ayer en su domicilio de la calle Zorrilla, 21, piso segundo, izquierda, frente a la calle de Fernanflor y la fachada posterior del Palacio de las Cortes, donde llevaba viviendo más de cuarenta años. Tenía noventa y tres años. Iba a cumplir los noventa y cuatro el próximo ocho de junio". Sigue luego lo de la consternación en toda España y parte del extranjero, lo de la espontánea manifestación de duelo popular y la lista de ministros y jerifaltes asistentes al sepelio: Lora Tamayo, Castiella, Fraga Iribarne, Arias Navarro... El ataúd fue llevado a hombros hasta la carroza fúnebre por el presidente de la Diputación de Alicante, los alcaldes de Alicante, Monóvar y Yecla y un grupo de escritores.
La crónica hacía eco también de un artículo de Juan Ignacio Luca de Tena: "... ninguno ha influido como él, después de Cervantes, en el estilo de los escritores hispánicos... Fue, ante todo y sobre todo, un estilista... Como periodista, Azorín transmitió la primera crónica telegráfica publicada en un diario español en 1905, con motivo del viaje de Alfonso XIII a París."
La fotografía tiene pátina anaranjada. Se ve en ella a un Azorín nonagenario, como escribiendo en unas cuartillas. Sobre la mesa, cubierta por un tapete color ocre, unos libros y lo que parece un pisapapeles, una semiesfera de cristal oscuro. Azorín escribe con bolígrafo. Viste chaqueta gris oscuro con finas rayas rojas y camisa blanca. La luz entre en la habitación por su espalda y le baña la cabeza en un blancor resplandeciente. Una cabeza que más parece ya calavera: el pelo ralo, blanco, muy corto, la piel pegada a los huesos, pequeñitos los ojos, afilada la nariz, sumida en leve línea la boca.
Detrás del escritor, sobre un mueble pegado a la pared, un sencillo flexo metálico, un libro grueso de pastas rojas y dos fotografías enmarcadas, borrosas en su segundo plano, en una de las cuales, la de la izquierda, aparece el escritor en la misma actitud, inclinado sobre unas cuartillas, solo que desde otra perspectiva. Una imagen sin duda grata a Azorín: la eterna inmutabilidad, instantes que se repiten en el tiempo, en la vida de un escritor. Imagen duplicada, multiplicada, de un mismo gesto intemporal. Azorín deteniendo los relojes. Fijando palabras en el papel. Punteando el tiempo.
Conservo otra foto del escritor hecha por Alfonso Sánchez Portela, Alfonso, el autor de los retratos más famosos de nuestros noventayochistas. Del retrato de Azorín asegura que es el mejor que ha hecho: "Un verdadero aguafuerte." Un claroscuro inspirado en el que de Góngora hizo Velázquez. De entre lo negro destaca el medio rostro de Azorín. En la parte en sombra se adivina apenas el ojo derecho. Un retrato, una pose gongorina. Aguileña un tanto la nariz, contraída la boca en rictus que corre hacia abajo, pero no tan sdegnoso el gesto ni el mirar como el del cordobés. Mira también desde arriba, pero sin orgullo, con un algo de elegante dolor, resignado a un tiempo que todo lo trastorna, que todo lo trae y lo lleva.
Escribo estas páginas apoyado en mi altarito. De pie, como han de oficiarse estos ritos. Junto a la Hispano Olivetti. A la luz de unas velas aromadas que se llevan el olor a tabaco. A ceniza. En el equipo suenan canciones de Bob Dylan, le doy un sorbo al cubalibre y enciendo un cigarrillo. Mi sombra tiembla en la pared. Observo otra fotografía de Azorín -creo que también de Alfonso-: en perfil el escritor y su bombín, la mano izquierda -el escritor está sentado- alargada , huesosa, como un árbol seco, hacia las páginas de un libro abierto. Larga distancia entre sus ojos y las palabras impresas. Ochenta años como mínimo. Holgadas ropas -camisa blanca, chaqueta gris- visten el espíritu del escritor. Los labios afilados por el tiempo, marcada la osamenta. Azorín en su tiempo. Detenido quizá en una vieja palabra terruñera que lo lleva al dormitorio colectivo de los Ecolapios de Yecla, al zaguán de la casa de un pueblo manchego, a la ventana ojival en que asoma una madura Melibea o el rostro cenceño de un hidalgo melancólico.
Qué grande el mínimo Azorín en su pequeñez de viejo. Qué más allá anda de la habitación de su casa de la calle Zorrilla, de su bombín, de su mano alargada. De su silencio. Y qué presente lo tiene uno siempre, aunque hable de cosas lejanas y use preteridas palabras. Tan certeras y tan reales a pesar del tiempo y los diccionarios.

