lunes, 14 de mayo de 2018

Los proyectos - XXIV



       Se decía él, mientras paseaba por un extenso parque solitario: “¡Qué bella estaría en traje de fiesta, complicado y fastuoso, bajando en una hermosa tarde los escalones de mármol de un palacio, frente a grandes cuadros de césped y estanques! Porque ella, naturalmente, tiene el aire de una princesa.”
         Cuando pasaba más adelante por una calle, se detuvo ante una tienda de grabados y al encontrar en una carpeta una estampa con un paisaje tropical, se dijo: “¡No! No es en un palacio donde quisiera poseer su amada vida. Allí no estaríamos en casa. Además, esas paredes recargadas de oro no dejarían sitio para colgar su imagen; en esas solemnes galerías no hay un rincón para la intimidad. Decididamente es aquí donde tendría que irme para cultivar el sueño de mi vida.”
         Y analizando los detalles del grabado, proseguía mentalmente: “Junto al mar, una bonita cabaña rodeada de todos esos árboles raros y relucientes cuyos hombres he olvidado…, en el ambiente, un olor excitante, indefinible…, en la cabaña una intensa fragancia a rosas y almizcle…, más lejos, al otro lado de nuestro dominio, unos mástiles balanceados por la marea…, a nuestro alrededor, más allá de la habitación iluminada por un luz rosa tamizada por las persianas, decorada con esterillas frescas y con flores embriagadoras, con  unos curiosos asientos de un rococó portugués en madera pesada y oscura —donde ella descansaría tan relajada, tan bien abanicada, fumando tabaco con un toque de opio—, más allá del porche, el alboroto de los pájaros ebrios de luz y el parloteo de las negritas…, y por la noche, para acompañar mis sueños, el canto lastimero de los árboles de música, de los melancólicos filaos. Sí, ahí está ciertamente el decorado que buscaba. ¿Qué iba a hacer yo en un palacio?”
         Y más tarde, cuando caminaba por una gran avenida, vio una posada limpita y dos cabezas sonrientes que asomaban por una ventana alegrada por unas cortinas de indiana multicolor. E inmediatamente: “Muy vagabundo —se dijo— tiene que ser mi pensamiento para ir a buscar tan lejos lo que está tan cerca de mí. El placer y la felicidad están en el primer albergue encontrado, en la posada del azar, tan fecunda en voluptuosidades. Un buen fuego, una vajilla vistosa, una cena pasable, un vino recio y una cama muy grande con sábanas ásperas, pero frescas; ¿qué mejor?”
         Y al entrar solo en su casa, a esa hora en que los consejos de la sabiduría no están ya apagados ahogados por los zumbidos de la vida exterior, se dijo: “Hoy he tenido, en sueños, tres domicilios en los que he encontrado idéntico placer. ¿Por qué obligar a mi cuerpo a cambiar de sitio si mi alma viaja con tanta facilidad? ¿Y para qué ejecutar proyectos, si el proyecto en sí ya es suficiente disfrute?


E. Manet, Retrato de Jeanne Duval

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