martes, 17 de junio de 2025

Kafka: el azar y Rocambole

 Cualquiera que se acerque a la vida y la obra de Franz Kafka, pronto comprenderá los tres matices que alimentan semánticamente el adjetivo «kafkiano». No tiene el mismo significado en la frase «la obra kafkiana está escrita en alemán», que en «es un cuento muy kafkiano», o que en «el sistema judicial kafkiano». En el primer caso, el adjetivo se refiere a un texto perteneciente a Franz Kafka; en el segundo se infiere que la obra de alguien que no es Franz Kafka se parece a lo escrito por el autor checo; en el tercer caso, «lo kafkiano» remite a un sistema o institución compleja, intrincada, con su dosis de absurdo, que provoca una sensación de angustia.

En mis lecturas preparatorias para esta miscelánea que es El pisapapeles de Karlsbad he encontrado más de una vez, sobre todo en reportajes, crónicas periodísticas y entradas de blog, la palabra en cuestión, –kafkiano / kafkiana– para referirse al largo y azaroso proceso de conservación y transmisión de los manuscritos kafkianos.

Después de viajar en la maleta de Brod desde Praga hasta Tel Aviv, de pasar unos años en el archivo privado de Salman Schocken en Jerusalén y luego en la caja de seguridad de un banco de Zúrich, el manuscrito de El proceso acabó en la casa de subastas Shoteby’s, de Londres, uno de cuyos empleados viajó con el manuscrito guardado en una bolsa de compras desde Londres a Nueva York, Tokio, Hong Kong y de vuelta a Londres.

Las cartas de Kafka a Milena Jesenská, escritas entre abril de 1920 y el verano de 1923, fueron entregadas por ésta a su amigo Willy Haas en la primavera de 1939, poco antes de la ocupación nazi de Praga. Antes de huir de la ciudad, Haas entregó el paquete de cartas a unos parientes. Apresada por la Gestapo, Milena Jesenská murió el 17 de mayo de 1944 en el campo de concentración de Ravensbrück. Willy Haas pudo regresar a Praga en 1945, una vez terminada la guerra, recuperó las cartas y las publicó en 1952.

Las cartas a Felice Bauer viajaron con ella desde Berlín a Estados Unidos. En 1956, Bauer las vendió a Schocken Books por 8.000 dólares. Las cartas se fotocopiaron y microfilmaron, pero sin identificar las cartas con los sobres, que fueron vendidos aparte. Posteriormente, el lote fue subastado en Shoteby’s en 1987 por 605.000 dólares a un comprador anónimo europeo que hizo la puja por teléfono.

En la actualidad, hay originales de Kafka en el Archivo de Literatura Alemana de Marbach (Alemania), en la Bodleian Library de Oxford (Reino Unido), en el Museo Franz Kafka de Praga (República Checa), en la Biblioteca Nacional de Tel Aviv (Israel), y en paradero desconocido.

Creo que al recorrido de la mayoría de los manuscritos reunidos por Max Brod en el verano de 1924, tras la muerte de Kafka, y desperdigados ahora, le cuadra mejor el adjetivo «azaroso», hijo del azar y de la casualidad, aunque a uno se le viene el raro y peregrino polisílabo culto «vicisitudinario», que a través de su sustantivo lo transporta a un cine de verano de su infancia, quizás en Gibraleón, a la película de Jean Paul Belmondo y Ursula Andress en que descubrió aquella palabra que hilaba una tras otra adversidades e infortunios del protagonista, Las tribulaciones de un chino en China (la negrita es mía).


La historia de los manuscritos kafkianos no es kafkiana, no provoca angustia ni desazón existencial, sino vivo interés y curiosidad, y admiración por las personas que de una manera u otra han contribuido a conservar y transmitir el legado del autor de La metamorfosis. Despiertan también estas historias al detective que uno lleva dentro, que va encontrando hilos aquí y allá, alegrándose cuando casan, sorprendiéndose ante inesperados giros y descubrimientos, o asumiendo la pérdida irremediable de otros. Peripecias librescas al fin, andanzas y correrías literarias que convierten estos manuscritos kafkianos en auténticos personajes capaces de alimentar las más nobles pasiones, como también las más descaradas mentiras y deslealtades.