viernes, 8 de agosto de 2008

Vidas escritas

Acabo de leer un libro así titulado que Javier Marías publicó en 1992 y que no leí en su momento, como tampoco la revista Claves de la razón práctica, donde fueron apareciendo la mayoría de las semblanzas recogidas en el libro.
Como es normal en mí, suelo llegar tarde a los libros. No soy lector al día, sino a destiempo, y antes que gastar dinero en novedades editoriales prefiero, como diría el buen burgués, invertir en valores seguros, en libros de autores de mi gusto, aunque lleven cien años muertos. Sólo hago excepción de unos pocos: Luis Landero, Andrés Trapiello, Rafael Sánchez Ferlosio, Antonio Colinas, Eloy Sánchez Rosillo y Luis García Montero. Con Javier Marías siempre he sentido recelo: leo sus artículos dominicales, comparto muchas de sus ideas y cabreos, no su pasión por el Real Madrid, pero hasta esta noche no he logrado terminar un libro suyo.
Debo reconocerlo, Javier Marías se me ha adelantado al escribir sus apuntes biográficos; pero consigno aquí y ahora que no he leído sus Vidas escritas sino en este octubre de 2007, y que mi proyecto de escribir sobre los autores de mi altarito nació unos meses antes, durante el verano, cuando desconocía la existencia del tal libro. Quede así libre mi conciencia del plagio. Apunto además en mi descargo la serie de artículos que fui publicando en el periódico comarcal Los Pedroches Información, donde daba cuenta de libros leídos a destiempo y apuntaba datos biográficos de quienes los escribieron. O sea, que me vino la idea de este libro antes de leer el de Marías, que escribió un libro que yo acabo de empezar a escribir. Difícil empeño. Suena a Borges y a Pierre Menard, pero las cosas son como son.
Cuenta Javier Marías en el libro su afición por coleccionar postales de escritores: otra coincidencia, solo que la suya –su colección- seguro que la ha ido haciendo comprándola en museos, tiendas de anticuarios y puestos del Rastro, y la mía ha ido creciendo a lo pobre, recortada de periódicos y suplementos dominicales. Coincidimos en muchos retratados (Joyce, Stevenson, Thomas Mann, Rilke, Rimbaud, Oscar Wilde…) pero no en los retratos en sí. Coincidimos en el pecador (Dickens, Mallarmé, Baudelaire, Poe, Borges, Nietzsche, Beckett…), pero no en el pecado, quiero decir en el retrato o instantánea en cuestión, por lo que me siento libre, sin el sambenito del plagiario.
El hilo de nuestras lecturas es el hilo de nuestra vida: somos lo que hemos leído. Y lo que nos queda por leer. O quizá debería decir que somos lo que hemos soñado mientras íbamos leyendo. A lo mejor somos Alonso Quijano, que vive lo que ha leído y cree más verdad lo escrito que lo vivido, y está, como el Pasavento de Vila Matas, enfermo de literatura. Todo pudiera ser.

Un mondrián en mi habitación (Prólogo)

Mi hija lo llama, con razón y con su punta de ironía, “tu altarito” desde al día en que me ayudó y yo le iba explicando quiénes eran aquellos hombres y por qué les dedicaba un sitio de honor en mi nuevo estudio. Ella solo reconoció a Bécquer, a quien quiso colocar en el centro, y a Cervantes, en el retrato que le hizo Juan de Jáuregui. Pero al pobre Bécquer decidí quitarlo del altar y volverlo al archivador, no por falta de reconocimiento a sus méritos, sino porque la reproducción era en color y mi proyecto –cuestión de gustos y capricho- solo contemplaba el blanco y negro. Por esa misma razón han quedado en el archivador otros de mis autores tutelares.
El altarito en cuestión es una vieja cómoda que perteneció a la tía Leona, una de las hermanas de la abuela Paula, madre de mi suegra. El reciclaje del mueble pasó por cortarle las patas, que lo hacían alto en exceso, hacer desaparecer uno de los cajones, recomponerle el tablaje del fondo y pintarle el frontal y los laterales al estilo Mondrian: líneas, cuadrados y rectángulos en los vivos colores que el pintor usaba en sus composiciones geométricas: rojo en el cajón frontal, amarillo y azul en las puertas, blanco en los laterales y negro en los bordes. Y los mismos colores, pero trocados para hacer contraste en los tiradores metálicos.
En el tablero de encima, protegidos por un cristal, retratos de escritores, que he ido recortando de periódicos y revistas. Ahora me doy cuenta de que no aparece ninguna mujer, escritora salvo la que acompaña, ambos con uniforme militar, a Hemingway cuando era corresponsal de guerra en Europa; la mujer de James Joyce, las hermanas de García Lorca y alguna muchacha anónima entre la multitud exaltada que rodea a don Miguel de Unamuno al salir del célebre “Venceréis pero no convenceréis” dirigido al tuerto, al general Millán-Astray. No soy lector, ni varón, misógino, sino que hasta la presente no dispongo de buenas fotos de Virginia Wolf, Isak Dinesen o Emily Dickinson, por nombrar a tres de las grandes ausentes de mi altar.
Sobre el cristal y para redondear el juego conceptual he colocado la vieja Hispano Olivetti negra y plateada, herencia paterna, en que tecleé mis primeros versos y a la que recuerdo en mi casa desde que tenía cinco o seis años.
A los pocos días de instalado el altarito se me ocurrió ampliar aquella galopada sobre rostros y nombres que relaté a mi hija y contar más en largo y pausado el porqué de aquellos escritores en mi habitación. Ese es el propósito de estas páginas. Qué salga de este puzzle, ya se leerá.

jueves, 7 de agosto de 2008

Antes / Después (Una aclaración)

El internauta que haya recalado en este Diario de un nicotínico habrá observado desajustes temporales y anacronismos, así que me permito este aviso para navegantes. Aunque las páginas del diario aparecen en el océano virtual en los últimos días de julio de 2008, lo cierto es fueron escritas en papel desde comienzos de 2006. Acogiéndome al sagrado de Cortázar, el diario puede leerse en forma retrospectiva (desde lo más nuevo a lo más antiguo) o de forma lineal, empezando por la entrada titulada Última sigaretta hasta La flor del tabaco; después habría que continuar con la primera y más antigua que aparece en el blog, Grandes esperanzas, a la que siguen, siempre en cronología lineal, Recaída y reflexión, esta misma de aquí y todas las que le sigan, ya en tiempo real.
Cuenta uno, claro está, qué iluso, con que alguien tenga tiempo y ganas de leer todo lo que uno ha escrito sobre la nicotina.
En fin, léalo cada cual como quiera, si es que quiere, y ya le irá cogiendo el hilo, si es que lo tiene.
Salud y guerra a la nicotina.

Libros

Todo nace en silencio.

Desde los más antiguos
emerge limpio el río de tu infancia,
el primer cajón abierto en secreto,
una sierra con cuevas
para brujas con escoba, y un triciclo.

