martes, 21 de abril de 2015

Comentarios, interrogantes y propuestas (2)


        Dos manos derechas, distintas, que se enlazan: sinécdoque visual de la fraternidad, del acuerdo y el esfuerzo común.
         Tal es la imagen central del sello (lo reproducimos completo al final) de Unión Obrera, la organización de trabajadores creada en Torrecampo en el verano de 1918. La escueta información del Defensor de Córdoba  era cierta, y coincide con documentos conservados en el archivo municipal de la villa.
         La caja MC-739 contiene un libro en tamaño folio con tapas de cartón, sin tejuelo ni inscripción alguna sobre su contenido. El ejemplar presenta el deterioro del uso y del paso del tiempo. Encuadernación elemental, resistente al mucho abrir y cerrar para registros y consultas. Sin lustre el papel de aguas, desgastado en los bordes. De tacto seco las hojas del interior (hay que ensalivarse las yemas de pulgar e índice para pasarlas una a una).



         Es posible que falte un cuadernillo, o algunas hojas del primero. Así lo sugieren la brecha en el pliegue central y el hecho de que el primer socio registrado sea el número 2.
         El libro contiene valiosa información: nombre y número del socio, compromiso y justificantes del pago de las cuotas mensuales (25 céntimos) y de la peseta de entrada (como Depositario, una veces firma P. Romero , otras Juan Conde), domicilio y fecha de ingreso. El documento es una mina a cielo abierto, una concesión con registro colectivo, de dominio público, un yacimiento insoslayable en la historia local, sea vecino en busca del hilo de los suyos, sea licenciado en ciernes, docto historiador, o simple aficionado quien se entretenga en sus páginas.
         La recuperación del pasado, la búsqueda del quiénes somos en el quiénes fuimos, pasa por el estudio y la divulgación de documentos como el que nos ocupa. Confesamos aquí nuestra sorpresa, grata sorpresa, al encontrarlo, y nuestra emoción al hojearlo (ensalivadas las yemas de pulgar e índice) e ir ojeando nombres. Historia viva del pueblo, nos dijimos. He aquí los pioneros de la lucha obrera a comienzos del siglo XX,  herederos de todas las rebeliones contra el poder abusón —opresor, represor, explotador—, transmisores de la vieja utopía de una sociedad de iguales en el derecho y en el trabajo. En la vida.   Ahí están los hombres, sus nombres. Y las anónimas mujeres.
         No era fácil la lucha y la reivindicación. Nunca lo ha sido. Los patronos tenían la sartén por el mango. Y llevaban siglos pegando sartenazos al menor signo de rebeldía y contestación. Qué podía un simple pastor de Torrecampo contra el señorito. Un jornalero contra el terrateniente. Una muchacha de servir contra las humillaciones de la señora. Había que organizarse, compañeros y compañeras.
         Con ese espíritu común —dos manos distintas (la del bracero, la del minero, la del talador, la del ama de cría) que se enlazan—, nace en el verano de 1918 la Sociedad Unión Obrera de Torrecampo. De julio a diciembre se inscribieron en ella 230 hombres. Ignoramos si existió algún libro más de registro. No sabemos, por tanto, hasta dónde alcanzó el número. 










    El primer presidente electo de Unión Obrera fue Cesáreo Romero, y su primer secretario, Patrocinio Romero Amat. Ambos llegarían a ser alcaldes republicanos de la villa. Ambos acabaron sus días en trágicas circunstancias.

     Tiempo tendremos de ocuparnos más por extenso de ellos. Baste por hoy la confirmación de que en el verano de 1918 —unos meses antes de que acabara la Primera Guerra Mundial; en pleno “trienio bolchevique” (1918—1920); en un periodo de revueltas campesinas y urbanas, de manifestaciones y de huelgas generales; en los tiempos nefastos del pistolerismo patronal y de las escabechinas en Marruecos; en los días en que afiliarse a una organización política obrera, de izquierdas, suponía la inscripción en la lista negra y la amenaza del hambre; ante unos patronos que defendían la continuidad de la explotación y la indigencia de los trabajadores, la injusticia, el analfabetismo, la ciega sumisión— doscientos treinta hombres (al menos) de este pueblo le echaron riles, se fajaron valientes, decididos, ante los dueños de las tierras y reivindicaron sus derechos: trabajo, pan, escuela, dignidad.


         

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