viernes, 28 de marzo de 2025

Nuestros vecinos árabes


«El Estado judío que queríamos preparar “allí”, en Palestina, debía fundarse sobre la justicia y el amor altruista entre individuos e incluía, como norma, ofrecer amistad y ayuda a nuestros vecinos cercanos, los árabes». Esto escribía Max Brod, el amigo y albacea de Kafka, recién convertido a la causa del sionismo, diez años antes de abandonar Praga por la ocupación nazi en 1939.

Propugnado por el judío vienés Theodor Herlz, el movimiento sionista ‒regreso a Eretz Yisrael, ‘la Tierra de Israel’‒ comienza a finales del siglo XIX y se intensifica en las primeras décadas del siglo XX, paralelamente al auge del nazismo.

En las palabras de Brod destaca el optimismo y la ingenuidad, un sentimiento de fraternidad, de buenas intenciones y armonía social, propias de una utopía donde reinan la justicia, el amor, el altruismo y la amistad.

Duele ver en lo que se ha convertido aquel amor fraternal judío, aquel sentimiento de buena vecindad, aquella solidaridad con el pueblo árabe.


© dpa Picture Alliance

martes, 25 de marzo de 2025

Papel pautado


Tarsicio Toledo (Torrecampo, 1937—Benidorm, 2013) fue músico de formación y poeta de vocación. Hijo de familia emigrada a Altea a principios de los sesenta, completó su formación musical en el conservatorio de Alicante, donde llegó a ser alumno del maestro Óscar Esplá. Instalado posteriormente en Benidorm, se integró en la Unión Musical de la localidad, llegando a figurar como director suplente de la misma hasta su jubilación en 2002. Compuso casi un centenar de piezas, alcanzando notoriedad con pasodobles como Entre jaras y encinas, Caprichos serranosRomeros y veredas, o Recuerdos del Guadamora. Es autor también de la música y letra de la suite Aires de abril, de la Serenata en sol mayor y de la rapsodia Primero de mayo.

La necesidad de crear letras para sus composiciones musicales lo llevó a la poesía, siendo autor de notables poemarios, entre los que destacamos el neorromántico Adagio maestoso y La sierra en flor, una meditación de elevado vuelo sobre el paso del tiempo.


***

El corazón de las sombras


El corazón de las sombras no late en el mar,
ni asoma frío en las noches de marzo con lluvia.
El corazón de las sombras es un piano mudo,
un vacío de acordes, de memoria sin música.
Nada que decir tienen las sombras, que cantar.
Sólo sombras. Sólo nada. Sin ritmo. Sin voz.
Sin vida las sombras si no las hacemos nuestras
y nos acompañan hasta el final de la luz.

                                                            [Del libro Armonías (2008)]

viernes, 21 de marzo de 2025

We shall overcome

A Lidia Cantarero

En las primeras páginas de No digas nada, donde el periodista estadounidense Patrick Radden Keefe analiza el problema de Irlanda del Norte, se nos cuenta que el día 1 de enero de 1969 un grupo de estudiantes se congrega en el centro de Belfast para emprender una marcha a pie hasta Derry, con pancartas a favor de los derechos civiles, como la famosa marcha de Martin Luther King y otros líderes afroamericanos en Alabama, de la que se acaban de cumplir 60 años. Los manifestantes, escribe Keefe, a los que se les unieron varios centenares más durante el recorrido, iban cantando la canción «We Shall Overcome». Detuve aquí unos instantes la lectura y me transporté a la Córdoba de los primeros años setenta.

Después de 5 años de errancia académica —instituto La Rábida, de Huelva, colegio salesiano de Pozoblanco, institutos Séneca y Góngora de Córdoba, academia Lope de Vega—, ¡dos cursos seguidos en el recién construido Averroes! Allí me reencontré con antiguos compañeros del Séneca y con mis amigos del Campo de la Verdad. Fueron años de descubrimiento: los barrios, las exposiciones de pintura, el teatro, las novelas del boom, la música, el cine. La vida empezó a estar entonces fuera de la casa y de la familia, lo importante era la calle y los amigos. Años también de plantearse las grandes cuestiones —Dios, el sexo, la política—, dejar de ir a misa, reconocerse ateo, enamorarse, masturbarse, definirse ante la dictadura, acercarse a la historia republicana del país, declararse contra el holocausto, del que entonces empezábamos a saber, decantarse por los derechos civiles, contra la guerra de Vietnam, contra las dictaduras sudamericanas, irse posicionando, en fin, y construyendo nuestra identidad.