Unos guardan la luz
de una mañana de abril
con olor a jaras y madreselva,
a ropas de domingo.

En otros parpadean
luces melancólicas de noviembre,
los semáforos de la soledad
y los catorce años.

Recuperas con otros
el billete de un autobús del barrio
o el comienzo de un poema que nunca
has podido acabar.

Memoria tuya son
y de todas las vidas que has vivido
asomado a sus ventanas.
Has viajado con ellos
desde Ispahán a la Patagonia,
has surcado los mares
en busca del sentido de la vida,
has tratado con viejos
pescadores, espías, bucaneros,
has desplegado mapas,
el plano de una isla,
de ciudades y laberintos de arena.
Has conocido de primera mano
el deseo festivo de los sátiros,
el latido del corazón de un héroe,
el frenesí de alimañas que anida
en el pecho de los traidores.
Has recorrido el atlas a caballo,
en fiacres y diligencias atestadas,
en globo y bergantín,
en tranvías amarillos y en trenes
que rasgaban la niebla
y te dejaban en una ciudad perdida.
Selvas, lagos, desiertos,
llanuras heladas, barrios obreros,
oficinas con olor a tabaco
y castillos en brumas,
tabernas y prostíbulos,
puertos y palacios cardenalicios.
Todos los paisajes, todas las lenguas,
todos los dioses.

Todo vuelve al silencio
cuando dejas el libro en el estante.

Como los besos o los atardeceres,
nunca un libro es igual a otro,
tampoco el mismo libro
cuenta idéntica historia
al cabo de los años,
igual que tú, siempre
el mismo, siempre otro.
Igual que tú, los libros
tienen sus cicatrices,
las heridas del tiempo,
que los vuelve amarillos, quebradizos,
como el pétalo seco
de un amor olvidado entre sus páginas.

Con ellos levantas muros de papel,
torres que te protegen,
donde hallas consuelo
y te redimen de la realidad
y la melancolía.
En silencio esperan pacientes verse
de nuevo en tus manos
y reverdecer las vidas, las voces,
los paisajes, los sueños.

Eres lo que has leído.

Cuatro historias bisiestas


1

Las milicias populares rodearon la casa cuartel el domingo a mediodía. A las mujeres y los niños ya los habían evacuado a Córdoba, pero dentro quedaban ocho guardias civiles que mal resistían el asedio.
—Esto no acabará bien, mi cabo —dijo Silverio, el más joven. Había que salir de aquella ratonera.
Y quizá fuera un ratón el que le sugirió al cabo la estrategia: pasaron toda la noche abriendo boquetes en las paredes de las casas vecinas, pasando de una a otra hasta que se encontraron con el río; desde allí los tiroteó un grupo emboscado en el cañaveral; sólo dos hombres alcanzaron la orilla y se lanzaron a cruzarlo.
El cabo nunca olvidó el chasquido de las balas al entrar en el agua, el chapoteo violento, breve, el grito ahogado, el cuerpo de su hermano hundiéndose en el Genil.

2

Aquel atardecer de octubre, la niña vio movimiento de más en la casa, pasos precipitados, susurros entre los mayores, lágrimas en los ojos azules de su padre; luego llegó el médico y al momento don Bartolomé, el cura. Después, dos vecinas entraron en la habitación de su madre y cerraron la puerta. A sus dos hermanos los mandaron a dar aviso. Ella pasó la noche en casa de unos desconocidos. No la dejaron verla.

3

Domingo de verano. Un grupo de niños chapotea en el agua hasta que alguien los llama para comer. Antes de alcanzar la orilla, el fondo del río se queda con la sandalia de uno de ellos, blanca, recién estrenadas. El niño siente miedo, un temor inexplicable a la riña de mamá, y se esconde en un maizal. Sobre las voces de los que le buscan, entre el vaho asfixiante que sube desde la tierra, retumba el corazón en el pecho del niño. Y las chicharras.

4

Aprendí la palabra «bisiesto» de mi madre, que la refería siempre a su padre. Hoy es 29 de febrero de 2008 y acabo de recordar que el abuelo Anselmo renegaba de los bisiestos y también de los días seis de mes. Para asegurarme la he llamado.
‒Nunca dijo porqué no le gustaban los años bisiestos. Será por el 36, cuando la guerra… Lo de los días seis sí, un seis de agosto los rojos mataron a su hermano Silverio en el río Genil, y a él lo hicieron prisionero… Otro día seis, de noviembre de 1940, murió mi madre, con 32 años. Yo tenía 8 años y de sopetón se me acabó la infancia y me vino el dolor, la soledad y la tristeza. Aquí, recién la guerra. En Europa, los nazis. Días miserables, hijo… Y otro seis, de julio, te perdiste tú en la huerta de Tobalico. Yo nunca había visto a mi padre meterse en un río, pero aquel día se remangó los pantalones y se metió a buscarte con los otros hombres. Todos creíamos que te habías ahogado…
‒…
‒ ¡Me cago en los días seis y en los años bisiestos!, decía tu abuelo chascando la lengua y moviendo la cabeza con rebelde fatalidad. El pobre murió con 66 años, el 6 de agosto de 1968.

Cantiga de invierno

Limpia llegó
el alba
desde el sueño.
Con sus cosas.
Con sus rosas.

La mañana
cortó distancias:
mirar las sierras
era tocarlas.

Vino tibia
la tarde,
sin rocíos en las hierbas,
cálida y
transparente.

El anochecer
trajo campanas,
limpio silencio.
Y estrellas.

A la noche
vendrá el amor.

