lunes, 15 de junio de 2015

Clío


Como poetas, creemos en la intuición. Como ratones de archivo y aficionados historiadores, creemos en la perseverancia, en el estudio y en la verdad. Por nuestro natural optimista, creemos también en la suerte, en el azar y en la casualidad.
         Ese cúmulo de elementos —intuición, perseverancia, búsqueda de la verdad histórica, suerte, casualidad—  ha hecho posible que la figura de Rosa Rey Romero vaya emergiendo de la sombra, de la muerte civil a la que el franquismo la condenó, que su nombre, leído por primera vez hace unos días, vaya encarnando en la imagen de una mujer concreta, de una vecina de este pueblo, que representa, por una parte, el compromiso ideológico y el activismo de las mujeres en la España republicana, por otra, la negra noche en que se vieron sumidos miles de españoles, hombres y mujeres, a quienes rigurosamente se aplicó la temible Ley de Responsabilidades Políticas para que purgaran sus culpas por haber contribuido a la subversión roja.
         Toda una cadena de venturosos acontecimientos nos ha conducido hasta Rosa Rey, una cadena cuyo primer eslabón hay que situar en la tarde de un nueve de mayo republicano, cuando una mano anónima arrancó la hoja cuadriculada de un cuaderno de tamaño folio, tomó nota de aquella reunión de mujeres y, no sabemos por qué, la guardó entre las hojas del libro de registro de socios de Unión Obrera, donde la encontramos una mañana de mayo de ochenta años después; una cadena que sigue cuando leemos esa hoja suelta y nos interesamos por la mujer que iba a dar un discurso político a sus compañeras, y comprobamos que ese nombre aparece en las estudios de tres investigadores, Antonio Barragán Moriana, Manuel Vacas Dueñas, Carmen Jiménez Aguilera, y descubrimos que Rosa Rey Romero fue encausada y encarcelada en virtud de la citada, temida, Ley de Responsabilidades Políticas; se alarga esa cadena con el eslabón de la casualidad, pues uno de estos profesores, Manuel Vacas, trabaja en el mismo instituto que nosotros, y nos presenta una tarde a su compañera, Carmen Jiménez Aguilera, que prepara su tesis doctoral sobre la represión franquista de la mujer en el norte de la provincia de Córdoba, que no tiene inconveniente en pasarnos copia de algunos documentos que ha manejado sobre Rosa Rey, y que nos ha dado consejos y proporcionado direcciones a las que acudir en busca de más información.
         La recuperación de un momento del pasado, la restauración de una voz silenciada, de una vida condenada al olvido, depende a veces de gestos tan insignificantes como el de guardar una simple hoja suelta entre las páginas de un libro en lugar de arrojarlo al fuego o a la papelera. Un hecho tan simple, tan cotidiano como ese nos ha permitido, ochenta años después, dedicar estas palabras a una mujer en lucha. Conjunción de elementos —intuición, perseverancia, búsqueda de la verdad, azar, casualidad— se llama a este feliz encadenamiento que nos ha llevado hasta la camarada Rosa Rey.
         ¿Quién era Rosa Rey? No disponemos aún de suficientes datos para trazar su biografía, pero los que conocemos hasta ahora permiten hacernos una idea. Carmen Jiménez nos ha facilitado la copia de dos interesantísimos documentos que hemos leído con emoción, con alegre excitación por tener en nuestras manos un testimonio fehaciente de vida, como el buscador de pecios que encuentra un cofre con monedas, y  con dolor, como ese mismo buscador de tesoros que sabe que el cofre pertenecía a un barco negrero.
         El primer documento es un informe de la Comisión Provincial de Examen de Penas, fechado en Córdoba el 28 de abril de 1941, que da el visto bueno para que se eleve al Ministerio del Ejército la solicitud de conmutación de pena. En la primera parte de ese informe leemos que Rosa Rey Romero, natural de Torrecampo, de 24 años de edad, viuda, fue condenada en consejo de guerra celebrado en Villanueva de Córdoba (donde estaba detenida desde el 13 de mayo de 1939) el día 28 de noviembre de 1939 a la pena de 30 años de reclusión mayor, con las accesorias de inhabilitación absoluta e interdicción civil (privación de derechos), por “adhesión a la rebelión militar”. Tras el consejo de guerra, fue trasladada a la prisión provincial de Córdoba. La sentencia se basaba en los siguientes hechos probados (corregimos mínimamente la puntuación y un par de discordancias gramaticales): “mala conducta y antecedentes, perteneciente a la llamada Agrupación de Mujeres Antifascistas y al Socorro Rojo Internacional, siendo destacada por sus ideas y conducta revolucionaria; durante el tiempo de dominio rojo en el pueblo de su residencia, puso de manifiesto su odio y encono hacia la religión, profanando la iglesia y las imágenes religiosas, a las que arrojaba al suelo desde sus altares, desposeyéndolas después de la ropa y alhajas, y alardeando más tarde entre sus vecinas de estos hechos sacrílegos. Ejerció el cargo de Secretaria de la UGT y se vio siempre por el pueblo vestida de miliciana roja y provista de armas de fuego.” La Comisión proponía rebajar la condena de 30 a 20 años y un día.
         El segundo documento es la propuesta y confirmación de la Conmutación de Pena  admitida por Ministerio del Ejército, con data en Madrid, el 3 de noviembre de 1942.
         (Continuará)

1 comentario:

willyan dijo...

yo tengo el consejo de guerra y condena de esta mujer y de unos diez mas vecinos de torrecampo,no sabia nada de esta mujer.si los quieres mi correo es buenaventura-durruti@hotmail.com por cierto soy nieto de la familia los canasteros de torrecampo