Ensartadas, en extraordinaria sucesión, inverosímiles a veces, estas historias más que kafkianas son rocambolescas, nos atrapan en su intriga como aquellas películas francesas de nuestra infancia en el cine de verano, quizá en Gibraleón, quizá ya en Córdoba, con aquel Rocambole de guante blanco que salía triunfante de las situaciones más difíciles. Así los manuscritos y originales de kafkianos, que no han dejado de llegar a nosotros desde aquel lejano 1924, en que la hermosa traición de un amigo impidió su quema y desaparición.


lunes, 9 de junio de 2025

Pleitos tengas...


Página manuscrita de El proceso

 Cuando Max Brod se establece en Israel, la publicación de los escritos inéditos de Kafka está ya muy avanzada: se han editado prácticamente todos sus textos narrativos y una selección de sus diarios y cartas; sólo quedan por aparecer distintas colecciones completas de cartas –a Max Brod, a Felice Bauer, a Grete Bloch, a Milena Jesenská, a sus editores, a sus padres, a su hermana Ottla–, que lo irán haciendo a partir de 1952. El grueso del trabajo como editor de Franz Kafka está cumplido, así que en adelante se dedicará sobre todo a la revisión, ordenación y preparación para la imprenta de su propia obra en el tiempo que le deje su trabajo como asesor del teatro Habima y las conferencias dentro y fuera de Israel.

Recordemos y dejemos claro para de aquí en adelante que la famosa maleta viajera de Brod contenía tres lotes distintos de material: el legado perteneciente a la familia, a las cuatro sobrinas de Kafka supervivientes del holocausto (en adelante legado K); el integrado por manuscritos regalados por Kafka a Max Brod (KB), y el legado de originales, borradores y partituras del propio Brod (B).

Precisemos también que no todo el material acabó depositado en el mismo lugar. Preocupado por la seguridad y las condiciones materiales de conservación, Brod escribió el 5 de mayo de 1940 a Gotthold Weil, director de la Biblioteca Nacional, perteneciente a la Universidad Hebrea de Jerusalén: «¿Sería posible que me guardase usted una maleta de mi propiedad que contiene importantísimos manuscritos? En ella está el legado de Franz Kafka, mis composiciones musicales y mis diarios aún sin publicar […] Me gustaría que usted los pusiera a salvo, si es posible que algo esté seguro hoy en día». Días de guerra aquellos, con el ejército nazi invadiendo Europa occidental. Días de inseguridad. Tenía razón Brod. Mientras negociaba el depósito de los manuscritos kafkianos en la Biblioteca Nacional, el 9 de septiembre la aviación italiana bombardea Tel Aviv y Brod recurre al editor y coleccionista Salman Schocken, en cuya biblioteca personal en la calle Balfour, de Jerusalén, deposita parte de su tesoro, el legado K, en una caja de seguridad a prueba de incendios, de la que solo existe una llave, lo tranquiliza Schocken.

El 4 de agosto de 1942, con 59 años, muere Elsa Taussig. A pesar de su delicada salud, era una mujer decidida –ella fue la que organizó la huida de Praga–, intelectualmente activa, miembro del Círculo de Praga y reputada traductora al alemán del ruso, francés, italiano, inglés y checo, aunque en los ambientes cultos de Praga fue su marido quien se llevó la gloria del reconocimiento. Tras la muerte de su esposa, el panorama de Brod se ensombreció. A la soledad de la viudez, y sin más familiares en Tel Aviv, se sumaba una cierta frustración por sentirse –y serlo– ninguneado, al tratarse de un escritor que se expresaba en alemán, lengua proscrita por el sionismo nacionalista. Por otro lado, añádase el aislamiento social que suponía en la vida cotidiana el desconocimiento de la lengua hebrea.