Recaída y reflexión

Como un zombi he subido por el bulevar, me he sentado en la terraza del bar de José, le he pagado el cubata antes de que me lo sirviera y he acudido a la expendedora: tres cigarrillos seguidos. De vuelta a casa he tirado el paquete a un contenedor.
De esta recaída he aprendido dos cosas:
. Primera: se puede vivir sin cigarrillos, como he comprobado en estos siete días.
. Segunda: me podía haber ahorrado esta anotación delatoria de mi blandenguería respecto al tabaco.
Durante estos días de abstinencia he conocido dos estados de ánimo: tranquilidad hasta el tercer o cuarto día y necesidad imperiosa de mantenerme ocupado, sobre todo en actividades físicas o manuales. Esta tarde, por ejemplo, cuando oí la poderosa voz de la madame tentándome en pleno bochorno de la siesta me he subido al coche y he ido a un pueblo vecino para comprar una lámpara halógena que he colocado en el techo del cuarto de baño. Terminé empapado de sudor, como de haber corrido los milquinientos vallas, pero triunfante al ver que la bombilla ardía y que la madame se había quedado muda. Pequeñas proezas, pero así es la épica del fumeta que quiere dejar de serlo.

martes, 5 de agosto de 2008

La flor del tabaco

29 de noviembre. Ya han llegado las nieblas y los fríos y no sé como afectarán a las plantas ni a las flores. Hoy dedicaré mi atención a estas últimas, no sea que se malicien con esta climatología primaveral.
Siguiendo la taxonomía clásica, me detendré en cada uno de los elementos de estas curiosísimas y bellas factorías de semillas. Comenzando por los órganos de fijación o eje floral, que soporta las distintas partes de la flor, el pedúnculo o pedicelo, que fija la flor y conduce la savia, mide exactamente 1cm de largo por 1,5 mm de grosor. Un corte transversal del mismo nos presenta a vista de lupa, único instrumento de precisión óptica del que dispongo, tres secciones bien diferenciadas: una corona circular exterior de color verde oscuro y otra doble de ancha de color más claro en cuyo centro se aprecia un minúsculo círculo verde oscuro. Los tres elementos circulares comparten centro geométrico y adoptan la disposición de una floreada diana:


Como prolongación del pedunculo encontramos el tálamo o receptáculo en el que se insertan los verticilos florales. El de la flor del tabaco mide 2,6 cm, tiene forma de elegante y estilizada copa cubierta por fuera de pilosidades blancas cuyo tacto es pegajoso. Esta copa floral se abre por sus bordes rematándose en 5 triángulos isósceles de unos 3 mm de base por 1 cm de altura. Del cenro de estos sépalos surge lo que impropiamente llamaremos flor, es decir, los pétalos, que presentan una superficie visible de unos 4 cm, de color blanquecino verdoso por la parte más cercana al receptáculo, y de un delicado color rosa el resto. Esta vistosa envoltura coloreada recibe el nombre de perianto y es parte no reproductiva de la flor. El cáliz y la corola, que actúan como órganos protectores, guardan en su interior los órganos reproductores, androceo y gineceo, de los que me ocuparé más adelante.
La corola de la flor del tabaco está formada por los mencionados pétalos cuyo rosado color sirve para atraera los insectos portadores del polen fecundador. Técnicamente, la corola tabaquera es gamopétala, lo que quiere decir que sus pétalos están soldados.
Si la corola actúa como órgano de atracción, el cáliz tiene la función primordial de proteger la flor en su estado de yema, es una auténtica guardia imperial. El cáliz es la parte verde de la flor y en el caso que nos ocupa hemos de caracterizarlo como gamosépalo, pues los cinco sépalos que lo componen, cada uno con su tubo y su limbo, están soldados.
Hecho un corte longitudinal de la corola, podremos observar el androceo o conjunto de estambres que componen el aparato reproductor masculino floril. El de la flor tabaquera lo componen cinco estambres, que en realidad son cinco hojitas transformadas para contener el polen. A simple vista, cada estambre presenta sus dos elementos clásicos: el delgado filamento, que se hunde en las interioridades del cáliz, cuya parte aérea remata en la bolsita cargada de polen llamada antera. La misión del filamento estambroso es la fijación; desde el punto de vista de su conformación, estamos ante un androceo dialistémono, pues los estambres son independientes, están libres uno del otro. En cuanto a la inserción de los estambres respecto al ovario, estos son hipogíneos, es decir, insertos bajo él.
La lupa no me permite contemplar como quisiera la antera o mochila polinizadora, su estructura y elementos, por lo que daré por asentado que está compuesta de dos tecas, cada una de las cuales consta de epidermis, endotecio (capa mecánica), el conectivo (que une ambas tecas), dos sacos polínicos con células madres, el tapet y el haz liberoleñoso. Tampoco me es posible describirbin situ el grano de polen, con su exina y su intina, sus poritos y sus núcleos vegetativo y generativo.
El gineceo es el verticilo femenino de la flor, el recinto íntimo donde conviven el estilo, el estigma, el ovario y los óvulos. El estilo es una delgada columna que nace de la parte superior del ov ario y termina en el estigma, con forma circular y de tamaño algo mayor que la cabeza de un de un alfiler. Y penetremos ya en la interioridad femenina. El ovario es la parte inferior y ensanchada del gineceo y tiene forma de bellota. El de la flor del tabaco, a vista de lupa, tiene una cavidad o lóculo donde se hallan los óvulos. Puede hablarse por ello de un gineceo monocarpelar con placentación de tipo parietal, pues los dichos óvulos se arraciman en las paredes.



Imágenes de:
fritoverde.blogspot.com
es.encarta.msn.com
commons.wikimedia.org

11 de noviembre

Día primaveral pese a la fecha. Temperatura agradable y purísimo azul. Campos verdes despues de abundantes lluvias días atrás. En la jardinera, 14 plantas. En dos de ellas, el milagro de la floración. Desde la cápsula puntiaguda de los sépalos se han ido abriendo paso las flores campanillas de un delicado rosa en los bordes. Dentro, todo el aparato, estambres, pistilos. El resto, botones de apretados sépalos. Percibo el olor de la nicotina.
Algunas hojas amarillas con las nervaciones aún verdosas. Otras hojas presentan los estragos de la invasión oruguil.