Uno de los elementos de aquellos años que contribuyó a nuestra educación fue la música. «We shall overcome» fue la primera canción que aprendí en inglés. Éramos muy cantarines entonces, si nos reuníamos en nuestras casas, sentados en una plazoleta o en un jardín, a la ida o la vuelta del instituto, caminando por la ciudad,  en las habitaciones de las tabernas, en el Patio de los Naranjos o en una jira campestre, acabábamos cantando. Sí, nos aprendíamos canciones y las cantábamos a coro en cualquier sitio. Ensayábamos voces, ritmos, incluso llegamos a ponerle música a un poema de Miguel Hernández siguiendo la estela de Serrat. Teníamos un repertorio variado: canciones de tuna, romances y coplillas del folklore popular, canciones de Brel, Brassens y Moustaki, Nuestro Pequeño Mundo, Mocedades, Paco Ibáñez… 

Alguien llegó un día con una copia mecanografiada de aquella letra en inglés —un himno repetitivo, una letra fácil de memorizar aunque casi ninguno de nosotros sabía inglés—, la copiamos cada uno en un papel y la hicimos nuestra, y el «Venceremos» sonó más de una vez por las calles de Córdoba. Aquella canción —no fue la única—, abrió camino en nuestras jóvenes conciencias, formulaba una utopía que compartíamos y asentó nuestra creencia en la igualdad con un mensaje que sigue completamente válido en nuestros días.

El viejo góspel evangélico cantado en las iglesias se convirtió en himno a favor de los derechos civiles de la comunidad afroamericana de Estados Unidos y finalmente acabó siendo una canción protesta a favor la justicia, la igualdad y la libertad, coreada tanto por independentistas irlandeses como por jóvenes cordobeses en busca de su identidad.

Nuestra historia personal y colectiva también está hecha de canciones.


miércoles, 19 de marzo de 2025

19 de marzo


Extraña sensación

Va la tarde de marzo
dejando en estos versos
la soledad de las calles,
el silencio de los pájaros,
la canción de la lluvia
y la melancolía,
el rumor de un vacío
que florece en tu pecho
y perfuma tu noche.

lunes, 24 de febrero de 2025

La maleta de Max (4)

A Luis Pozo 
Cuando Malcolm Pasley conoció a Marianne Steiner y ésta le contó las vicisitudes del legado de su tío, que conocía por Max Brod, enseguida tomó cartas y asumió el papel de consejero de las tres sobrinas, proponiéndoles disponer cuanto antes de aquel tesoro y depositarlo en Oxford para evitar que se dispersara en ventas a particulares y en subastas, también para ponerlo a disposición de los estudiosos de Kafka, que ya cuestionaban abiertamente los criterios de edición de Max Brod. 
   
    No fue cosa de coser y cantar. Enseguida encontraron el hueso de Salman Schocken, en cuya biblioteca personal de Jerusalén había guardado el legado de Kafka antes de ser trasladado a Zúrich, que se mostraba reacio a devolverlo. No fueron las palabras educadas de Pasley ni sus argumentos incontestables, fue la vehemencia, la porfía y las fuertes palabras de Marianne Steiner —¿incluidas amenazas de denuncia por apropiación ilícita?— las que obligaron al coleccionista a entrar en razón y ceder el legado a sus legítimas propietarias. Valga en testimonio de la firme insistencia de la sobrina esta queja de Schocken en carta a Max Brod: «Entiendo la agitación de la señorita Steiner. Pero no recuerdo que en mis cuarenta años de trabajo profesional alguien me haya hablado en un lenguaje así». 
  
    Llegados finalmente a un acuerdo, Malcolm Pasley viajó en automóvil hasta Zúrich, se encontró con Schocken y trasladó el legado familiar de Kafka —diarios, diarios de viajes, cartas y postales, aforismos, los manuscritos de El castillo, América, La metamorfosis, cuentos— hasta la biblioteca universitaria de Oxford (Bodleian Library), donde permanece en fideicomiso desde 1962 junto a otros manuscritos kafkianos allegados posteriormente.

    Después del traslado del legado LKB a Suiza en 1956, buena parte siguió depositada en cuatro cajas de seguridad del banco de Zúrich (manuscritos de El proceso, de Preparativos para una boda en el campo y de Descripción de una lucha, correspondencia con Kafka, con Dora Diamant, pruebas de imprenta de «Un artista del hambre», hojas manuscritas sueltas, dibujos…). Otra parte se guardó en un banco israelí, y otra en el apartamento del número 16 de la calle Rechov Hayarden de Tel Aviv. Los papeles de Kafka, que habían viajado en una sola maleta desde Praga en marzo de 1939, quedaban ahora dispersos —a imagen de la diáspora del pueblo judío— entre Oxford, un banco de Zúrich, otro de Tel Aviv, y el apartamento de Brod, hasta éste que muere en 1968. Pero aún quedaba material kafkiano por aflorar y dispersarse.

    Aunque no lo parezca, es una venganza del destino. Quién te iba a decir, Franz Kafka, el mercado millonario que surgiría con el tráfico y la compra-venta de tus papeles. Que la familia Schocken iba a obtener una extraordinaria ganancia revendiendo las cartas que le habías escrito a tu novia berlinesa, Felice Bauer. Que el manuscrito de la desordenada e inacabada historia sobre Josef K, que regalaste en 1920 a tu amigo Brod, iba a venderse por dos millones de dólares, a convertirse en una novela y luego en película. Que las apasionadas cartas que escribiste a Milena Jensenská tampoco ardieron y acabaron convertidas en libro de múltiples ediciones. Que alguien localizó los libros de tu biblioteca personal y supo mantenerlos a salvo de nazis y de comunistas, y hoy se conservan en un archivo público de Praga. Que se hayan conservado las “conversaciones” —notas escritas en papeles sueltos— de tus últimos días en el sanatorio de Kierling, cuando ya no podías hablar. O que tengas tu propio adjetivo.