Fue precisamente en una escuela de hebreo donde Max Brod conoció a Otto Hoffe, antiguo gerente en Praga de una empresa de papelería y objetos de escritorio. Casado con Ilse Esther Reich, la pareja tenía dos hijas, Eva y Ruth, de ocho y cuatro años al llegar a Palestina. Los Hoffe enseguida acogieron a Brod como uno más de la familia: les leía cuentos en alemán a las niñas, las llevaba a los ensayos del teatro, tocaba el piano para ellas, que lo aceptaron como un segundo padre. Brod convenció a Esther Hoffe para que lo ayudara en la organización y transcripción de los manuscritos que conservaba en su casa y en las cajas de seguridad de la biblioteca de Salman Schocken. Cada mañana, durante 26 años, Esther Hoffe caminaba desde la calle Spinoza hasta el 16 de la calle Hayardeen, subía al piso de la tercera planta, donde disponía de una habitación que le servía de despacho y ayudaba a Brod, que consideraba a Esther Hoffe «mi socia creativa, mi crítica más despiadada, mi ayudante y aliada … un ángel al rescate». La mayoría de investigadores y periodistas dan por hecho que la relación entre Max Brod y Esther Hoffe fue más allá de la habitual entre jefe y secretaria, y que se convirtieron en amantes. Eva Hoffe recuerda al respecto: «Los tres eran más felices cuando estaban juntos […] Salían juntos, viajaban juntos al extranjero, y se apoyaban mucho. Eran un trío. Hay cosas así. Había amor entre mi madre y Max, entre mi padre y mi madre, y entre mi padre y Max […] Mis padres y Max tenían 60 años cuando llegaron a este país. Y aunque hubiera algo, ¿qué más da? No me interesan los tríos románticos. Todos vivían en paz juntos».

En esta larga historia de legados, a Esther Hoffe le tocó el papel de malvada y traidora, de mujer mentirosa, codiciosa y obsesiva, que impidió durante años el acceso de los investigadores a los originales de Kafka y de Max Brod. Suponemos que si en su momento se hubieran conocido ciertos hechos, la opinión sobre ella no sería tan negativa. En 1945, quizá como pago por su trabajo, Max Brod donó a su secretaria algunos originales del legado Kafka-Brod. Esa donación la ratifica Brod dos años más tarde, el 12 de marzo de 1947, concretando que se trata de «cuatro carpetas de mis recuerdos de Kafka», que incluían también algunos dibujos; junto al documento de donación, una nota aclaraba: «Las cartas que Kafka me dedicó y que me pertenecían, son propiedad de la señora Hoffe».

Páginas manuscritas de Kafka

Transcurridos unos años más, en fecha 2 de abril de 1952, Brod escribe una carta donación a Esther Hoffe –«Querida Esther, en 1945 te regalé todos los manuscritos y cartas de Kafka en mi posesión»– en la que desglosa el material donado, que se encontraba en una caja de seguridad desde 1948: cartas de Kafka a Brod y Elsa Tausig; los manuscritos de El proceso, Descripción de una lucha, Preparativos para una boda en el campo; el mecanoscrito de Carta al padre, tres cuadernos con diarios de los viajes a París, el borrador del primer capítulo de una novela a cuatro manos, entre Brod y Kafka, titulada Richard y Samuel; el «Discurso sobre la lengua yidis», escrito en 1912 como presentación de una obra de teatro interpretada por su amigo, el actor Jizchak Löwy, un cuaderno con ejercicios de hebreo, aforismos sueltos y algunas fotografías. En un margen de la carta aparece la conformidad con la donación –«Por la presente acepto este obsequio»– y la firma de Esther Hoffe. Aclaraba también Brod, que la donación no era de carácter testamentario, efectiva tras su muerte, sino que se trataba de una donación en vida y de efecto inmediato. 

Pero ni Max Brod ni Esther Hoffe podían imaginar la que se avecinaba.

Esther Hoffe y Max Brod