Imagen: nelson.beckman.uiuc.edu

La hora de la manduca

Alarma en la plantación. Cuatro plantas de la jardinera han sido atacadas por intrusos verdes. Los ejemplares, de 2 cm de longitud, han sido inmediatamente puestos bajo la lupa para observación e identificación.
En internet he encontrado abundante literatura al respecto. Por ejemplo, en el interesante estudio al alimón de D. V. Ohashi y J. D. Urdampilleta, titulado "Interacción entre insectos perjudiciales y benéficos en el cultivo de tabaco de Misiones, Argentina", se describe la manduca sexta, un lepidóptero del género heliothis cuya larva verde, de 6 a 8 cm, presenta unas bandas blancas oblicuas en los laterales y un espolón rosa en dorso del extremo abdominal, que es una de las principales plagas del tabaco, pero cuyos rasgos no coinciden con los del ejemplar que tengo bajo lupa, como tampoco la descripción del heliothis virescens o gusano cogollero del tabaco, de conducta y ciclo de vida semejante a del gusano del jojoto.
A falta de cámara digital para inmortalizar a los individuos capturados, uno de ellos ha sufrido un proceso de entubamiento en una disolución de ginebra Larios, que iré observando.


Imagen: faculty.washington.edu

sábado, 2 de agosto de 2008

20 de septiembre

He sacado de la jardinera una nueva planta que paso a describir y luego prensaré. El ejemplar tiene una longitud de 35 centímetros desde la punta de su hoja más desarrollada hasta el extremo de la raíz. Procediendo según la botánica tradicional, me detendré en sus tres partes principales, a saber: hojas, tallo y raíz.
Las hojas se desarrollan notablemente. Dos de ellas constituyen una prolongación del tallo, presentando diferencias remarcables de longitud y madurez entre sí. Las cuatro grandes presentan peculiaridades individuales en longitud, forma, textura, color y disposición de las nervaduras. La primera mide 15 centímetros y en su punta es la más redondeada, aunque no deja de apreciarse un minúsculo ápice puntiagudo. Por el envés, de un verde claro, se aprecia la disposición y robustez de la nervadura, que comienza con una sección semicircular de 3 milímetros de radio y va adelgazándose hacia el ápice del extremo, cuyo grosor habría que medir en micras si quisiéramos ser rigurosos, pero que nos conformaremos con igualar a cualquiera de estos finos cabellos míos que pierdo poco a poco.
La nervadura, seguimos en el envés, sobresale prácticamente toda de la superficie de la hoja, como una vena en relieve, comienza blanca junto al tallo y termina casi confundida con el verde apical; describe una alongada doble curva, hacia un lado y luego como queriéndose enderezar. De ella salen once nervaduras once, cinco hacia un lado y seis hacia otro. Estas nervaduras secundarias corren paralelas, a una distancia entre sí de 1cm en la derecha y 1,5 cm en la izquierda. No salen del mismo lugar del tallo, sino de puntos alternos. Las dos primeras ramificaciones rompen esta simetría de candelabro pues no discurren paralelas a sus consecutivas. De estos once nervios, todos, excepto cuatro, se bifurcan a su vez en dos, nervios secundarios bífidos, al acercarse al borde de la hoja.
Tendría que seguir aquí la pormenorización positivista del ejemplar, pero se me acaba la luz natural y no quiero caer en errores de bulto, por lo que interrumpo para continuar mañana temprano. Son las 20,18 horas del día 20 de septiembre de 2006. El sol deja su rosicler tras las casas y los cipreses que veo desde mi ventana. Hay algunas nubes alargadas de rica luminosidad que va desde el cárdeno al blanco desvaído pasando por el anaranjado, el gris plomo y el azulón. Semejan un mapa en el atlas, con sus continentes, islotes, sus penínsulas y grandes extensiones de inmóvil mar azul.
Desde que comencé la disección de la planta me está llegando su olor. Es la nicotina. El sol ya se ha puesto. Hasta aquí la tarea de hoy.

viernes, 1 de agosto de 2008

Evolución natural

Día 6 de julio, víspera de San Fermín, patrón del chupinazo. La planta, a las tres semanas, ha crecido menos de lo que esperaba, pero sigue su evolución. Nos encontramos ahora una raicilla de 1,7 centímetros en la que es perceptible una cautísima raíz primaria con su finísima caliptra. Todavía no se observan pilosidades secundarias. En la raíz aparecen cuatro tonalidades: ocre claro en la raíz primaria, en un tramo de 4 milímetros, impregnada del color de la tierra. Otro tramo blanco traslúcido y brillante que en su parte superior presenta una débil coloración verdosa.
Las dos hojitas de antes son ahora cuatro. Las primeras en nacer tienen ahora cinco milímetros de largo por cuatro de ancho. Se aprecia ya pecíolo y nervadura central con algunas ramificaciones solo perceptibles a la lupa. Por encima de estas dos iniciales se han desarrollado otras dos, de asimétricas dimensiones. Una es como las primeras. La otra, redonda aún, no sobrepasa los 4 milímetros de diámetro. En ambas son perceptibles las nervaduras a simple vista de miope.
Como prensa para estas primeras muestras nicotianas me está sirviendo un ejemplar de las obras completas de Pablo Neruda, homenaje a la tierra americana donde creció la primera flor del tabaco. En el Canto general escribe el poeta chileno:

"Un nuevo aroma propagado
llenaba, por los intersticios
de la tierra, las respiraciones
convertidas en humo y fragancia:
el tabaco silvestre alzaba
su rosal de aire imaginario."

