Juan Ramón Jiménez, moguereño universal, no aparecía —ni Antonio Machado, pero sí Manuel—, en la enciclopedia de tercer grado, ilustrada por el autor, don Antonio Álvarez Pérez, maestro de la Escuela Graduada «Miguel de Cervantes» de Valladolid. Junto al retrato de cada escritor, una sucinta biografía y un texto, a veces en letra gótica, para copiado y caligrafía.
Al niño de entonces se le grabaron algunos retratos: el del escritor ecuatoriano Luis Cordero, con unas guías de los bigotes que le caían hacia el pecho; de Wenceslao Fernández Flórez, que le recordaba a Franco; de Quevedo con sus quevedos y su barba de chivo; de unos juveniles Joaquín y Serafín Álvarez Quintero: idéntico el perfil de moneda, idéntica la raya del pelo, idénticas las pajaritas al cuello; de Petrarca coronado, de don Íñigo López de Mendoza, que más parecía mujer que esforzado varón; de Cecilia Böhl de Faber y de Amado Nervo, Unamuno, fray Luis de Granada y, por supuesto, del glorificador, José María Pemán, autor del famoso Poema del ángel y la bestia. No faltaban Rubén Darío, Miguel de Cervantes, Lope ni Calderón. Tampoco la peluca empolvada de don Tomás de Iriarte. Pero sí el 27 al completo.
De que ya le interesaban a aquel niño las biografías de los escritores, son testimonio las cuentas echadas en los blancos de la página para saber cuántos años había vivido cada uno o qué edad tendría en 1.965.
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