lunes, 4 de mayo de 2015

Peticiones de Pastores (2)


       Nada íbamos a conjeturar, dijimos, sobre la mano que guardó esta hoja reivindicativa entre las del registro de socios y cuotas de la Unión Obrera de Torrecampo, pero nada prometimos sobre la mano que la escribió, así que dediquémosle unos párrafos.


       No deslegitimemos el documento por su ortografía. No es desde luego la de alguien con estudios y que frecuenta los libros, pero tampoco podemos hablar de una persona iletrada, analfabeta, pues algo sabe de lectura y de escritura. Ignora las tildes y los signos de puntuación, la correcta segmentación de la cadena fónica y la consiguiente delimitación gráfica de las palabras, el uso reglado de la be y de la uve, de la hache y de la erre, pero las peticiones en sí no ofrecen dudas. Los defectos de forma no son obstáculo para la correcta interpretación de los conceptos aludidos. No es el caso de que la ortografía induzca a la errónea comprensión, como ocurre, por ejemplo, en Lamento la pérdida de su señora  frente a Lamentó la perdida de su señora. Que en el texto encontremos obejas, hobejas, rales, rrales, ombre, juelga, olgar, no impide que sepamos a carta cabal a qué conceptos se refería el anónimo pastor escribiente.



   Los errores ortográficos y la caligrafía nos mueven a pensar en una persona resuelta, diligente, pero con insuficiente instrucción escolar, bien porque dejara la escuela en edad temprana (quizá para trabajar como zagalillo a los 10 años, incluso antes), bien porque se inició tarde en la lecto-escritura (quizá en los ratos libres, a la escasa luz de la lumbre, de un cabo de vela o de un candil, tras la jornada de pastoreo).
      Fuere lo que fuere, estamos ante alguien que ha mantenido trato con el lápiz y con la pluma, que se ha ejercitado largos ratos en la disciplina caligráfica. No estamos ante la letra temblorosa, insegura, garrapateante, de un primerizo en el arte de la péñola, sino ante una caligrafía madura y personal, como muestra la prestancia y galanura de las dos únicas mayúsculas del texto (trazo firme y gallardo del asta y del anillo ornamentado de las pes), el ligado de unas letras con otras, la regularidad en el tamaño y en la inclinación, la airosa largueza en la cruz de las tes.
   Podríamos extendernos en el peritaje caligráfico del documento, y en su análisis gramatical, textual y pragmático, que nos llevarían, sin duda, a interesantes conclusiones sobre el carácter y la competencia comunicativa de nuestro anónimo, pero lo consideramos innecesario en este momento, aunque no nos resistiremos a unas pertinentes aclaraciones léxicas.
   Obsérvese en primer lugar que en lo concerniente al campo léxico de “pesos y medidas”, se utilizan vocablos ya en general desuso, como libras y panillas. La voz libra, que sepamos, solo se oye hoy en boca de los pastores y los tratantes de nuestra zona, referida al peso de los corderos o de los lechones, y equivale a 460 gramos, al medio kilo para redondear. El término panilla, en cambio, es palabra ya olvidada. La panilla era una medida de capacidad exclusiva para el aceite, y correspondía a la cuarta parte de una libra, es decir, y redondeando, a los 12,5 centilitros de nuestros días, o lo que es lo mismo, y para que el lector se haga una idea, al contenido de poco más medio botellín de cerveza (20 cl). Eche cuentas el lector, multiplique, y comprobará la cantidad de aceite que recibían en pago semanal un hombre, un zagal y un zagalillo.
   Otro término que reclama nuestra atención es “ato”, no la forma del presente de indicativo de “atar”, sino el sustantivo homónimo, escrito hato, pronunciado con perceptible aspiración de la hache, que designaba la provisión semanal de víveres que recibía el pastor como pago en especie. Antiguamente, el hato o hatería también incluía ropa y algunos objetos de uso personal. O tempora, o mores.
   Centremos, finalmente, nuestra vista en dos palabras de gozosa significación, en esa juelga mensual que se pide para los hombres y zagales de 15 a 20 años, en ese olgar a los dos meses un día para los zagalillos. Ambas son voces hermanas, comparten el mismo étimo, follicare, una palabra del latín tardío que reclama breve excurso.
   Flavio Vegetio Renato, un naturalista romano del siglo IV, autor de un compendio de técnica militar y de una digesta sobre las enfermedades de los mulos y caballos, utilizó el follicare, derivándolo del follis (fuelle), con el sentido de ‘soplar con sonido semejante al fuelle, dilatarse como fuelle’. En ese mismo siglo IV, un venerable padre de la Iglesia, San Jerónimo, utilizó la expresión follicans caliga para referirse a un calzado como fuelle, ancho en demasía. 
   Resollando, dilatándose y contrayéndose, transformándose fonéticamente con el mucho soplar y con el paso de los siglos, el follicare latino dio en el castellano folgar, atestiguado en escritos del año 1140, en los tiempos de nuestro épico Cantar de mío Çid, con un nuevo matiz significativo: descansar, estar ocioso. Según explica Joan Corominas en su Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, “las dos acepciones latinas [sonar como un fuelle, prenda holgada] coinciden en la primera castellana, por la imagen del caminante que se detiene para tomar aliento en una cuesta, y por comparación del ocio con la holgura de las prendas de vestir.”
   Pero hay más. El resoplido, el resuello, la respiración agitada a modo de fuelle, no solamente se oía en las fraguas, lo hacía también en las alcobas de los señores y en los jergones de los pastores, en los chozos y en los pajares, sobre la tierna hierba de primavera, a la sombra de una vieja encina en la dehesa, o bajo un almez a la orilla del río, en cualquier discreto rincón donde dos personas se entregaban al gustoso ejercicio del ayuntamiento carnal y los jadeos del placer.
   Grato el holgar, ya sea para hacer un alto en el camino, para olvidarse unas horas de la ingrata condena del trabajo, para entregarse a la placentera coyunda del amor.
   El complaciente holgar es, además, fecundo, y de su mano, de su uso, ven la luz en nuestra lengua nuevas palabras: la holganza y el holgazán —una simple metátesis de la ene acarrea una notable diferencia significativa—, la holgura en el calzado o en las prendas de vestir, el regocijante y bullicioso holgoriojolgorio, en su pronunciación “aflamencada”, según Corominas—, y la bifronte huelga, reivindicativa por un lado, madre de los comprometidos huelguistas que se enfrentan a los patronos explotadores, y madre también, en su variante andaluza, de la festiva y jaranera juerga, y de los juerguistas.
   A estas alturas de nuestro excurso lingüístico, ya no quedan dudas sobre el sentido con que la anónima mano escribió las palabras juelga y olgar en estas “Peticiones de Pastores”. El contexto obrero, laboral y reivindicativo, político e ideológico, del documento es indubitablemente clarificador al respecto.

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