Homenaje a Homero

Háblame, Musa, de aquel varón de ahumados pulmones que, después de su primer cigarrillo, anduvo fumando largísimo tiempo, vio los daños y conoció las consecuencias de tanto tabaco y padeció en su cuerpo crónica bronquitis, en cuanto procuraba salvar su salud; cuéntanos, oh Musa, de aquel Fumeta, que tan gran necesidad sentía de restituirse a la pureza y ver sus pulmones limpios, y hallábase detenido en negra cueva por Nicotia, la ninfa temeranda, la maldita entre las sustancias, que anhelaba tenerlo adicto de por vida.

Cuento sin nicotina

Eleazar, un cura comunista –chaqueta gris de espiguilla, jersey de lana gris y pantalón gris- se presenta en casa inesperadamente. Viene en busca de un reportaje aparecido en El País semanal sobre los procesos bioquímicos de la empatía entre las personas y de lo que ocurre en nuestro cerebro cuando hacemos cosas que nos gustan. Eleazar había recién llegado al instituto. Uno de los primeros días, al verlo solo y meditativo en la sala de profesores, le dije, para buscarle conversación e ir trabando conocimiento, algo que a él no le gustó, no recuerdo qué, pero sí las buenas intenciones que llevaban mis palabras. Hoy, en un aperitivo de hermandad profesional, hemos aclarado el malentendido. En muestra de que no guardaba resto de malsentimiento contra mí, ha llamado al timbre de casa. Venía acompañado de Teresa Campoamor, teresiana profesora de francés, que se despidió en la puerta. En casa –mi padre vivía con nosotros- andábamos de zafarrancho: ventanas abiertas, muebles corridos, sillas arrinconadas, cubetas en el suelo, cuadros descolgados. Mi padre dijo que no le gustaban los curas y que lo despachara enseguida. No le hice caso y nos pusimos a buscar, Eleazar y yo, en la bolsa donde acumulábamos el papel para reciclar. No apareció el número de El País semanal; lo habríamos despachado en una saca anterior. Eleazar se despidió amablemente de María y de mí antes de marcharse hacia su casa por una larga y soleada calle en curva hacia la izquierda. En esos momentos, su aspecto ya había cambiado. Le había desaparecido la barba.
Otro sueño desnicotínico. Lo he visto todo durante la siesta.

Naturalismo

Va obrándose el prodigio. En la jardinera, dos diminutas hojitas de un verde esperanzado van abriéndose paso en la tierra. Quiero lograr alguna de esas plantas para conocer de cerca a mi enemigo. Seguir su crecimiento, su transformación. Que la Madre Tierra me sea benévola.

Planta a los 9 días. Nada hace presagiar el maléfico poder de este brote que tengo delante. Ahora es una raicilla blanca traslúcida, de centímetro y medio de largo. Frágil. Dos hojitas redondeadas de poco más de un milímetro de ancho. Raíz principal, sin secundarias aún ni pelos absorbentes, terminada en la caliptra, el taladro natural con que la planta perfora la tierra, al tiempo que le sirve de protección. Todavía no deja ver qué clase de raíz será, si axonomorfa, fasciculada, napiforme, tuberosa o ramificada. Las hojitas tienen el limbo redondeado, de contorno liso, sin nervios ni pecíolo. Promesa aún.

Miscelánea

Félix se quiere desnicotinizar, ¿quién lo desnicotinizará?, el desnicotinizador que lo desnicotinice, buen desnicotinizar será.

La madama aprieta con sus tretas –con sus tetas- y subterfugios. En cualquiera de sus momentos de acoso podría echar mano de un cigarrillo, pero varias instancias me alejan de él:
- el dolor de conciencia en caso de sucumbir,
- la shura nietzscheana,
- la recuperación de mis sueños,
- el autorrespeto y el atamiento –acatamiento- de mis propias decisiones,
- la alegría para mis hijos,
- la continuidad –hasta el punto final- de este cuaderno.

Sueño erótico con María. Transcurría durante la noche, en el campo, y nos alumbraban los faros de un coche. Sobre un promontorio rocoso, cubiertos por un edredón. Hasta aquí puedo contar.
Ahora me voy de paseo con la perra. Mañana de domingo de junio, fresca y verde como sólo saben serlo algunas mañanas del verano.



Otro sueño

El cartel para un concierto de música rock. Estábamos en los Estados Unidos. No lo voy a contar porque no lo escribí recién despierto y ahora, a las ocho y media de la tarde, se me han ido algunos detalles, que son lo que da la sustancia a estas historias.
Lo que me intriga de estos sueños es que los recuerde. En mi vida de fumador, claro que tenía sueños, pero los olvidaba. Ahora que la nicotina desaparece de mi organismo, los recuerdo. Llevo tres días seguidos así. ¿Será casualidad o tendrá que ver?

El enemigo en casa

Uno de los primos de Agustín Cejudo, el regente de la cafetería del instituto, me dio hace unos meses simiente de tabaco. Él fuma del suyo, que cultiva, seca y lía en su casa. Hoy, 17 de junio, acabo de echar unas cuantas semillas en una jardinera. Quizá sea tarde, pero el año está viniendo atípico en climatología y a lo mejor medra todavía alguna planta. La simiente es una bolita irregular de color tabaco claro, de apenas medio milímetro de diámetro. Si se las aplasta con el borde de la uña, dejan una mancha de humedad marroncilla, señal de que están vivas y dispuestas.

Francisco de Aldana

En homenaje al gran Aldana, vayan aquí los primeros versos de mi “Reconocimiento de la vanidad del humo”:

¡Al fin! ¡Al fin! ¡Tras tanto andar fumando,
tras tanta y tanta calada al pitillo,
tras tanta ceniza de cigarrillo,
de nicotina el cuerpo envenenando,
tras tanto acá y allá aspirando,
cual sin remedio pobre drogadicto,
oh, Dios, me retiro confeso y convicto.

