lunes, 3 de junio de 2019

Desempolvar el pasado


        Entre la primera —Ahora ya sabe con certeza que los relatos no son inocentes, no del todo inocentes— y la frase final —y avanza  con decisión hacia la otra orilla de sus días…—, la última novela de Luis Landero compone el retrato de una familia de nuestros días: después de tiempo sin verse y de tratarse apenas por teléfono con sus hermanas, Gabriel quiere celebrar el 80 cumpleaños de su madre con una festiva reunión familiar que acabe de una vez con viejos rencores, secretos y tergiversaciones.
            Lluvia fina es una novela sobre la felicidad a través de su contrario, la infelicidad que ha reinado en las vidas de los personajes convocados —la madre, Sonia, Andrea, Gabriel, Horacio, ex marido de Sonia—, que vamos conociendo por las conversaciones telefónicas que mantienen con Aurora, la mujer de Gabriel, a la que llegan, en un muy bien resuelto juego perspectivista, todas las versiones y distorsiones del mismo hecho, la historia y la contrahistoria, el haz y el envés de las opiniones de cada uno sobre los otros, de los secretos que todos guardan, de su victimismo.
            Sobre la sinceridad, también, y sobre la mentira habla esta novela. No ha de ser extrema la sinceridad, se dice en ella, pues el fanatismo por la veracidad lleva directamente a la destrucción, pero sí amplia, generosa, ha de ser la exposición de la verdad, lo suficiente para que no explosione y salte en mil pedazos la olla a presión en que la vida ha convertido a los personajes.
            Los antiguos griegos llamaban prósopon a la máscara, cómica o trágica, usada por los actores en las representaciones. De esa máscara de actor, pasada por la misteriosa lengua etrusca, viene nuestro “persona”, así que etimológicamente somos máscara, fingimiento. Puro teatro la vida, como cantaba La Lupe. Del papel, o papelón, que representamos ante los demás trata igualmente esta novela de Luis Landero: ¿Cómo concertar ese yo que decimos y aparentamos ser, y ese nosotros, ese yo escondido, recóndito, que solo conocen nuestros más íntimos? Jekyll y Hide, sí. La lluvia fina de Landero es un calabobos que acaba empapando, emborronando los colores, deformando los contornos y relieves de esa máscara hasta hacerla grotesca, cuando no monstruosa y repulsiva.
            Esa decepcionante manera de ser que cada personaje encuentra en el otro al que enjuicia, conlleva la existencia de un secreto, de una ocultación que terminan conociendo Aurora y el lector, claro. Sobre nuestros silencios, sobre los secretos que revelan nuestro auténtico ser —“en gran parte somos nuestros secretos”, afirma Gabriel—,  fabula también Luis Landero.
            Finalmente, en Lluvia fina se nos habla de la palabra como instrumento de restitución del pasado, del peligro de una falsa, o incompleta, o distorsionada, reconstrucción del pasado —¿Cuál es el verdadero ser de Andrea, por ejemplo, el que ella cuenta o el que cuenta su madre?, ¿el que cuenta su hermana Sonia?, ¿el que cuenta su hermano Gabriel?—, puesto que “lo que el olvido destruye, a veces la memoria lo va reconstruyendo y acrecentando con noticias aportadas por la imaginación y la nostalgia, de modo que entonces da la paradoja de que, cuanto mayor es el olvido, más rico y detallado es también el recuerdo” (262).
            Los personajes de Lluvia fina no han logrado ser felices porque ese es el destino humano, como explica Gabriel, “porque siempre, al final, todos envejecen, mueren, y no cumplen sus sueños”, porque la esencia del vivir, como conocemos por otros personajes de Luis Landero, es el afán, esa “insatisfacción agónica” que nos mueve en un continuo e insatisfecho desear.
***

            Es esta la primera novela de Landero que me he obligado a acabar de leer. Uno se reconoce landerista, pero en esta novela no he sido atrapado ni por la historia, ni por los personajes, no sentía, mientras avanzaba en la lectura, emoción, afecto por los personajes, que me resultaban ajenos, distantes. Una novela de diseño moderno, perfectamente construida y escrita con indiscutible maestría de estilo, pero humanamente fría.



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