    Tu amigo Max no cumplió tus deseos crematorios, a cambio, se te conoce en todo el mundo, lo que no creo que te desagrade. Imagino, por ejemplo, La metamorfosis, traducida al chino, o al árabe, tus prosas en noruego o en hindi, tu América en griego moderno o en coreano y adivino tu sonrisa, esbozada apenas, entre maliciosa y divertida, tu mirada penetrante, algo burlona y un pelín perpleja ante el espectáculo de nuestro mundo, que también es el tuyo.

    Sigues vivo, Franz Kafka, y lo estarás por mucho. Tus libros son lectura obligatoria en institutos y universidades, se suceden ediciones populares y ediciones críticas, recopilaciones de cuentos, aproximaciones biográficas, ensayos, pinturas y dibujos, documentales, películas. Existe incluso merchandising en tu honor: camisetas, cajitas de lata, postales, calcetines, lápices, tazas, pegatinas, carteles, bolsos… Y desde hace tan solo unos días, también un exlibris con uno de tus dibujos que me ha regalado un buen amigo.




martes, 18 de febrero de 2025

1975

     Cincuenta años exactos de aquella tarde. Martes también. Tú cumplías diecinueve. 

Empezabas a vivir fuera de la protección y la vigilancia familiar. A descubrir el placer de las clases en la Facultad, de tomar y completar apuntes, de los préstamos bibliotecarios, de consultar el Alborg, de comprar algún volumen de la colección Austral o de la editorial Losada, de subrayar el Curso de Lingüística General del padre Saussure, el ensayo de Sapir sobre el lenguaje, el manual de Wellek y Warren sobre teoría de la literatura, o el Diccionario de términos filológicos de Lázaro Carreter. La gozada de adentrarte de la mano de algunos profesores en la interpretación de nuestros clásicos, en una antología de poetas modernistas, en los poemas de Baudelaire o en las canciones de Georges Brassens. Sí, habías descubierto el placer del estudio, de la lectura, del comentario de textos, de la gramática. De la filología.

Empezabas a descubrir también la ciudad, los barrios, los cines, las salas de exposiciones, las representaciones en el Conservatorio, las tabernas, el olor a azahar, el humo del incienso en la Semana Santa, las canciones a coro en el Patio de los Naranjos, en las plazuelas y en los jardines, los discos en Fuentes Guerra, las ruinas de Medina Azahara, las carreteras y los caminos de la sierra.

Tus padres habían vendido el pabellón de la calle Altillo en el Campo de la Verdad y ahora vivíais en Maese Luis, entre la Corredera y los patios de San Francisco. Tu padre veía al fin culminado su propósito de quedarse definitivamente en la capital y dar estudios a sus hijos. Se acabaron los traslados y las mudanzas, dijo, renunció a los cursos para oficial, y se retiró como subteniente en cuanto pudo. 

Tu hermana estudiaba Magisterio, tú hacías el segundo curso en la Facultad. Ahora los hijos varones de guardias civiles teníamos otras posibilidades que las de seguir el camino paterno e ingresar en el Cuerpo, y las hijas no limitaban sus expectativas, su vida, a la llegada de un marido. Buena parte de la sociedad española iba cambiando más y mejor que el estamento político, con el dictador a la cabeza, empeñado en el nacional-catolicismo, en mantener un régimen que hacía agua por muchas partes. Los hijos de la clase media llenábamos las aulas universitarias —abogados, médicos, historiadores, filólogos, ingenieros, veterinarios, economistas, arquitectos y peritos, pedagogos...—, comenzamos nuestra vida profesional durante los años convulsos, alegres y esperanzados de la Transición, vivimos el desencanto y la transformación del país. Empezábamos a construir nuestra vida al tiempo que España comenzaba una nueva andadura democrática.

Todo eso te ha traído el recuerdo de aquella tarde del 18 de febrero de 1975, en una de las habitaciones de la taberna Casa Pepe, el de la Judería, cuando mis amigos —Taka, Joaquín, Manolo Badillo, Mati, Pepe Vega— me regalaron un libro con versos y dibujos de Bob Dylan. Hace ya unos años que en esta fecha saco el libro de la estantería, leo las dedicatorias de mis amigos y releo algunas páginas al azar. Hoy, martes, 18 de febrero de 2025, recalo en esta canción: 


If your time to you is worth savin’
Then you better start swimmin’
Or you’ll sink like a stone
For the times they are a-changin’.



[Si creéis que vuestro tiempo merece ser salvado
entonces, empezad a nadar
u os hundiréis como una piedra,
porque los tiempos están cambiando.]

Sí, estaban cambiando aquellos tiempos de 1975, como lo hacen estos de 2025. Tú también lo has hecho, amigo, aunque sigues siendo el mismo.



lunes, 17 de febrero de 2025

17 febrero

 Qué hermosa arde

la raíz de la luz

en la mimosa.