Soneto de Aldana

Sonetillo de las marcas

celtas cortos lark
ducados fetén
habanos mencey
stuyvessant pallmall
vencedor condal
dunhill ele eme
winston kruger kent
piper craven a
celtas largos lola
camel lucki rex
rocío bisonte
1x2 goya
bonanza capote
yute chester sombra

Tentación

No es bueno crearse nuevas adicciones para olvidarse de las viejas. Dada la tendencia a la politoxicomanía de la mayor parte de los fumadores, prefiero mi adicción a la nicotina que a los ansiolíticos. Los sustitutos tienden a convertirse en nuevos motores de adicción, lo cual complica la cosa.
A la nicotina no hay que buscarle alternativas. Hacer depender nuestra vida de nuestra voluntad, de nuestra libertad, no de nuestras dependencias.

Sin duda me estoy convirtiendo en todo un carácter; no he llegado aún a la estupidez para hacer triunfar mi voluntad, pero sí a lo cómico, o a lo patético, según se quiera ver, como ha ocurrido hace un rato.

Después del paseo con Duna me he quedado solo viendo en la tele un programa sobre cine y me han acosado tanto los demonios que he cogido un cigarrillo del paquete de M. he salido al balcón a olerlo, sin prenderle fuego. Deliciosa vainilla. Y lo he tirado a la calle. ¡Dios mío, qué bien huelen los cigarrillos! Debe de hacer veinte años que no huelo un pitillo. Habitualmente los he quemado sin contemplaciones ni sutilidades olfativas. Un fumador de cigarrillos no suele pasárselos por debajo de la nariz para descubrir todos los aromas adjuntos al rubio de Virginia, como sí suelen hacer los pureros, más sibaritas, refinados y sensuales que los cigarrilleros.
Si lo hubiera encendido, ahora mismo tendría muy mala conciencia, me habría decepcionado de mí una vez más y tendría escasa fe en mi voluntad, pero decidí en consecuencia y aquí está el hombre, tan ufano por haber resistido otra tentación venida desde el mismísimo Pateta. Laus deo.

Quinto día

Anche, cuando volví a dormirme, se fraguó una tormenta seca. El resplandor de los relámpagos entraba por la ventana. Ha amanecido uno de esos días grises y frescos de junio en que uno piensa si no se habrá precipitado al guardar toda la ropa de invierno.

Diferencias entre esta desintoxicación y las anteriores: una fuerza interior –voluntad- mucho más decidida y fuerte; menor intensidad en las ganas de fumar, producto, sin duda, de lo anterior. Puedo decir que me supone muy poco esfuerzo renunciar al humo. Recito mentalmente varias veces al día la sentencia de Nietzsche.
Otra de las diferencias –tampoco desdeñable- es que no he recurrido a la farmacopea. Mi mejor médico estoy siendo yo, y la mejor droga contra la nicotina es no probarla. Anoto también el hecho diferencial de no pasar el día de mala leche y con el ceño fruncido. Desde luego, hay comentarios que me salen con la follá de un granaíno, pero al instante me luce una frente serena y una sonrisa interior.

El noche a noche

Son las dos menos cuarto de la madrugada. Me acabo de despertar con el cogote sudado: ¿Approches de la dama?
He salido al patio. Corría una brisilla en la noche azulada por la luna. Se oyen unos ladridos de perros y el ruido subterráneo del frigorífico. He pensado que ahora, tranquilito y solete como estoy, podría echar mano a un cigarro. Quizá durmiera de un tirón el resto de la noche.
Cada embate resistido es una manifestación de la voluntad de poder.
¿Qué lecturas podrían servirme en estas circunstancias? ¿Con qué libros se reafirmaría esta voluntad antinicotínica? ¿Busco héroes antiguos o antihéroes de nuestro tiempo, poesía mística, ensayos, quizá una epopeya, una comedia shakesperiana, un relato experimental, un drama brechtiano, una novela existencialista?
Acaba de sonar el campanillo del convento de las Hermanas de la Caridad.

El día a día

Esta tarde he logrado una victoria importante. En el bar Estación, mientras me tomaba un gintonic viendo a la selección de Francia contra la de Suiza, un conocido me ofreció un winston. Simplemente dije, no, gracias. No me costó trabajo.
-¿Ya no fumas?
-Lo he dejado hace unos días.
Luego pensé que podía hacer aceptado el pitillo y, autoengañándome, convencerme de que uno no importa. Podía haberlo hecho pero no lo hice. He tomado una decisión y apechugo con ella.

Otra razón –importante, y mucho- para dejar el humo es mi mujer. Ya que no he logrado otros triunfos en la vida, al menos podrá ofrecerle éste.

Aparte la presión en la zona occipital y la somnolencia –me quedo dormido como un viejecito-, otro síntoma evidente de mi desenganche es la continua sensación de hambre. Ayer comí con voraz apetito cinco veces: desayuno (té, pan con aceite), fruta a media mañana (dos melocotones), almuerzo, un plato de natillas a las cinco de la tarde y cena (pechuga de pavo y ensalada de gulas).
Uno sigue llevando su vida de antes sólo que evita algunas tentaciones y busca hábitos más saludables. Quitarse del tabaco no es quitarse de los amigos, como alguno que conozco.

Retazos de un sueño

Estábamos de turismo en Italia, en una ciudad monumental cualquiera, pero que podía ser Roma pues estábamos a la vista de una de sus famosas siete colinas, en el centro de cuya cumbre, toda llena de edificios antiguos, se alzaban los tejados en agudo prisma de lo que nos pareció la catedral de Milán, entre cuyas arquerías sobresalía una enorme armazón de hierro oxidado. Aquello era el Duomo. Después de contemplar el panorama en perspectivas como de cuadro medieval, tomamos una callejita cuesta abajo y en sombra donde había una tienda a la que entramos para comprar una guía de la ciudad. El hombre que nos atendió, joven y guapo, su rostro era una equilibrada mezcolanza de todos los rostros de los jugadores de la selección italiana de fútbol, nos mostró dos libros, una guía de la ciudad de Rávena, donde no pensábamos ir, y unas pruebas de imprenta de la guía de Roma. Las pruebas, con ilustraciones, estaban impresas a dos tintas, azul y negra, y algunas páginas mal impresas, los contornos de las letras o de los dibujos se multiplicaban, producían un mareo instantáneo.
Con muy buenas razones salimos de la tienda de vacío y decidimos pasear a la aventura por la ciudad. María se decidió primero por el Duomo, que visto de cerca era una de esas atracciones de feria que dan vueltas y hacen giros y cambios de dirección mientras la fuerza centrífuga mantiene a la gente pegada a los respaldos. En el posterior callejeo pasamos ante la puerta de un cine que recordábamos haber visto en una película italiana. Luego sonó el despertador.

Perseverancia

Cada nuevo día que paso sin tabaco me doy cuenta de que en adelante todo será cuestión de mi voluntad, de perseverar o no en la decisión que he tomado, y no una cuestión físico-química de dependencia del alcaloide y sus asociados. El mono pasa.

Día tercero

Me he despertado varias veces por la noche. Era la madame. Comprendo su insistencia. Es un jugador que no sabe perder.
Corto paseo matutino con la perra. Ligero dolor bajo el omóplato derecho. Tendencia a fruncir el ceño y considerarlo todo desde el malhumor. El señor Ceño echa de menos su racioncita de veneno y le sale el carácter endiablado.
Desayuno: té, pan recién horneado y aceite de oliva. Somnolencia constante. He dado unas cabezadas mientras leía la biografía de Antonio Machado, otro endemoniado por el humo.

Una reconcentración de espíritu, pero no la mala follá de otras ocasiones. Uno está ocupado en su tarea, atento a los golpes de la madama y no ha de haber distracción alguna, pues aprovecha el menor resquicio para abrirse paso hacia la victoria.

Otro concepto del tiempo: una hora no se cuenta ya por los cigarrillos, por las colillas en el cenicero. El reloj corre de otra manera, ralentizado, a su propio tempo y ritmo, no al de las caladas.

Segundo día

11 de junio. Domingo caliente. La sangre debe circular un poco despistada. No encuentra la dosis de nicotina y se rebela. Le quito importancia al mono. Me olvido de él. Sólo una presión en la parte posterior de la cabeza.
La desintoxicación nicotínica pasa por la reoxigenación de la sangre. Acabo de hacer una caminata de tres cuartos de hora a paso ligero. He sudado la camiseta. Unos minutos de relajación, una ducha, un hombre nuevo.
Tan fácil como caer en un cigarrillo y encenderlo, es no caer y no hacerlo humo. Me anima la sentencia de Nietzsche, pensar que si me lo fumo no pasará nada, porque esta vez sí que lo voy a lograr y porque fumes uno de vez en cuando no volverás a lo de antes, esos fuertes argumentos nicotínicos –los mejores argumentos en contrario- se desvanecen cuando cierro los ojos ante ellos mostrándoles así lo fuerte de mi carácter.
Por la noche se ha puesto a volar el viento. ¿Qué sueños tendré? Luna llena.

De natura

Como Acuario, mis caras negativas son la imprevisibilidad y la excentricidad, la rebeldía y el desprecio de lo establecido, la contradicción, la carencia de tacto, el desorden, la inconstancia, la tendencia anárquica, la terquedad y una originalidad forzada en ocasiones. Nada que oponer, pues a veces son esas mis pautas de conducta.
Entre los aspectos positivos de mi naturaleza acuaria están el carácter amistoso, el compromiso con las causas justas, la lealtad, el progresismo, el ingenio, la tolerancia y la originalidad. Dejémoslo ahí.
La de Acuario es buena carta de naturaleza para profesionales liberales como ingenieros, electricistas, pilotos aéreos, inventores, metafísicos, astrónomos, científicos, sociólogos, neurólogos y psiquiatras, ortopedistas y voluntarios en ongs. Acuario simboliza amistad, sed espiritual, esfuerzo colectivo, revolución, altruismo, humanitarismo, progreso, tecnología, ritmo, novedad, libertad, democracia, invención… Valores que siempre he defendido.
Mi horóscopo semanal afirma que sigo celebrando mi aniversario —en lo cual tiene toda la razón—; me aconseja no emprender muchas tareas para no dejar ningún frente abierto —referencia inequívoca a mis varios proyectos literarios en marcha—; vendrá una interesante propuesta de trabajo —ni idea de por dónde pueda aparecer—, pero debo conocer bien su naturaleza y aceptar lo antes posible. Últimamente, ahí se equivoca el horóscopo de pe a pa, he gastado mucho dinero, por lo que debo organizar mis gastos. Para finalizar, augura que me ayudará mi buena salud, y el comer sano y hacer ejercicio.
Tengo que reconocer que todos son buenos auspicios en este 10 de junio de 2006.

6-6-06

Todo el día oyendo idioteces sobre el número del Maligno. El único maligno –maligna, en mi caso- que me preocupa es madame Nicotine. Y ya he puesto fecha para devolverle el rosario de su madre: diez del seis de dos mil seis. El sábado que viene.
Mientras llega el día, anoto aquí este aforismo nietzscheano que recitaré como sura purificadora: “Una vez tomada una decisión, hay que cerrar oídos a los mejores argumentos en contrario. Este es el indicio de un carácter fuerte. En ocasiones, hay que hacer triunfar la propia voluntad hasta la estupidez.” (Más allá del bien y del mal)

8 de enero de 2006

Mañana, buenos propósitos: tres cigarrillos. ¿Por qué no voy a lograrlo? Estaré atento a los amagos del maligno y a su empeño por malhumorarme. La legendaria mala hostia de quienes estamos dejando de fumar está ya prestigiada médicamente. Son ganas de sentirse jodido y de joder a los demás.
Me servirá de ayuda volver al yoga. Relajación y meditación. Relajación, meditación.